Especial para ESPN.com 10y

Francia vivió una gra fiesta

PARIS -- Durante dos días, París -y toda Francia- se paralizó para festejar y honrar a los campeones del mundo. Pocas veces en su historia la ciudad luz vivía una celebración popular como la que provocó el título de la Selección de fútbol. Muchos incluso lo compararon con lo que sucedió al término de la Segunda Guerra Mundial. Lo cierto es que un millón y medio de franceses vistieron de tricolor las calles de una de las ciudades más hermosas del planeta.

Apenas finalizó el partido, cientos de miles de hinchas coparon los boulevares y las avenidas al grito de "Allez les Blues". En Champs Elysees el glamour y la elegancia le dio paso a los gritos futboleros y así todos los sitios históricos: la torre Eiffel, el jardín de las Tullerías, la Isla de la Cité. En cada rincón de París se respiraba fútbol y felicidad.

Al día siguiente se organizó el desfile de los campeones, que congregó a casi dos millones de personas. Así lo relató el diario La Nación:


El desfile se preparó para un día después. El fútbol se anticipó. Les Champs Elysées sabe de paradas triunfales. Hoy tendrá la habitual recorrida en recuerdo de un mundo que cambió. Otro mundo se modificó en estos días. La casualidad combina las fechas. Alarga el festejo. Es feriado por otra cosa. Podría serlo en honor a una pelota. Lo es en realidad. Es el andar de la gloria. Es el día para engalanarse con azul, blanco y rojo, para mostrarle a todos que el pueblo francés está en las calles disfrutando la revolución de Zidane y compañía, de ese golpe al estado del fútbol que ya no es una monarquía cerrada en seis nobles.

Quebró una tradición de 20 años esta Francia de fiesta continuada y entendible. El fútbol es libre de esa familia real procreada por Uruguay en 1930. Grita por la igualdad esta Francia que hoy está al nivel de los depuestos reyes. Le enseña el camino a quienes todavía están encadenados por el miedo a luchar con la historia de Brasil, la Argentina, Alemania, Italia, Inglaterra y Uruguay. Sí, el mundo del fútbol no será como antes de la asonada francesa.

Son cientos de miles en el Arco del Triunfo. No hay regla alguna para contabilizarlos. Esperan por quienes comandaron la rebelión. Los estandartes están en alto. Es el clímax de la euforia. Sólo el fútbol genera este ambiente. Quizá, una o dos cosas más lo consiguiesen también en el pasado. Hoy nada se parece a ganar la Copa del Mundo. Y allí están los héroes, porque la epopeya tiene hombres que registrará la historia.

El omnibús sin techo se mete entre la muchedumbre. El brillo de la pelada de Fabien Barthez muestra lo radiente que se oculta con anteojos oscuros. El nombre del arquero se corea fuerte; siempre fue el Danton elegido por la masa; es quien le pone músculo y sentimiento a ese grupo responsable de la hazaña de batir a los brasileños en una final. Zinedine Zidane es el cerebro educado en la alcurnia futbolística; también se lo recuerda con agradecimiento. Como al resto. Veintidós nombres se escuchan. Las ovaciones se suceden sin interrupciones.

En horas avanza un par de cuadras el cortejo. La demora no fastidia; es buscada para retener el momento irrepetible. El trofeo desfila y se pone casi al alcance de la gente. La unión del equipo y la hinchada conmueve. Bueno, son ganadores y eso ayuda a olvidarse de antiguas rencillas, de las dudas provocadas por el técnico Aimé Jacquet, de... temas poco interesantes para la victoriosa caravana.

Allez les blues se repite sin hartarse. La Marsellesa empieza una y otra vez. Fútbol y patria se mezclan también aquí. Es inevitable. Les faltan cánticos futboleros para poner en su lugar a cada cosa. Pero si tantos manifestan su orgullo de ser francés no debe objetarse la iniciativa, por más que se crea en la separación de fútbol y nacionalismo.

Sin embargo, la razón pierde de nuevo. Por fin gana el corazón acá. En la cancha no supieron muy bien qué hacer para demostrar alegría. Apasionados en las calles evidencian sangre latina para festejar un éxito deportivo. El mayor de su historia, sin dudas.

Los jugadores sienten que hicieron algo importante. Lo ven en los rostros que expresan agradecimiento. El espectáculo es hermoso. Son los veintidós elegidos por el destino para encabezar el movimiento de cambio. Francia los trata como libertadores. Qué gocen del saludo.

La pelota es una guillotina siempre afilada y hasta los héroes pierden la cabeza por un mal partido. Pero nadie piensa en mañana cuando hoy disfruta con su coronación como campeón del mundo. Y la fiesta continúa. Hasta que el visitante se mete en el Museo del Louvre y apenas baja por la pirámide de cristal se da cuenta de que la Copa del Mundo Francia ´98 ya es historia...

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