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Historia de los Juegos Olímpicos: Helsinki 1952

Tras ganar la maratón, Emil Zatopek besa a su esposa Dana Zatopkowa, que se llevó el oro en jabalina Getty Images

BUENOS AIRES -- Helsinki, la capital de la pequeña Finlandia, logró, por fin, su sueño: albergar los Juegos Olímpicos. Desgraciadamente, en 1952, no llegaron en el momento más floreciente de su poderío deportivo, o sea entre 1920 y 1940, años en que sus atletas se cubrieron de gloria.

De todas formas, a pesar de la libertad condicionada en que se hallaba el país y los cambios provocados por la guerra, los finlandeses seguían apasionados por el deporte y le dieron un digno marco a la más grande competencia del mundo.

En 1938, ante la renuncia de Tokio a organizar los Juegos de 1940, Helsinki se preparó a realizarlos y su Estadio Olímpico ya estaba construido para esa época. Sólo debieron agregar tribunas de madera para elevar la capacidad de 50.000 a 70.000 personas.

Siete años después de la guerra, reaparecieron Alemania y Japón. En cambio, no concurrió China, porque el Comité Olímpico Internacional reconoció a la isla de Formosa, hoy Taiwan. Pero la gran novedad fue la incorporación de la Unión Soviética. Hasta 1912, la Rusia de los zares participó. Desde la revolución de octubre de 1917, los soviéticos permanecieron encerrados en sus inmensas fronteras e, inclusive, rechazaron la invitación de Londres 1948.

Los políticos soviéticos descubrieron que el deporte constituía un excelente y enorme aparato de propaganda. Para participar exigieron precauciones desmesuradas. Por ejemplo, evitaron que sus atletas pudiesen entablar relación con los de los demás países.

La principal de esas exigencias fue que la delegación no se alojase junto con las de los otros países en la Villa Olímpica del barrio de Käpylaä, una especie de colonia de 14 edificios, que luego se vendieron a familias modestas. Ante esta situación, se montó otra villa, construida de acuerdo con sus especificaciones, rodeada con un cerco doble de alambradas de púas, celosamente custodiada, con la prohibición expresa y rigurosa del ingreso a los extraños de la delegación, entre ellos la prensa y los fotógrafos.

FINLANDIA HONRÓ A SUS HÉROES
Finlandia se vengó del COI en la ceremonia inaugural. Un secreto muy bien guardado era quiénes iban a ser los dos últimos relevos en transportar el fuego olímpico.

De pronto, ingresó al estadio un hombre calvo, cincuentón, algo grueso, llevando en su mano derecha la antorcha. El elegante y rítmico trote era inconfundible. "Nurmi", gritaron los 70.000 espectadores. "Nurmi", dijeron los asombrados y pálidos dirigentes del COI, que en Los Angeles 1932 le habían impedido finalizar su extraordinaria trayectoria, al no permitirle participar en la maratón, acusado de incurrir en profesionalismo.

Nurmi pasó la antorcha a Hannes Kolehmainen, el gran campeón de Estocolmo 1912, quien por entonces tenía 62 años. El se encargó de encender el pebetero, que estaba en la cumbre de una gigante torre de 72,71 metros, distancia que lanzó la jabalina Matti Jarvinen para ganar el oro en Los Angeles 1932. Así, Finlandia honraba a sus héroes.

LA LOCOMOTORA HUMANA
En la tierra de los grandes fondistas, un checoslovaco conmovió al mundo con un increíble hito: en apenas seis días, ganó las medallas de oro en los 10.000 y 5000 metros, para cerrar su trilogía de éxitos con un triunfo por demolición en los 42.195 kilómetros de la maratón.

Emil Zatopek corría como si aguantase la tortura de haber sido maldecido, haciendo pivotar violentamente los brazos a través de su torso torcido, mientras que un rictus desfiguraba el rostro, donde la boca abierta, desformada por el esfuerzo, parecía buscar con desesperación el oxígeno perdido.

La imagen de Zatopek era la de un hombre en agonía corriendo con una soga alrededor de su cuello y con la mirada puesta en los cielos esperando una mano misericordiosa. Pero, para contrarrestar ese evidente sufrimiento, contaba con el bombear de sus robustas piernas, capaces de conducir al teniente del ejército checoslovaco al triple éxito más asombroso de la historia del atletismo y de los Juegos Olímpicos.

Emil, que decía que su rostro refleja simplemente una representación exterior del esfuerzo que producía y no de una manifestación de sufrimiento, no era ningún extraño a los Juegos. Ganó los 10.000 en Londres y quedó segundo en los 5.000, a un metro del belga Gastón Reiff.

COMIENZA EL SHOW
Esta vez, en los 10.000, Zatopek mejoró su propio expediente olímpico, con 29 minutos 17 segundos. El argelino francés Alain Mimoun llegó 15.8 segundos más tarde. Acababa de comenzar el gran espectáculo de "La locomotora humana". Cuatro días después debió enfrentar los 5000, la que fue considerada "La carrera del siglo".

Tenía una cuenta pendiente con el belga Reiff. Pero además, estaban, sin excepción, todos los especialistas en esa distancia, encabezados por el británico Gordon Pires. El nerviosismo era tanto que se produjo una partida en falso. Zatopek tomó la delantera, luego lo hizo el alemán Schade.

La larga fila se fue estirando. A los 3000 metros Reiff tomó la iniciativa. El checoslovaco no le dejó tomar distancia y el belga se retrasó a dos vueltas del final. Delante de Zatopek iban Minmoun, Schade y el inglés Chataway, que mordió el borde de la pista y se cayó al ingresar en la definición.

Zatopek se abrió, hizo un postrero esfuerzo, en su rostro apareció el característico rictus, avanzó vertiginosamente. El aliento surgió desde las tribunas: "Zato...peck". "Zato...peck". Voló hasta destruir el récord olímpico, con 14:06:6, escoltado por Mimoun, a apenas ocho décimas de segundo.

DOBLE ALEGRÍA Y OBRA MAESTRA
Su alegría será doble en esa jornada. Mientras se desarrollaba la prueba, su esposa Dana Zatopkowa conquistó el oro en el lanzamiento de la jabalina. De esa manera, ambos con 30 años de edad (habían nacido el mismo día y el mismo año) subieron, uno atrás del otro, a lo más alto del podio.

Pero faltaba la culminación de su obra maestra. Dos días después venció en la maratón. A partir de los 10 kilómetros se constituyó en el más notable de los monólogos. No tenía rivales. Cuando llegó al estadio, lo recibió una apoteótica ovación. El cuarteto de velocistas de Jamaica lo puso sobre sus hombros, mientras el Estadio Olímpico se estremecía. Había batido la marca olímpica. Tras dos minutos y medio, el argentino Reinaldo Gorno cruzó la meta en segundo lugar.

En Melbourne 1956, convaleciente de una operación de hernia, fue sexto. Entre 1949 y 1954, superó 18 veces la plusmarca mundial en los 5.000, 10.000, 20.000 y 25.000 metros; en las 6, 10 y 15 millas. Y en su palmarés se destaca que fue el primer corredor en el mundo en superar el límite de los 29 minutos en los 10 mil metros, con 28:54:1, en 1954. Fue elegido como el mejor deportista del mundo en 1949, 1951 y 1952 y en 1975 recibió el trofeo "Juego Limpio Pierre de Coubertin".

Los éxitos deportivos lo hicieron elevar su situación en el ejército de su país. Pero su carrera militar terminó abruptamente, al ser degradado. Ese hombre de espigada figura y alto sentido nacionalista demostró su fuerza de voluntad y su férreo carácter al enfrentarse al régimen soviético que invadió Praga en 1968. La oposición que mostró junto con otros atletas lo llevó a pasar seis años de trabajos forzados en una mina, pero ni eso disminuyó sus ideales. Todo un ejemplo.

EL MILAGRO DE UN PASTOR PROTESTANTE
La guerra fría se había trasladado a los Juegos. Los soviéticos no intercalaban una palabra con sus rivales. Tras dos días de competición se produjo el gran cambio. El responsable fue el pastor protestante Bob Richards, doctor en teología, que, en la final de salto con garrocha se acercó al soviético Piotr Denissenko y lo felicitó cuando esté pasó la varilla ubicada a 4.20 metros.

Ese gesto del pastor norteamericano rompió el silencio. Richard, que decía: "Soy el único sacerdote que intenta llegar al cielo por sus propios medios", ganó la medalla de oro con 4.55 metros, récord mundial, y los primeros en saludarlo fueron los tres soviéticos que participan en la prueba. La comunicación entre los atletas había ganado su primera batalla.

En la final de los pesos pesados de boxeo, el sueco Ingemar Johansson, impresionado por su adversario, el norteamericano Edward Sanders, que había superado a sus rivales con enorme facilidad en las peleas anteriores, prefirió evitar el combate y se pasó todo el tiempo dando vueltas alrededor de Sanders.

Los jueces lo descalificaron por falta de combatividad y no recibió su medalla de plata. Curiosamente, el sueco tuvo una brillante carrera como profesional, hasta ganar el título mundial de los pesados frente al norteamericano Floyd Patterson en 1959. El COI, en 1982, le entregó aquella medalla de plata.

EL PRIMER ORO BRASILEÑO
Nadie lo conocía. Se decía que había batido en Brasil el récord mundial de salto triple. Muchos dudaban de la veracidad de esa información y no lo tomaron en serio hasta que lo vieron al saltar. Las zancadas de las largas piernas del moreno, semejantes a las de un canguro, impresionaron y la multitud se dio cuenta que se encontraba ante un talento. Adhemar Ferreira da Silva superó dos veces consecutivas su propio récord, hasta llevarla en su último intento hasta la prodigiosa marca, para esa época, de 16.22 metros.

En Melbourne 1956 volvió a obtener el oro. En 1959 encarnó a la muerte en la famosa película Orfeo Negro, que ganó la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes. Oro en el deporte, oro en las artes. Si Coubertin hubiese vivido habría exclamado: "¡Alcanzó el supremo ideal olímpico!"

DATOS COMPLEMENTARIOS
La hazaña de Capozzo y Guerrero
Los unió la casualidad, hasta lo obligaron a uno de ellos y de esa unión surgió una hazaña. El 25 de julio de 1952, el remo conquistó un oro que se mantuvo vigente durante 52 años, 13 ediciones, como la última medalla dorada de Argentina conseguida en los Juegos Olímpicos hasta Atenas 2004, donde el básquetbol y el fútbol quebraron ese doloroso récord.

Pero ese récord no produjo la hazaña de Tranquilo Cappozzo y Eduardo Guerrero, dos singlistas capaces de dejar de lado sus diferencias personales, subirse a un improvisado doble scull en una vetusta embarcación y cubrir de gloria al deporte de su país.

Capozzo tenía 32 años, casado, dos hijos, trabajaba para mantenerlos, cuarto en Londres en el single scull, anunció su retiro.

Guerrero, de 22, era un dandi, noctambulo y rechazado en dos clubes de remo por su indisciplina. Los dirigentes le solicitaron a Tranquilo que continuase y teniendo como compañero a Guerrero en un doble scull, la respuesta airada de Capozzo fue: "Con ese loco, jamás".

Dejemos que recuerde Guerrero: "Nos unimos por casualidad. El Tano, alto, fornido y rubión, sumamente exigente y a punto de retirarse, aceptó al fin la bohemia de mi juventud. Admití sus indicaciones. No había una flota. En San Nicolás había una embarcación muy deteriorada. La emparcharon y así nos fuimos para Helsinki".

"Cuando llegamos encontramos que todos los equipos tenían dos botes cada uno para competir y nosotros sólo uno y pesaba 36 kilos contra los 25 de los demás. Para colmo, el nuestro se desganchó de la grúa en el puerto y al caer sufrió averías. No teníamos ni un carrito o un eje de repuesto. En la primera serie se me rompió un apoyo y los rusos nos ayudaron a arreglarlo.

"Nos clasificamos para la final, sabiendo que éramos más que los otros, aunque teníamos temor de perder. Pero Tranquilo me transmitía seguridad. Era firme, no fallaba en ese sentido. Y ganamos con demasiada comodidad. Y recuerdo su apretón de manos del final. Y esa fue la última oportunidad que competimos juntos".

Capozzo falleció en 2003, a los 85 años, y se cumplió su deseo que sus cenizas fuesen arrojadas al Río Luján. El acto se realizó frente al Monumento al Remero, en Tigre, con la presencia de Guerrero. A pocos metros de allí, en el Museo Naval de Tigre, el viejo bote averiado descansa y es testigo viviente de aquella epopeya.

Otros hechos destacados
Además del oro de Cappozzo y Guerrero, la Argentina obtuvo dos medallas de plata: una a través del sensacional maratonista Reinaldo Gorno, a quien sólo un superdotado como Zatopek le impidió la victoria, y la otra del boxeador semipesado Antonio Piacenza. El pesista superpesado Humberto Selvetti y el boxeador semiliviano Eladio Herrera conquistaron el bronce.

*En plenos Juegos, el 25 de julio, falleció Eva Duarte, esposa del presidente Juan Domingo Perón, y la delegación puso luto en la bandera, que Eva Duarte había donado para ser llevada por Delfo Cabrera, que fue sexto en la maratón, en las ceremonias de apertura y clausura.

*Uruguay obtuvo dos medallas de bronce. Una en el remo, doble scull, y la otra en el básquetbol, detrás de Estados Unidos y la Unión Soviética. El partido por el tercer puesto con la Argentina y Uruguay fue pleno de incidentes. El árbitro cobró faltas personales a granel, Argentina finalizó el partido con cuatro jugadores, y Uruguay, con tres. Los uruguayos ganaron por 68 a 59 y se quedaron con el bronce.

*La medalla de oro en fútbol fue para Hungría, quien contaba en sus filas con las figuras de Sandor Kocsis y Ferenc Puskas y con casi los mismos jugadores que dos años más tarde fueron subcampeones mundiales. Puskas integró junto con Alfredo DiStéfano, Francisco Gento y José Héctor Rial el glorioso Real Madrid que creó Santiago Bernabeu en las décadas del 50 y del 60.

* En ciclismo, en la prueba de ruta, llegó noveno un joven francés llamado Jacques Anquetil. Además obtuvo la medalla de bronce en la especialidad contra reloj por equipos. Años después ganó cinco veces el Tour de France y se constituyó en uno de los ciclistas más importantes de la historia.

*En atletismo se superaron 20 récords olímpicos y seis mundiales. Sólo quedaron vigentes las marcas olímpicas de Jesse Owens de los 100 y 200 metros y de la posta 4 por 100. En el total de las competencias, 100 registros olímpicos y 15 mundiales pasaron a mejor vida.

Eduardo Alperín fue columnista de ESPN.com por 16 años. Falleció el pasado 25 de abril.