<
>

Obdulio Varela, la figura

RIO DE JANEIRO -- "No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasó nada. Los de afuera son de palo y en el campo seremos once para once. El partido se gana con los huevos en la punta de los botines", le dio Obdulo Varela al resto de la Selección de Uruguay antes del partido que definió la Copa del Mundo frente a Brasil. La frase se convirtió en leyenda de forma instantánea, cuando los visitantes ganaron 2-1 y, ante el asombro del planeta entero, se consagraron campeones mundiales.

El Negro Jefe no fue el futbolista más talentoso del equipo, ni mucho menos. No mostró la clase de José Schiaffino ni la rapidez de Alcides Gigghia. Tampoco el olfato goleador de Óscar Míguez ni la habilidad de Julio Pérez. Sin embargo, Varela fue el jugador indispensable del campeón, el principal artífice de un triunfo que se consiguió gracias al coraje de un grupo de jugadores que creyó en lo imposible y consiguió el milagro.

El mediocampista de Peñarol llegó al cuarto campeonato del mundo con 32 años y una amplia experiencia internacional. Fue el líder anímico y espiritual de la Selección de Uruguay, que provocó el batacazo más resonante de la historia del fútbol. Jugó los cuatro partidos del torneo y anotó un gol: el del empate 2-2 frente a España.

Fue la figura del Mundial porque en él está representando el resto del conjunto charrúa. Obdulio es un ícono de este grupo heroico, que se repuso del gol de Brasil en el encuentro definitorio después de que el capitán tomara la pelota con sus manos y caminara despacio hasta el círculo central, mientras que todo el Maracaná celebraba el título que creía ya asegurado. En ese momento, la figura de Varela creció aún más y se hizo gigantesca, más grande aún que todo el estadio Mario Filho.

"Vénganse, que los campeones están acá…", exclamó el Negro Jefe a los reporteros gráficos que los esperaban a la salida del túnel antes del partido final. En ese momento, todos creyeron que aquello era sólo una muestra de confianza, porque nadie pensó en que podía convertirse en realidad. Noventa minutos después el trofeo estaba en las manos de ese uruguayo irreverente.

El presidente de la FIFA Jules Rimet describió muy bien lo que sucedió tras la victoria celeste: "Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Preparé mi discurso y me fui a los vestuarios pocos minutos antes de finalizar el partido (estaba 1-1 y el empate hacía campeón a Brasil). Pero cuando caminaba por los pasillos se interrumpió el griterío infernal. A la salida del túnel, un silencio desolador. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne, ni nada. Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. En el tumulto terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y casi a escondidas le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano y me retiré sin poder decirle una sola palabra de felicitación".

Hasta los rivales expresaron elogios hacia el líder uruguayo. El español Telmo Zarra afirmó tras la eliminación de su equipo: "El mediocentro Obdulio Varela fue el jugador que me causó mejor impresión, como futbolista y como hombre que marca con eficacia y dureza".

"Obdulio nos ganó el partido", afirmó un hincha brasileño al término del partido. Todo un país sufrió quizás la peor tristeza de su historia y el responsable tiene nombre y apellido: Obdulio Varela.