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Lo había dejado todo

LONDRES -- No habían pasado dos horas desde su derrota frente a Roger Federer, en la cancha central, y Juan Martín del Potro ya estaba parado frente a la línea del Court 2 de Wimbledon para enfrentar el duelo de dobles mixto junto con Gisela Dulko. Los rivales de turno eran los estadounidenses Lisa Raymond y Mike Bryan, terceros en la preclasificación, y la incógnita real era si el tandilense pagaría el esfuerzo físico que le llevó su caída ante el número uno del mundo. No pudo ser: cayeron 6-2 y 7-5.

El ritmo del partido pareció dar la primera respuesta. Después de casi 4 horas y media de vértigo galopante, al argentino le esperaban un saque accesible (de parte de sus dos contrincantes), sólo media cancha por cubrir y una bola que iba y venía sin demasiada potencia, más las bandas para atacar en caso de ser necesarias. El contraste por marco y contenido con el partido anterior resultaba casi cómico, un poco como esa vuelta a la cancha que dan los futbolistas tras un partido, para distender los músculos y bajar el ácido láctico.

Pero Del Potro no era Del Potro. Al menos al principio, allí parado, no lo era. La cuestión fundamental tiene que ver con que normalmente, en el nivel ofrecido, es imposible que el tandilense deje de hacer diferencias. Su velocidad de pelota es superior a la de cualquier doblista especializado (algo que se puede decir de la mayor parte de los tenistas de élite). Su saque es más lacerante, juega con otra profundidad. Lo único que debía hacer para generar desequilibrio era encontrar su ritmo de siempre.

Pero los puntos avanzaban, el desastre se iba amontonando y la evidencia arrojaba un solo resultado: lo dicho, Del Potro no era Del Potro. Mientras los altoparlantes del club anunciaban los reacomodamientos de cancha que había provocado su eterno partido contra el número uno, él se dedicó a acompañar un primer set de catástrofe pegando a media máquina.

No pareció ser mucho lo que le restó después de un esfuerzo físico gigantezco en busca de la final de singles. Previsiblemente pesado de pierneas, le costó moverse, pegó varias pelotas largas o fuera de centro y nunca llegó a atacar afirmado como acostumbra. El primer set, para colmo, lo vio perder su servicio antes que nadie, algo que empezó a inclinar la aguja de la confianza hacia el lado de la dupla norteamericana.

A su lado, Dulko tampoco aportaba soluciones diferenciales (algún globo inteligente, alguna volea corta para ganar puntos; muchos errores desde la base) y los rivales -para nada tontos- seguían buscándola, evitando que Delpo pegara y encontrara su ritmo habitual.

Psicológicamente el argentino tampoco parecía demasiado metido en el juego. En una cancha semivacía, que ni siquiera tenía la posibilidad de aplicar el ojo de halcón, el primer set voló tras dos quiebres contra ninguno. Fue 6-2, en algo más de 20 minutos.

La segunda manga pareció ir acomodando un poco los papeles de la lógica. La pareja argentina buscó más a Raymond -mientras Bryan hacía lo posible por ocupar todos los costados de la cancha- y Del Potro, probablemente menos entumecido después de haber entrado en calor, fue ajustando un poco la mira de su drive. También se afirmó desde sus voleas en la red.

Igual sólo alcanzó para ir llevando el marcador parejo hasta la recta final. La pareja argentina empezó el segundo set recibiendo y estuvo permanentemente abajo en un parcial que llegó al 5-6 sin quiebres. Dulko no pudo sostener su último servicio. Se perdió. "Otra vez", habrá pensado Del Potro. Se acabó todo.

Entre el recuerdo de Sabatini, Frana-Miniussi y Suárez-Tarabini, Seúl, Barcelona, Atenas, la vieja gloria olímpica y las medallas que no llegan en Londres, se cerró una tarde de derrotas opuestas en su circunstancia pero igual de dolorsas en su consecuencia. Fue tristemente, otra tarde sin esperanza a la vista para el tenis nacional.