POLOKWANE -- Los tres actos del vodevil francés en Sudáfrica fueron dramáticos, tragicómicos e, incluso por momentos, grotescos. El epílogo fue patético, el peor final para un equipo que ha dejado en el Mundial la imagen más penosa que se recuerda de una subcampeona del mundo.
Un punto y un gol. Una concentración incendiaria, con insultos, peleas, motines y huelgas. El auto de fe de Nicolas Anelka. Un juego pobre. Un balance sin resquicios para la complacencia. Pena capital para el director de escena, Raymond Domenech, que en Bloemfontein, la capital judicial de Sudáfrica, vivió su último encuentro al frente de los bleus.
Deja el edificio en ruinas. Peor que en 2002, cuando Francia llegó al Mundial como campeona del mundo y se marchó en primera ronda sin marcar un gol.
Domenech, que llegó a Sudáfrica como subcampeón, deja tras de sí una herencia que suma al desastre deportivo una imagen penosa.
Francia tardará en recuperarse de su Mundial, que comenzaron mal y acabaron peor. El empate contra Uruguay (0-0) aumentó las dudas de un equipo que se clasificó por los pelos -por la mano de Henry- y que llegó a la competición tras haber cosechado una derrota (0-1) en el último amistoso.
Ante México se consumó la tragedia. El equipo explotó y salieron al aire todas sus miserias. "Vete a tomar por culo, sucio hijo de puta", le dijo Anelka a Domenech en el descanso. Francia estaba enterrada y los mexicano Chicharito Hernández y Cuauhtemoc Blanco se encargaron de poner el epitafio: 2-0 y una eliminación casi segura.
La expulsión de Anelka, era la dramatización de un exorcismo. Perseguía expulsar fantasmas, pero los avivó.
Primero Frank Ribéry se coló en un programa de televisión en directo para meterse en la piel del arrepentido hijo bueno que lucha contra la impotencia y que pide perdón a diestro y siniestro ante el drama al que asiste.
Luego, junto con sus compañeros, interpretó el papel contrario, el de los rebeldes que se niegan a entrenar en protesta por la expulsión de Anelka del Mundial.
Mientras Domenech leía ante una nube de periodistas el comunicado de sus jugadores díscolos, el mundo entero reía de la desgracia ajena. Una desgracia buscada. Una puesta en escena grotesca.
Frente a Sudáfrica sólo podían salvar los muebles. Les bastaba con dar vida a los voluntariosos jugadores que quieren irse del Mundial con la cabeza alta.
Pero el vodevil se enredó en su propia trama y el epílogo ante Sudáfrica fue patético.
Ante la segunda peor selección del Mundial según la clasificación de la FIFA, 83 del mundo, un equipo que sólo había ganado un partido en un Mundial, una selección que sólo contaba con un arma, el empuje de su público, Francia tenía que golear y esperar que México y Uruguay no empataran. Gesta difícil pero posible.
Como de costumbre en el desenlace de una obra, el héroe se enfrenta al destino con el único arma de su talento. El destino eran los octavos de final, pero el talento no apareció, y el protagonista acabó mal.
El final de la obra no fue heroico. Francia perdió 2-1 y no dio la sensación de poder cambiar ese resultado. Ni siquiera la rigurosa expulsión de Yohann Gourcuff puede ser utilizada como excusa. Más bien, como un elemento más del drama, como la desgracia que acaba por hundir al moribundo.
Mientras los Bleus permanecían inertes en el suelo, mientras el cuerpo sin vida de los subcampeones del mundo se agotaba sin apenas dar batalla, el público no sentía ni lástima ni pena. A lo sumo una indiferencia enfada con el actor que acaba de completar un papel patético.
Mientras cae el telón, Francia entera olvida la obra y espera la siguiente. Laurent Blanc tiene ante si un elenco de actores a los que volver a subir a las tablas para representar un papel digno.