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Maradona se convirtió en Dios

BUENOS AIRES -- El partido más trascendente en la carrera futbolística de Diego Maradona se disputó el 22 de junio de 1986, bajo un sol hiriente en el mediodía mexicano cuatro años y ocho días después del enfrentamiento argentino ante los ingleses en la guerra por las Islas Malvinas.

Maradona subió en esa jornada a un pedestal reservado para un puñado de ídolos populares argentinos y no bajó nunca más.

El pibe de oro estaba cerca de cumplir los 26 años, llevaba casi diez como profesional y le quedaba cuerda todavía para once temporadas más de regates y polémicas. Ese día quedó trazada la línea entre el antes y el después en su carrera.

Cuando se jugaban 51 minutos de un partido de cuartos de final en ese Mundial de México, Maradona no encontró mejor manera de superar en un salto al gigante portero inglés Peter Shilton que estirar su brazo izquierdo para darle un puñetazo al balón.

Gol. ¿Gol? Sí, gol. Porque el árbitro tunecino Alí Bennaceur señaló el centro el campo y se mantuvo firme en su decisión pese a las protestas de los jugadores dirigidos por Bobby Robson, y pese a estar evidentemente algo aturdido y desorientado.

Hubo sorpresa, confusión. Delirio en un sector del estadio colmado por 114.000 personas e indignación en otros. Aquel gol ilícito quedó lacrado como una muestra inigualable de la colección de transgresiones de una personalidad del deporte que ha desatado por igual idolatría y rechazo.

"Cuando pienso en Inglaterra, no puedo sacarme de la cabeza a los pibes que murieron en la guerra de las Malvinas", había dicho Diego días antes del aquel encuentro. Horas después del partido, cuando el asunto ponía rojos de bronca a los ingleses y a los defensores del "fair play", Maradona dijo que había marcado el tanto "con la mano de Dios".

Pero cuatro minutos después de aquel hecho insólito, Diego mostró al mundo indignado su obra cumbre. El gol más bello en la historia de los Mundiales.

La jugada duró 10 segundos, en los que Maradona recorrió 60 metros con el balón dominado, eludió a seis jugadores ingleses y lo tocó suavemente ante la salida de Shilton. No han sido pocos los que aseguraron que aquel gol blanqueaba el anterior.

"Sufrí el gol más bonito que a uno le pueden hacer. Hasta lo sufrí como amante del gol que soy, porque debe ser el mejor de la historia de los Mundiales", dijo al día siguiente el goleador inglés Gary Lineker.

"Hice toda la jugada para pasarte la pelota, pero me encerraron y no tuve otra alternativa que seguir", comentó Maradona a Jorge Valdano en el vestuario.

"No lo puedo creer", atinó a decir éste. "Hizo todo lo que hizo y además pudo ver que yo iba por la izquierda del ataque. No lo puedo creer", se indignó en su alegría el propio Valdano.

Antes de aquel partido inolvidable, había brillado en el debut frente a Corea del Sur, en el que sufrió la violencia de los rivales como en ningún otro juego del Mundial y en el choque frente a Italia, en el cual convirtió su primer tanto.

Maradona decoró su faena en aquel Mundial con dos goles a Bélgica en las semifinales -para muchos aquella actuación fue aún mejor que la de Inglaterra, pero ya sin el rival más odiado- y con otra genialidad en la final ante Alemania.

En esa ocasión el jugador símbolo del fútbol de Argentina midió magistralmente el espacio y la situación para meter un pase antológico a Jorge Burruchaga, también en el Azteca, cuando el partido estaba igualado 2-2 y faltaba muy poco para el pitido final del árbitro brasileño Romualdo Arpi Filho.

"Burru" tocó la pelota con clase, el guardameta Schumacher quedó desairado, el resultado quedaba consagrado con un 3-2 para el equipo albiceleste y minutos después Maradona alzó la segunda Copa del Mundo lograda por los argentinos en la historia.

Hoy todo el país se acuerda de Diego besando esa copa. Y lo añora. Como añora a Maradona, 10 años después de su retiro.