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El dramático momento de Barrios

Jorge Rodrigo La Hiena Barrios fue condenado a 4 años de prisión Fotobaires.com

El tema es legal; y dentro del terreno de lo legal y lo ilegal, de las estrategias de la defensa y de la fiscalía, es difícil aventurarse. La información rígida y concreta da cuenta de los detalles de un juicio que ha terminado, hasta ahora, con un dictamen: cuatro años de cárcel.

Pero el tema es también, humano. Jorge Rodrigo Barrios, tras haber protagonizado un episodio funesto -- embistió a un automóvil en Mar del Plata que, a su vez, embistió a la joven embarzada Yamila González que murió a causa del impacto -- es uno más de los muchos boxeadores que terminan o modifican su vida de éxitos y placeres en turbios momentos de oscuridad, cárcel y desgracia.

Fue en Mar del Plata, justamente, en donde Carlos Monzón fue hallado culpable de la muerte de Alicia Muñiz; y tras la sentencia, pasó a ser alojado a la cárcel de Batán. Cuando murió en un accidente en Santa Fe, estaba a punto de salir en libertad.

No es este el momento de historiar dramáticas historias.

Es el momento de recordar la primera vez que este periodista conoció a Rodrigo: él tenía 16, 17 años. Quería boxear. Era hijo y sobrino de boxeadores. Lo llamaban El Ratón. Tenía sed de gloria y hambre de aprendizaje. Quería ver viejos videos de viejos boxeadores para sacar lecciones. Parecía haber nacido con los guantes puestos.
Su risa, sonora, casi agresiva, contagiosa y permanente, le llevó a cambiar de apodo. Fue Mariano Del Águila quien lo rebautizó La Hiena y de esa manera, El Ratón quedó en el olvido.

Se hizo rápidamente amigo de todos. Se crió prácticamente en la calle, cuando no recibía tremendas palizas de su madre. Su padre, alguna vez, llegó a negarlo como hijo. "Yo no tengo hijos", comentó en un gimnasio de boxeo, sin darse cuenta de que, a unos metros, Rodrigo lo estaba escuchando.

De la mano de Horacio García, uno de los descubridores de Víctor Galíndez, fue ascendiendo. "García, El Viejo, como lo llamaba yo, me enseñó todo, todo; y se que en la vida no hay que fiarse de nadie", dijo alguna vez

Detrás de la risa sonora y de los ojos siempre alegres, se ocultaban muchas penas. Fue abusado de niño, aprendió de la calle y en la calle conoció la droga.
El boxeo apareció, en su vida, como un puente que podía salvarlo del infierno: guapo, corajudo, hablador, desafiante, fanfarrón, poco a poco, Rodrigo empezó a vestirse tan seguido de La Hiena que el personaje terminó por ocultar al hombre.

Rodrigo es un tipo sencillo, amante de sus hijos, lleno de códigos, enamorado de su boxeo. Rodrigo fue a la escuela ya de grande, para forjarse una vida mejor, y decidió hasta estudiar márketing para salir adelante.

Rodrigo es el que, una vez, lloró como un niño, porque la Federación de Box lo desconoció como campeón argentino. "De chico yo me dibujaba con un cinturón de campeón, ha sido la ilusión de mi vida, y ahora me la roban", dijo a los cuatro vientos.

Rodrigo fue el mismo que, una vez, convocó a todo su grupo de trabajo en su habitación de Miami para decirles: "Esta noche, cuando yo pelee con Popó Freitas, está prohibido tirar la toalla. Si tengo que perder, dejaré la vida en el ring". Y, efectivamente, perdió, bañado en sangre y gloria en una pelea extraordinaria.

La Hiena, en cambio, le fue devorando el corazón y los minutos. La Hiena, la de la sonrisa agresiva, la de los boliches nocturnos, la de la farándula mal entendida, la de la violencia doméstica, la de las madrugadas excitadas y las noches sin silencios. La Hiena comenzó a crecer en la medida que Rodrigo, el boxeador, comenzaba a dejar de serlo. Barrios nunca se recuperó de la derrota ante Freitas, y aunque tuvo momentos de brillo, no llegó a despegar ya del todo. Aún cuando fue campeón mundial de la Organización Mundial de Boxeo ante Mike Anchondo, cuando ganó la corona en la balanza. También fue el primer argentino en perderla en la báscula ante Joan Guzmán.
La Hiena le ganó la partida a Rodrigo. Alguna vez, tomando un breve café en Miami, García nos dijo: "Quiero que sea un nuevo Gatica ante Popó, rotando la cintura, castigando abajo, sin dar treguas".

La mención de Gatica nos caló hasta el alma. Gatica, José María Gatica , es el símbolo en la Argentina de la tragedia del boxeador: origen humilde, luego el éxtasis del triunfo, la fama y el poder y luego la dramática caída.

Como Gatica -- a quien siempre admiró de todo corazón-, Barrios también supo de las excentricidades: una vez alquiló una limusina blanca para ir a una fiesta de los periodistas de boxeo, y no tuvo mejor ocurrencia que, además, lucir un estrepitoso jaquet rojo chillón. Como Gatica. De la misma manera que subir al ring con los anteojos ahumados puestos y bailando desenfrenadamente, se convirtió en su marca registrada.

Sí, La Hiena en el ring era una cosa seria, un atrevido canto a la pelea franca, áspera y sin pasos atrás y sin toma de prisioneros, un espectáculo que podía llegar a ser bárbaro y sangriento, drama y explosión puras.

Sí, Barrios, Rodrigo, era el que en la vida de todos los días, se podía sentar a tomar unos mates con los amigos y hablar de temas perdidos.

Pero... La Hiena, fuera del ring, se ganó enemigos, mala prensa, fue una hiena acorralada. Cuando se conoció la sentencia, un huracán de gritos, insultos, llantos y quejas de la familia de la mujer muerta, obligó a cancelar la ceremonia, en medio de empujones, llantos, sillas corridas y gestos estremecidos.

La Hiena, esposado, acorralado, salió por una puerta lateral, rumbo a la cárcel.

Seguramente en ese momento debe haberse acordado de cuando era apenas Rodrigo, el chico que soñaba con ser campeón de boxeo, sin saber que, además, lo esperarían muchos fantasmas y tentaciones en el camino.

Si, Rodrigo quiso ser campeón de boxeo y lo fue, aunque para ello se transformó en La Hiena.