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Un orgullo llamado Vélez Sarsfield

AP

BUENOS AIRES -- El primer día que le pegué a una pelota de fútbol empecé a soñar. Por eso creo que en mi vida, Vélez representa los sueños. Los mismos que tomaron forma cuando arranqué a jugar en la prenovena.

La primera vez que me puse la camiseta fue a los 11 años. En esa época, los integrantes del club Ciclón de Jonte éramos los campeones de baby fútbol en la Capital y jugábamos en Vélez. Hacíamos intercambio con equipos de Uruguay. Debuté contra el campeón de Montevideo, un club llamado La Rinconada, y recuerdo que ganamos allá y acá.

A partir de ese momento uno seguía los estudios, porque era lo que deseaban los padres, pero tenía muy en claro lo que quería para mi vida. A los 14 años, cuando abandoné en el 2° año del Comercial, mi padre me preguntó: "Qué vas a hacer ahora?". Y le contesté tajante: "Voy a ser jugador de fútbol profesional". Y lo cumplí con la camiseta de Vélez.

Por eso siempre digo que, a pesar de no haber nacido hincha de Vélez, me hice hincha de Vélez. Los hinchas dicen que "los colores no se cambian", pero yo pienso que sí, por la simple razón que uno defiende una camiseta y termina familiarizándose, queriendo esos colores. Es lo que me pasó a mí con Vélez Sarsfield.

Yo nací a 10 cuadras del estadio, iba caminando a los entrenamientos. Viví hasta los 20 años en el barrio. Cuando debuté, me empezaron a mirar con otros ojos. Lógicamente, con aquel gol que le hice a Carrizo mi apellido tomó relevancia, y en ese mismo 1968 salimos campeones.

Hubo jugadores que me impresionaron, como Daniel Willington. El Cordobés llegó siendo un muy buen número 9 y terminó como estratega. El club empezó a tener una historia a partir de su primer título. Brillaron un arquero como José Miguel Marín, un central como Eduardo Zóttola, que tuvo la desgracia de lastimarse la rodilla, Luis Gallo, delanteros como Wehbe, Pichino Carone y el Pulga Ríos, un mediocampista muy poco reconocido por la gente, pero que nosotros valorábamos mucho su aporte.

Tampoco puedo olvidarme de un técnico como Osvaldo Bottini, responsable de las divisiones inferiores en los '60 y '70. Me enseñó fundamentos que apliqué a lo largo de toda mi carrera y que le inculqué a muchos de mis dirigidos. Aparte de ser muy buen formador, era un señor moralmente.

Me fui en el '73 y volví porque quería terminar mi carrera ahí, pese a las ofertas de River y Boca. Me querían en enero del '80 para jugar la Copa Libertadores, pero una pubalgia me lo impidió, así que regresé recién después de operarme en Francia, en junio de ese año.

Era un Bianchi completamente diferente al que había surgido en 1967. Tenía más experiencia, más frialdad delante del arco, menos velocidad, menos arranque, pero la inteligencia que suplantaba las deficiencias físicas.

Mi último partido, en 1984, fue contra Boca, el mismo rival del debut. Me fui de nuevo a Francia porque me vinieron a buscar las mismas personas que me habían llevado en el '73. Y al final de cuentas, terminé mi carrera honorablemente, haciendo bastantes goles.

Vélez me hizo una despedida muy linda. Me estaba muriendo, porque aunque uno puede morir a los 60, 70 u 80 años, la primera muerte verdadera del futbolista es cuando se deja de jugar. Es una gran pérdida.

LA CHANCE DE TOCAR EL CIELO
Pasé otros nueve años en Francia, para volver como técnico de Vélez. Tenía todo para perder. Sin embargo, al fútbol hay que jugarlo, no hay que pensarlo tanto. En el rol de DT, uno está más expuesto a los insultos. Ya dejamos de defendernos nosotros mismos y depositamos la confianza en los jugadores.

Afortunadamente, en esos tres años y medio extraordinarios me encontré con jugadores que, del primero al último, tenían muchas ganas de trabajar, de demostrar que existían, unas ganas bárbaras de ganar cosas. Teníamos líderes positivos como Chilavert o Trotta, que sabían muy bien lo que querían, poseían un gran sentido profesional y siempre tenían el consejo apropiado para sus compañeros.

Tengo presente la frase de un dirigente de Vélez, después de vencer por 2-0 a Español en mi debut como DT.: "No le ganamos a nadie". Ese pesimismo que tenía el hincha de Vélez hacía un poco más cuesta arriba las cosas.

Mi primer título como entrenador fue el Clausura '93. Lo festejamos un par de veces: la noche que nos coronamos, dejamos el hotel donde estábamos concentrados y nos fuimos de madrugada al estadio, con hinchas que se iban incorporando. Y el domingo, en cancha contra Independiente.

Ese día me di el gusto de invitar a los campeones del '68, porque aquella vez no habíamos dado la vuelta olímpica en la cancha de Vélez. Quería que todos esos futbolistas pudieran festejar, disfrutar y ser reconocidos, aunque sea 25 años después. Fue un placer enorme.

Que Vélez decidiera no participar de la Libertadores en 1968, por considerar que daba pérdidas, fue una gran decepción. Y lograrla en 1994 fue más que importante. Esa Copa la comenzamos a disputar sabiendo muy bien que no podíamos correr dos carreras a la vez. Recuerdo que discutí con un dirigente, al que le contesté: "El torneo local no me interesa, venimos de salir primero y segundo". Estaba seguro que el club necesitaba tener una historia internacional para lograr reconocimiento.

Formamos parte de un grupo dificilísimo, éramos el orejón del tarro al lado del Cruzeiro de Dida y Ronaldo, el Palmeiras de Luxemburgo, Rivaldo y Roberto Carlos, o el siempre importante Boca Juniors. Igualmente, terminamos primeros en la zona, una fecha antes. En el camino a la final nos cruzamos con Defensor, Minerven y Junior. En octavos y semis pasamos en definición por penales, pero siempre merecimos ganar.

La final contra San Pablo fue tremenda. Como me expulsaron y me encerraron con llave en el túnel, tuve que escuchar la última media hora por radio. Llegamos a la definición por penales y el doctor Coppolecchia vino para preguntarme la lista de ejecutores. Una vez que salimos campeones, me abrieron la puerta y terminé dando la vuelta con el vicepresidente Juan Carlos Gonzalez, porque los jugadores ya habían terminado. ¡Cómo me pesaban los zapatos en ese césped alto del Morumbí! Después de un festejo tremendo, ya empezamos a pensar en el viaje a Japón para enfrentar al Milan, que le habia ganado 4-0 a un Dream Team, como el Barcelona de Cruyff.

Me fui a Grecia a ver al Milan, contra el AEK de Atenas. Volví tranquilo: saqué como conclusión que de visitante los italianos no te juegan a ganar, sino que juegan a no perder. Y cuando vos estás seguro de ganar, te ganan ellos. Para el ambiente futbolístico, nosotros íbamos de punto. Sin embargo, estábamos convencidos de que si aplicábamos nuestro pensamiento, nuestra personalidad y si los nervios no nos ataban, le íbamos a complicar la vida al Milan.

En el vestuario del Olímpico de Tokio les pedí que seamos nosotros mismos, no teníamos que guardarnos nada. El equipo lo dio todo y de hecho no hice ningún cambio. Esa Intercontinental no la sufrí, estuve tranquilo. Y cuando expulsaron a Costacurta y Capello puso a Panucci por Savicevic, le dije a Ischia: "Están entregados". Ganamos 2-0, una diferencia inusual para este tipo de finales.

Uno ya empieza a ser consciente del logro en el estadio mismo, en el vestuario, donde se canta hasta que llega el silencio, porque están todos "muertos" de tanto festejar. Nos mirábamos con alegría, con satisfacción, esas caras que dicen mucho.

Además del recordado Jorge Guinzburg, hubo un grupo lindo de 40, 50 personas acompañándonos. No creo que nunca hayamos visto tantos hinchas de Vélez como a la vuelta, en el camino de Ezeiza al Amalfitani. También tuvimos el reconocimiento de simpatizantes de otros clubes, que veían a un equipo serio, generoso, que en dos años había hecho el recorrido ideal.

Fueron años de mucho trabajo. Lo bueno fue que ese mismo plantel se consagró en el Apertura '95 y, con pocos cambios, también en el Clausura '96.

El otro día, en la cena que dio comienzo a los festejos del centenario, se hizo un repaso por la actualidad de Vélez. Pensar que yo llegué en los '60, cuando el vestuario de techo de chapa estaba debajo de la tribuna de madera. Si llovía mucho, el agua pasaba y la ropa se nos mojaba. Hoy, la institución cuenta con un estadio hermoso, una escuela universitaria, una villa olímpica que debe ser la mejor del país y una presencia constante en los campeonatos. Haber aportado un grano de arena a esta historia, me llena de orgullo.

En esta fecha tan especial, a los hinchas de Vélez sólo les puedo dejar un mensaje:
"Provagar (proseguir el camino emprendido)".

Felicidades.