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Vida y obra de un número uno

BARCELONA (EFE) -- Campeón de la Copa América en 1999, del mundo en 2002, de la Liga española en 2005 y mejor jugador del mundo según la FIFA en 2004, Ronaldo de Assís Moreira, Ronaldinho, recibió el lunes el "Balón de Oro", un galardón que viene a premiar el juego imaginativo y brillante de un jugador único, llamado a recuperar los detalles más espectaculares de este deporte.

En su tercera temporada como barcelonista, Ronaldinho (Porto Alegre, 20-3-1980) crece y crece. A sus 25 años, el Balón de Oro se añade a un reluciente palmarés en el que sólo falta la UEFA Champions League, competición que el Barcelona sólo ha conseguido en una ocasión (1992).

Es evidente que Ronaldinho ha recuperado por sí mismo la autoestima del Barcelona (y de Cataluña, según el ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol), pero su figura ha servido también para rescatar el fútbol espectáculo, recuperar la esencia del 'jogo bonito' brasileño, y no sólo ganar, sino hacerlo con estilo.

Lo ha hecho justo cuando el deporte más popular del mundo parecía ahogado por la táctica, cerrado por el 'resultadismo', vetado a la imaginación, homogeneizado por el músculo en detrimento de la fantasía.

Acapara elogios incluso de sus teóricos rivales destroza las tácticas pidiendo la pelota y desplegando un catálogo inagotable de recursos, desde la elástica hasta la bicicleta, pasando por los sombreros o incluso la 'espaldinha', un pase con la espalda.

Y siempre con la sonrisa en la boca. En el césped es un ídolo, pero Ronaldinho ha logrado convertirse en un personaje carismático por su actitud siempre positiva. El brasileño ha logrado desdramatizar el fútbol. Siempre que puede recuerda que sólo se trata de un juego. Por eso sonríe cuando falla, corre 20 ó 30 metros para animar a un compañero o aplaude cuando alguien le envía un mal pase.

Ante la prensa es prudente y optimista, y esa manera de ser se ha filtrado hasta llegar al aficionado medio, que admira su mejor característica: Ronaldinho es altamente competente sin ser agresivo ni bravucón.

En una sociedad tan competitiva, el '10' azulgrana se sale de la norma porque triunfa con la sonrisa y el baile, sin recurrir a la perversidad o al pisoteo. Entre los niños tiene un calado especial: se calcula que cada año se venden 30.000 camisetas del Barcelona con su nombre y su número a la espalda.

Convertido ya en un icono publicitario (es su hermana Deisy quien gestiona todas sus apariciones públicas), Ronaldinho hace anuncios porque juega bien: ha llegado a merecer la etiqueta de mediático no por sus apariciones en la prensa rosa ni por sus peinados, sino por su atrevimiento y frescura con el balón. Malabarista y fresco, el brasileño disfruta y hace disfrutar.

UN CHICO QUE LLEGO A GIGANTE
Su historia responde bien al perfil del jugador que alcanza el estrellato desde la humildad. Su padre, Joao, trabajó como soldador y completaba los ingresos mensuales controlando los coches del aparcamiento del Gremio de Porto Alegre, el primer gran equipo en el que jugó Ronaldinho.

Cuando el joven Gaúcho (así se conoce a Ronaldinho por pertenecer a la tierra de los ganaderos del sur de Brasil) tenía ocho años, su padre falleció en un accidente doméstico. A partir de entonces, su hermano Roberto se convirtió en su protector.

Pese al drama familiar, Ronaldinho continúa pegado a su pasión, el fútbol. "Me encantaba regatear. Aprendía en el salón de mi casa, contra los muebles y entre las sillas, o en el jardín contra mi perro", recuerda. También depuró su técnica jugando al fútbol sala.

Pronto llegó al Gremio (siguiendo el camino de su hermano, quien dejó el fútbol por una grave lesión de rodilla), y de ahí, a las categorías inferiores de la potente selección brasileña. En 1997, su nombre ya empezó a sonar internacionalmente, porque ganó el Mundial Sub-17 de Egipto y fue nombrado mejor jugador del torneo. El PSV Eindhoven (el primer equipo de Romario y Ronaldo en Europa) ya ofreció siete millones de euros, pero el Gremio los rechazó.

En 1999, ganó la Copa América con la selección absoluta. Eran tiempos de supremacía de Ronaldo y Rivaldo, pero el joven Ronaldinho dejó apuntados detalles sensacionales, como su gol ante Venezuela después de hacer un sombrero a un rival y dejar clavado a otro.

El Leeds se interesó por él, pero el Gremio se resistió. Hasta que en 2001, el Paris Saint Germain se llevó el gato al agua, no sin polémica.

En París, Ronaldinho no obtuvo títulos, aunque durante sus dos temporadas como jugador del PSG se proclamó campeón del mundo con Brasil (2002).

Después de una temporada "catastrófica", según la página electrónica del PSG, en la que Ronaldinho evidenció sus diferencias con su entrenador, Luis Fernández, el brasileño abandonó el PSG.

Lo hizo con destino a Barcelona, en la primera gran operación del presidente barcelonista, Joan Laporta, y del por entonces vicepresidente Sandro Rosell.

Manchester United y Real Madrid también pujaron por él, pero finalmente el Madrid se decantó por Beckham (las malas lenguas aseguran que algún directivo desaconsejó el fichaje del brasileño porque era más feo que el inglés, y que a la hora de vender camisetas no habría color) y el Manchester rebajó su oferta. El Barcelona ya tenía a su 'crack'.

A partir de ahí, Ronaldinho ha sido sinónimo de una explosión futbolística: el primer año aupó al equipo y le devolvió la sonrisa, y el segundo contribuyó a ganar la Liga.

Ahora, con el Balón de Oro en el bolsillo y presumiblemente también su segundo 'FIFA World Player', Ronaldinho afronta su gran reto, dirigir al Barca hacia la final de la UEFA Champions League que se jugará precisamente en París.