Especial para ESPNDeportes.com 10y

Italia campeón del mundo 82

MADRID -- "Campeones del mundo". "Campeones del mundo". "¡Campeones del mundo!". Tres veces campeones. Tricampeones. Como Brasil. Y pensar que había comenzado mal. El inicio de la gran final se le había presentado al seleccionado nacional italiano como un gran obstáculo. Estaba irreconocible con respecto a los últimos tres partidos que lo habían visto victorioso. O bien, por desgracia, estaba reconocible con respecto a los tres primeros partidos empatados. Incluso demasiado reconocible. Mantuvo su defensa como de costumbre, pero el ataque ya desprovisto de Antognoni, luego de Graziani, con Rossi marcado hombre a hombre por un inexorable alemán, parecía más desorientado, parecía menos seguro de sí.

Fue sólo una impresión delirada de las grandes expectativas que acumulaba esta final. Luego, en el segundo tiempo, esa sensación se disolvió. Se disolvió aunque el equipo debiera levantarse tras el desconsuelo del penal errado por Cabrini. En el segundo tiempo, ese penal errado ya se había olvidado. Rossi marcó, con una de esas acciones suyas tan misteriosas que obligan a todos los que miran a interpretar rápidamente aquello que han visto, que han oído, que han intuido. Rossi, en defintiva, señaló un gol, y luego marcó Tardelli, el hombre que en este equipo italiano ha representado siempre el signo y el sello del renacimiento, aquel que se hizo presente en el marcador por primera vez ante Argentina. Altobelli, que había entrado para reemplazar al desafortunado Graziani, se perdió un tercer gol y un poco de gloria.

¿Qué pasa cuando un partido de fútbol, una "partida de pelota" como dice la canción de Rita Pavone dejada muy sola por el amor de los hinchas, se transforma en un asunto importante para una nación, una nación entera desde su presidente Pertini hasta el último de los 59 mil italianos que arrivaron a España, aún bajo el riesgo de no encontrar ni siquiera una entrada, o de los millones de italianos que se quedaron en casa a montar guardia por horas y horas en las calles, en las plazas, delante de sus televisores para festejar el resultado esperado?

Sucede un luto sobre el cual los moralistas, los actuales fustigadores de la moda, los desenvueltos censores de cuanto no entra en su interés pierden de pronto su derecho a sentenciar y a lanzar como rayos sus convicciones más despiadadas, antes de verse forzados a reflexionar. Siempre hay tiempo para abandonarse a la tempestad de maldiciones contra la frivolidad italiana. Un mínimo de reflexión podría ser útil para todos. Porque el hecho es, sucede, y es un acontecimiento auténtico. Auténtico y típicamente italiano.

El campeonato de fútbol italiano, si bien cada domingo es discutido y vilipendiado, es quizá la única gran organización del país que funciona con una regularidad casi perfecta, no obstante la profunda y generalizada desorganización del país. Cada domingo, los árbitros llegan a horario para dirigir los partidos que comienzan y terminan puntualmente, salvo por terremotos u otras catástrofes naturales. Los estadios suelen estar llenos incluso si los espectadores no están conformes con el nivel del juego y de vez en cuando demuestran clamorosamente su insatisfacción. Alrededor del fútbol se desenvuelve el Totocalcio, que recoge miles de apuestas y alimenta con una parte de su recaudación no sólo al fútbol mismo, sino a todo el deporte nacional.

La selección de Italia es la más representativa de una gran institución funcional. Cierto: ser llamado a vestir una camiseta color cielo no basta para elevar el nivel medio de juego de los jugadores italianos y, de hecho, en este sentido fueron interpretadas nuestras poco llamativas actuaciones en el Mundial de 1982. Pero...

Pero el camino se fue haciendo. Cuando no sólo los periodistas daban por muerta a la selección italiana, sino que algunos parlamentarios demagogos proponían una interpelación fiscal u algún otro acto vejatorio contra los "azzurri", se invirtió la tendencia y los jugadores italianos, en tierra española, dieron la prueba contra Argentina de que al menos ellos mismos no se habían rendido todavía. Intentaban todavía hacer, sensacional, inaudito, aquello para lo que habían ido a Galicia y luego a Cataluña, etcétera. Porque tenían verdaderamente escrito en su destino llegar a Madrid.

Aun cuando el nivel medio de nuestro fútbol, a causa de las tácticas que imponen el resultado a toda costa en nuestro campeonato, no era muy elevado, nuestros representantes habían luchado duramente para volver a la pista. Ahora, si el adversario jugaba bien, ellos jugaban mejor; y si el adversario jugaba peor, ellos intentaban jugar mejor igualmente.

Para jugar al fútbol hace falta ser dos. Dos equipos que sean equivalentes, o se superen el uno al otro. Sólo el adversario más fuerte puede despertar el instinto en un seleccionado nacional como el italiano. El plantel italiano se fue descubriendo gradualmente, mientras avanzaba en el torneo, mientras se alternaban los partidos y se procedía rumbo a la definición; el plantel italiano se ha descubierto como un auténtico, verdadero equipo, un grupo cerrado, aguerrido, sólido como no sabría definirlo, un grupo de defensa y asalto: es en este punto que la nación se ha enamorado de su seleccionado. Frívolamente, pero apasionada y sórdidamente, sinceramente.

Esta selección ha hecho llorar a muchos italianos. Una victoria en el Mundial no logrará mejorar la situación terrible de Italia, cuyo déficit público no sólo no se detuvo en
los 50 mil millones de dólares previstos, sino que no muestra intención de detenerse tampoco en los 90 mil millones. No tiene el poder para salvar el Banco Ambrosiano, o la lira. Pero sí puede entregar a los italianos algunas horas de orgullo, de esperanza, de la certeza de estar a laaltura de los otros países, al menos durante un juego. El juego del fútbol. El juego de la fortuna. El juego de la tenacidad.

*Artículo de Oreste Del Buono, publicado en el diario La Stampa el lunes 12 de julio de 1982

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