Especial para ESPNDeportes.com 11y

Italia bicampeón del mundo

PARIS -- PARÍS – Los jugadores llevan la pelota a la mitad de cancha y el árbitro los frena para castigar una falta. No deja, sin embargo, que se ejecute el tiro libre porque, en ese instante, el ojo fijo en el cronómetro, señala la llegada del minuto noventa. Capdeville lanza los tres pitidos del final: el encuentro ha concluido, la Copa del Mundo ha llegado a su fin, Italia se ha consagrado campeona.

LA ESCENA FINAL
En todos, tanto en la multitud como en los atletas, hay un poco de incerteza, de silencio, de
extraña expectativa. Parece casi imposible que un torneo que durante dos semanas ha ganado el corazón de los espectadores de todo el mundo pueda terminar así, con tres pitadas de un silbato de lata. La multitud no logra, de golpe, desconectarse del estupendo espectáculo atlético al cual ha asistido. Los "azzurri" no saben dar rienda suelta de inmediato al triunfante entusiasme que surge en sus corazones. Los húngaros no pueden creer que el sueño de la victoria tan ansiado se haya desvanecido.

Pero todo esto dura apenas un instante.

Un coro de aplausos se eleva desde la grada que forma un cerco negro alrededor del verde terreno de juego. Es un coro en el cual todos los espectadores ofrecen el aporte de su voz, pero que porta en la cresta de su ola sonora el grito triunfal, trémulo de orgulloso entusiasmo de los miles y miles de italianos reunidos en grupos numerosos o aislados entre el público. Vuelan los almohadones de las butacas, se agitan frenéticamente banderines tricolores en la popular y la platea.

Dentro del campo, los "azzurri" se lanzan uno a los brazos del otro, se abrazan, sonríen y se miran fijo, como encantados, con los ojos llenos de lágrimas. Vittorio Pozzo salta del banco y corre hacia la cancha para reunirse con sus jugadores. El primero en recibirlo para darle su agradecimiento, su reconocimiento y su felicidad, es Biavati, el novato del plantel, el muchacho que se ha ganado sus galones de futbolista internacional en este áspero torneo. La cabeza blanca del hombre que ha guiado a Italia al triunfo y la estampa sudada y juvenil del atleta que ha colaborado tanto para la consecución de este triunfo se unen a lo lejos. Se suman los otros: los veteranos Meazza y Ferrari, campeones del mundo por segunda vez. También Serantoni, Locatelli, Colaussi, Piola, los gladiadores de este equipo. Y Foni, Rava, Olivieri, que por primera vez alteran su fría máscara en contracciones de júbilo.

LEBRUN PREMIA A MEAZZA
Los húngaros, mientras tanto, lentamente reagrupan sus camisetas granate, lentamente
interrumpen la manifestación de alegría de este o aquel "azzurro" para estrecharle la mano.
Asisten a la escena, mudos y doloridos. Es la dura ley de toda competencia, y especialmente de aquellas deportivas que hacen de estos once magníficos atletas, que hasta hace tan poco estaban luchando gallardamente, el símbolo de la derrota. Luego, lentamente, se van. Desaparecen de la escena que ya no los tiene más como actores. Ahora es todo solamente para los que han vencido.

Los "azzurri" se juntan, por fin, y mientras la banda militar que ha tomado el centro del campo
lanza las notas de la Marcha Real y de la Juventud, ellos ejecutan el saludo romano: el brazo
derecho extendido, tenso, con la palma abierta hacia abajo. El pecho se hinche de emoción, aún
jadeante de fatiga. La multitud repite, ahora con más intensidad, la ola de aplausos, mientras de todas partes surgen voces italianas que cantan el himno a plena voz. Muchos de estos
compatriotas partirán esta noche para volver a la Patria, con el corazón exultante. La mayoría, en
cambio, permanecerá aquí, donde viven y trabajan. Pero desde este instante una ración extra de
orgullo los acompañará en su dura lejanía.

Los himnos de Italia han apenas terminado cuando Meazza, capitán italiano, sube a la tribuna de honor. Allí recibe, de manos del presidente de la República de Francia, el símbolo de la victoria: la dorada Copa del Mundo que hasta hace poco antes se mostraba bella sobre un pedestal en los límites del campo de juego, coincidiendo justo con la línea de mitad de cancha, casi como para ofrecerse al que se demostrara más fuerte. Cuando Meazza desciende, estrechando el trofeo, corre hacia Pozzo y se lo entrega, abrazándolo otra vez. Los dos lo aprietan entre sus manos, nerviosamente. Conquistada cuatro años atrás, bajo la presencia del Duce, la Copa vuelve ahora a
Italia por segunda vez. Su viaje tras la frontera ha sido muy breve.

CIFRAS RÉCORD
Ahora el general Vaccaro también ha accedido al lugar donde están los "azzurri". Él ha debido,
por obligación de la ceremonia, estar lejos hasta ahora, sofocando el ansia de abrazar a todos los involucrados en este triunfo. Luego los fotógrafos se hacen sentir: cierran en un semicírculo a los deportistas y a los dirigentes, ordenan sonrisas, disponen grupos y escenas. Dócilmente, los victoriosos se limitan a seguir las órdenes. Están como ausentes, como si hicieran todo inconcientemente. Otro cálido, largo aplauso, acompaña a los muchachos de Italia mientras dejan el terreno de una lucha victoriosamente combatida.

¿Cómo se ha desarrollado esta lucha? Lo contaremos ahora, recuperando las porciones emocionantes del match de los apuntes que nerviosamente hemos compilado. No podíamos decir nada del partido sin antes haber contado los inolvidables momentos que siguieron al triunfo.

Para hacer las cosas diligentemente y respetar el orden cronológico, intentaremos plasmar en pocas líneas cuanto ha sucedido desde la patada de inicio, tomando el hilo desde que llegamos al estadio de Colombes tras una larga navegación entre filas interminables de automóviles, para encontrarlo bastante poblado pero no completamente lleno. Aquí y allá hay vacíos que tardan en llenarse. Es que si bien todos los boletos han sido vendidos, gran parte ha sido comprada por los revendedores, que ahora rodean el recinto. Se dieron cuenta tarde que el negocio no era de los mejores, y mucha gente espera impasible…. a que los precios bajen. Es un duelo de resistencia. Al final, pierden los vendedores y a las 16.30 el estadio no ofrece más lugares desocupados.

La recaudación alcanza los 820 mil francos y los espectadores pagos son 65.124. Estas cifras, unidas a las que vienen comunicadas desde Bordeaux, donde se juega el partido por el tercero y cuarto puesto entre Brasil y Suecia, llevan la cifra del encaje total de la Copa del Mundo a la hermosa suma de 3.940.000 francos. Un homenaje conspicuo a la popularidad del fútbol.

El cielo está cubierto y la atmósfera, fresca. Sopla, también, una ligera brisa. La temperatura es ideal para los jugadores que tendrán a su disposición el fondo perfecto.

Se anuncian las formaciones. Los magiares han revolucionado su cuadro, haciendo una mezcla entre la alineación que derrotó a Suiza y aquella que ha dominado a Suecia. Los equipos saldrán así:

ITALIA: Olivieri; Foni, Rava; Serantoni, Andreolo, Locatelli; Biavatti, Meazza, Piola, Ferrari y Colaussi. DT: Vittorio Pozzo.
HUNGRÍA: Szabo; Polgar, Biro; Szalay, Szucs, Lazar; Sas, Vincze, Sarosi, Zsengeller y Titkos. DT: Karoly Dietz.

El árbitro será el francés de Bordeaux, Capdeville, y los jueces de línea el suizo Wuthrich y el checoslovaco Krist.

Estos son los jugadores y oficiales que a las 16.45 en punto entraran en el campo. El reloj que domina el cartel de información no se detiene. Durante todo el encuentro continuará señalando los minutos y midiendo con cada golpe de sus agujas los instantes de angustia de los espectadores. Es un gran contraste con las normas del fútbol internacional, pero para una final de la Copa del Mundo se puede hacer hasta esta excepción.

Los dos conjuntos se despliegan frente al palco de honor siguiendo el orden cronológico francés, que indica que primero está Hungría. A las 17, con cronométrica precisión protocolar, llega el Presidente de la República de Francia, el señor Lebrun baja al campo y, comenzando por el equipo "azzurro", saluda uno por uno a los atletas, al árbitro y a los jueces asistentes. La ceremonia es rápida y precedida por el sonido de los himnos nacionales, ejecutados por la banda del quinto Regimiento de Infantería.

Ambos equipos toman su formación para el juego. El lento y solemne himno húngaro y las triunfantes notas de la Marcha Real de la Juventud reciben los aplausos de la multitud.

UN GOL POR LADO
Son las 17.04. Se ataca. Los azzurri están, de pronto, en el área adversaria, pero les toca a los húngaros llevar la primera acción de peligro: en el primer minuto casi vulneran la defensa italiana tras un córner. La respuesta, sin embargo, no se hace esperar: Colaussi obliga a Polgar a esforzarse de la misma manera. Hay algunas dudas en el campo de los azules, pero Ferrari y Foni, con el juego espectacular de los maestros del balón, demuestran cómo la escuadra italiana está a por tomar ventaja. De hecho, poco a poco las acciones se inclinan hacia el área de Hingría, y tras una esporádica escapada de Sarosi, arriba el primer mazazo de Italia.

Sexto minuto. Biavati recibe la pelota en la mitad del campo y huye junto a la línea perseguido codo a codo por Lazar. Con su característico recorte, el italiano gana algo de distancia y lanza el balón hacia el centro, desplazando a toda la defensa magiar. Piola toca la pelota a la izquierda y Colaussi, que llega en carrera, la lanza impetuosamente a la red de Szabo. Gol lineal, irresistible. La multitud es toda un aplauso para los "azzurri".

Pero no pasa mucho tiempo para que la misma manifestación sea devuelta a los adversarios. Un minuto más tarde, en una rápida avanzada en el área italiana, Andreolo no logra controlar a los rivales y Vincze consigue colocar el balón sobre la izquierda, ofreciendo a Titkos una oportunidad de batir a Olivieri. Titkos no la desaprovecha. Uno a uno tras ocho minutos de juego. Todo por definirse.

Los "azzurri" regresan al ataque. Piola se combina con Colaussi, que toca para Ferrari y estira la pelota para Piola otra vez: su tiro llega a la portería, pero rebota contra el palo. Los nuestros, acción por acción, alcanzan el dominio completo del juego. Los húngaros, parece, no logran comprender más lo que está sucediendo. Se está haciendo arte futbolístico verdadero y propio, se está otorgando al público aturdido la más bella antología de fútbol.

PROEZAS DE LOS "AZURRI"
Y llega la coronación de tanta belleza deportiva. En el minuto 16, la pelota corre, tocada ligeramente, empujada con habilidad de malabarista, de Colaussi a Piola, de Piola a Ferrari, de Ferrari a Biavati, de Biavati a Meazza. El capitán "azzurro" se la ofrece finalmente a Piola. El tiro concluye victoriosamente esta cautivadora jugada. Szabo es derrotado por segunda vez. Italia está nuevamente al frente: dos a uno.

Hungría intenta una reacción, pero pronto se encuentra nuevamente constreñida en el espiral de juego italiano. Biavati, Colaussi, Piola se muestran en la mayoría de las ocasiones como amenazantes fantasmas ante la portería magiar y Meazza (22 minutos) llama a Szabo a responder con una difícil atajada.

Sería largo y difícil enumerar y describir todas las ofensivas italianas que solo por muy poco no llevan al gol. A todos nuestros atacantes se les presentan ocasiones preciosas. Entre los adversarios, en cambio, solamente Szengeller logra disparar a puerta. En el minuto 35 arriba la conclusión de esta larga superioridad. Foni envía un pase largo para Meazza, que lanza la pelota hacia la izquierda. Allí, es Colaussi el que la espera y la lleva hacia adelante, luchando flanco a flanco con Polgar. Los dos se mueven hasta quedar a cinco metros de Szabo, y es allí donde el triestino saca el tiro, dejando sin nada que hacer al arquero húngaro: tres a uno.

La victoria, entonces, parece segura. Los italianos que están en el estadio manifiestan
clamorosamente su entusiasmo. Pero la serie no se interrumpe: poco después Biavati lanza una
pelota que roza el arco de Szoba en el travesaño, Piola se cuela entre los centrales y dispara un fusil que se va silbando por al lado del poste. Los húngaros parecen estar en la cancha, en este momento, sólo para dar un modo a Italia de explicar toda su habilidad futbolística. Estamos en el final del primer tiempo. Ferrari ofrece a Piola la oportunidad para otra hazaña. El delantero tira hacia el arco magiar un balón que Szabo, otra vez, debe desviar con esfuerzo para que –por centímetros- no vuelva a inflar la red.

Llegamos al descanso. Mientras los equipos van a los vestuarios la banda musical reclama para sí una parte de los aplausos. Desfila en plena cancha tocando una marcha, y tras haber dado una vuelta completa recupera un lugar en sus butacas.

Ya no hay nadie, entre el público o los periodistas, que pueda dudar del resultado. Los "azzurri" ya son campeones del mundo y cuando entran al campo otra vez, son recibidos como tales por anticipado. Los italianos que se amontonan al costado de la red aplauden a Pozzo, que busca, con gestos de la mano, difuminar un poco el entusiasmo. Hasta el último minuto, un partido de fútbol no está terminado.

SE DESPIERTAN LOS MAGIARES
La prueba de este razonamiento aparece enseguida, porque los magiares, como si en los vestuarios les hubieran dado una inyección de jugo de tarántula, se lanzan al ataque llevando un poco de preocupación a nuestras filas. Foni y Rava, sin embargo, no se dejan sorprender. El primer tiempo ha sido el gran momento para el ataque. El complemento constituirá la gran prueba de los defensores y de los medios, empeñados en conservar la ventaja. Con esto no se dice que los de adelante estuvieran del todo inactivos. De hecho, Biavati golpea el palo izquierdo de la portería de Szabo en el minuto 13. Es el segundo tiro en los postes de los "azzurri". No se puede decir que sean demasiado afortunados.

Las impetuosas ofensivas húngaras se suceden, y Szengeller dispara primero muy ancho y después muy alto dos balones que podrían haber sido mejor utilizados. Ocurren, cada tanto, algunos encontronazos entre los jugadores. Biro y Piola son los más ávidos, pero Titkos quiere superar a todos echando a Serantoni por tierra y disparando dos puñetazos mientras está caído, enredado con él. El árbitro señala la falta pero el público, quizá porque no ha comprendido la acción, se pone a silbar. Habrá una serie de silbidos que durará bastante y que acompañará la respuesta Desordenada pero impetuosa de los húngaros y que los llevará a anotar su segundo gol. Sucede a los 24 minutos, cuando –tras una larga acción en el área italiana- Szellenger le pasa la pelota de cabeza a Sarosi y éste, tras pocos pasos, arroja el esférico en la red de Olivieri. Estamos tres a dos.

Toda la seguridad de la victoria que existía en el entretiempo ha mutado ahora en ansiedad. Alguno, incluso, prevé incluso un empate seguido de tiempo suplementario. Pero si entre los espectadores hay pesimistas, eso no sucede entre los jugadores "azzurri". Nuestros jugadores, de hecho, reordenan las filas, refuerzan la voluntad y vuelven a dominar el juego.

En el minuto 37, Piola toma la pelota y se la pasa a Biavati. Éste se dirige hacia el arco húngaro. Parece que quiere ejecutar un tiro, pero de improviso pasa al centro. Piola está listo para empujar ese pase hacia la red. Cuatro a dos, y ahora sí este duelo resulta definido.

EL JUEGO SE TERMINA
De allí en adelante el juego se termina, se acaba ese sube y baja de emociones. Así lo entienden también los húngaros, que abandonan lentamente las armas. Los "azzurri" han hecho escuela. Los italianos del público piden el quinto gol. La gente comienza a moverse. El general Vaccaro sube al palco de prensa para hablar con la radio. Cuando llega el minuto 90 sucede lo que ya hemos contado e interrumpido para dar la crónica completa de este combate.

Ya en los vestuarios, nuestros futbolistas se juntan bajo el eco del entusiasmo de sus compatriotas, que se agrupan en las ventanas para continuar gritando su alegría. Pedazos de papel pasan a través de las rejas: buscan una firma de los triunfadores. Pozzo es presa de las entrevistas. En el oscuro vestidor se respira el aire de la victoria. Los campeones del mundo están allí, todavía transpirado, rebozantes de alegría y esperando el instante de regresar a Saint Germain. La gran fatiga ha terminado. Después de dos meses de sacrificio, de obra silenciosa, su deber ha sido fascisticamente cumplido.

Alguno habla del regreso a Italia que. Los jugadores partirán desde París a las 19.35 y llegarán mañana a Torino, a las 6.57 de la mañana.

Por Enzo Arnaldi
*Publicado en el diario Italiano La Stampa el Lunes 10 de Junio de 1938.

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