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Historia de los JJ.OO. - Moscú 1980

BUENOS AIRES -- Sea a quién sea que se le pregunte sobre los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, la respuesta siempre será la misma: "Los Juegos del boicot". Una de las tantas intromisiones políticas en la trayectoria olímpica, que en esta oportunidad destruyó las esperanzas y los esfuerzos de cerca de 1.500 atletas, al no participar 62 países de los 143 reconocidos hasta ese momento por el Comité Olímpico Internacional.

Una novela, mezcla de amor y odio, une la designación de la sede con el definitivo boicot. El 22 de octubre de 1974, día anterior a la elección de la sede, el periódico londinense Daily Mirror publicó: "Un pacto secreto entre Richard Nixon y Leonid Brezhnev, en apoyo a la política de distensión, asegura que mañana Moscú será elegida como sede contra Los Angeles, su única rival".

A la hora de sumar los votos, el resultado le daba veracidad a lo publicado por Daily Mirror, cuya versión nunca fue desmentida, porque Moscú obtuvo 48 votos y Los Angeles sólo 12. Pero, cinco años más tarde, el 25 de diciembre de 1979, la Unión Soviética invadió Afganistán y la distensión se transformó en enemistad.

El presidente Jimmy Carter declaró en enero de 1980: "Ir a los Juegos Olímpicos de Moscú sería como poner un sello de aprobación a la política exterior de la URSS. El COI debería cambiar la sede". La respuesta del titular del COI, Lord Michael Killanin, fue contundente: "Sólo una Tercera Guerra Mundial puede impedir que Moscú sea la sede".

La situación estaba al rojo vivo. En los primeros días de mayo, casi a dos meses de la inauguración, Killanin entrevistó la Brezhnev en el Kremlin y, luego, a Carter en la Casa Blanca. Este último, le expresó: "O retiran las tropas... o retiro a los atletas". No hacían falta más palabras. El boicot estaba declarado.

El 24 de mayo vencía en el plazo de inscripción y el problema era para cada Comité Olímpico Nacional. El Consejo Olímpico Europeo recomendó acudir, pero sin banderas ni himnos. Hubo reacciones en pro y en contra. Gran Bretaña, Francia, Holanda, Dinamarca, Suecia, Suiza, Grecia, Austria e Italia decidieron participar en esas condiciones.

La República Federal de Alemania, Bélgica, Finlandia, Japón y China se adhirieron a la no asistencia y España concurrió como apoyo a la candidatura de presidente del COI del catalán Juan Antonio Samaranch. En tanto, Australia dio libertad a sus atletas de decidir individualmente ir o no ir.

De Latinoamérica asistieron Cuba, México, Brasil y Venezuela, entre otros, mientras que la Argentina se unió al boicot. La URSS, por su parte, subvencionó el traslado a varios países para tratar de reclutar la mayor cantidad de participantes. De esa manera, consiguió totalizar 81, contabilizando a los del bloque europeo oriental, pero ese total se redujo a 80, porque Liberia se retiró después de la ceremonia inaugural. Lo que no pudo recuperar fueron los ingresos perdidos por el retiro de sponsors y la falta de turistas.

AL FIN LOS JUEGOS A MOSCÚ
Allí estaba en la capital del comunismo. En la Plaza Roja, disfrutando las maravillas de la arquitectura del Kremlin, del metro, del teatro Bolshoi, del circo ruso, de navegar por el río Moscova y, a la vez, de sentirme vigilado desde la llegada al aeropuerto hasta la salida de él, pasando por el hotel, los paseos previos, la sala de prensa y los escenarios deportivos.

"Modestia y comodidad" era el lema de los organizadores. El Estadio Lenin, construido 30 años antes, remodelado para esta ocasión, se constituyó en el Estadio Olímpico, con capacidad para 103.000 espectadores.

La ceremonia inaugural fue maravillosa. Un enorme ballet cubrió el campo y puso en evidencia la plasticidad de sus movimientos, al son de una cautivante música. Una multitud de gimnastas, con vestimentas tradicionales de las repúblicas que conformaban la Unión Soviética, brindaron una sensacional exhibición, en la que reinó la perfección, la destreza y una impactante sincronización.

Y junto a todo eso, como contraste de las 18 delegaciones desfilando detrás de la bandera olímpica, los pobladores de una de las tribunas formaron la imagen de la mascota, el simpático osito Misha, para poner el color y el calor faltante por la carencia de turistas.

SALNIKOV, ZAR DE LA NATACIÓN
Era inevitable la pregunta al término de cada prueba: ¿Si hubiera estado...?. Las dudas del valor de cada medalla constituían un tema siempre presente. Pero, ante el nadador Vladimir Salnikov esa pregunta ni esa duda entraron en juego, porque lo suyo nadie lo habría podido superar.

El soviético de 20 años, hijo de un marinero de Leningrado, nadó los 1.500 metros, con parciales menores a un minuto para los 100 metros, y clavó el reloj en 14m58s27. ¡Adiós a la barrera de los 15 minutos! Algo considerado imposible en esa época, cuyo record mundial estaba en 15m02s40.

Dos días después, Salnikov se impuso en los 400 metros y, luego, integró la posta 4x200 para redondear tres medallas de oro. La pena fue que, con 20 plusmarcas en su poder, el boicot de Los Angeles, cuatro años después, no le permitiera continuar demostrando su indiscutida superioridad.

ESPERADA CONFRONTACIÓN
Las 800 y 1.500 metros de atletismo eran competencias que tenían a los dos mejores especialistas del momento: los británicos Sebastián Coe y Stephen Owett. Se aguardaba con enorme interés esa confrontación. En 1979, Coe se hizo dueño de ambas marcas mundiales y la de la milla. A principios de 1980, Owett mejoró la de 800 y la de la milla e igualó la de 1.500.

El desarrolló de los 800 metros resultó extraño. Coe cubrió la primera vuelta a la pista en el último lugar, sin advertir que los parciales eran demasiado lentos. Cuando produjo la levantada ya era tarde y no pudo alcanzar a su rival, que lo superó por 25 centésimas.

"Corrí la peor carrera de mi vida. En un minuto y medio cometí más errores que en toda mi trayectoria. Justo fui a elegir esta carrera para hacerlos", declaró un desilusionado Coe en la conferencia de prensa. Pero, seis días después, esa pesadumbre se iba a convertir en euforia, cuando, con una táctica perfecta, se impuso en los 1.500 metros, Owett quedaba tercero a 59 centésimas y la batalla se consideró igualada.

EL ADIÓS DE NADIA
En medio de controvertidos arbitrajes, se produjo la despedida de una Nadia Comaneci, ya convertida en mujer, distante físicamente a la niña de Montreal y carente de aquella espontaneidad que subyugó al mundo. Se cayó de las barras asimétricas, pero la parcialidad fue evidente en la puntuación, cuando conquistó brillantemente el oro en el suelo y en equilibrio. La indignada prensa rumana escribió: "Nadia fue desvalijada por jueces sinvergüenzas".

Cada Juego tiene lo suyo. La aparición del decatlonista Francis "Daley" Thompson, tres veces campeón olímpico. Al alemán oriental Waldemar Cierpinski, que igualó la hazaña de Abebe Bikila al ganar la maratón por segunda vez consecutiva. Al boxeador cubano Teofófilo Stevenson o el gimnasta soviético Aleksandr Dityati, el primer poseedor de ocho medallas en un mismo Juego (tres de oro, cuatro de plata y una de bronce) y el primer hombre que obtuvo una calificación de diez puntos en ese deporte.

También cada Juego posee sus anécdotas. Como el soberano golpe de manga del garrochista polaco Wlasdeslaw Kozakiewicz al público, apenas triunfó y en respuesta por sus constantes abucheos. O el fallo de la ajustada final de los 100 metros femeninos, que determinó que el pecho de la soviética Kondraieva había tocado la línea de llegada antes del de la germana oriental Gühr. Cómo no iba a ser así, si los senos de la soviética eran más prominentes.

Finalmente, Moscú se preparó para ser un recuerdo en la historia de los Juegos Olímpicos. Su tiempo se había extinguido. La ceremonia de clausura tuvo la dulzura de una amigable despedida. En el tradicional cambio de sedes no figuró la bandera de Estados Unidos por decisión propia. En cambio, permitió que ondease la de la ciudad de Los Angeles junto a la Grecia y la del Comité Olímpico.

Cuando la llama olímpica se apagó, la imagen del simpático osito Misha derramó una conmovedora lágrima. En ese momento, me pregunté: ¿Esa lágrima será por la emoción de la despedida o por los atletas ausentes y los que no estarán en Los Angeles? A esa altura, Misha y yo no dudábamos del próximo boicot.

DATOS COMPLEMENTARIOS:
EL OBLIGADO ADIÓS DE STEVENSON
Terminaba el tercer round de la final de los pesos pesados en el ring del Palacio de los Deportes. Apenas sonó el gong anunciado el final del combate, el soviético Pyotr Zaev festejó levantando los brazos, a pesar de tener conciencia que el oro era para su rival. Zaev estaba feliz por haberse mantenido de pie ante el más grande boxeador amateur: Teófilo Stevenson.

El cubano, nacido en Puerto Madre, provincia de Las Tunas, de 1,90 metros de estatura y 93 kilos de peso, era el terror de la categoría. Poseedor de una derecha fulminante había mandado a la lona a todos sus adversarios desde su aparición en Munich 1972 y lograba su tercer oro consecutivo en Moscú a los 28 años de edad.

Una vez más sonaron las sirenas de los promotores ofreciendo millones de dólares para que se hiciera profesional. Como ocho años antes, respondió: "Por nada del mundo me haré profesional. La Revolución me hizo boxeador y a ella me debo".

En Los Angeles el boicot le negó la oportunidad de poder hacerse dueño de un cuarto oro. Para demostrar que sus aptitudes estaban vigentes, en 1986 se consagró nuevamente campeón mundial. Después, el retiro, dejando tras de sí la estela de su campaña de 160 victorias, la mayoría por knock out, y diez derrotas.

LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS

El boxeo cubano brilló en todo su esplendor. Sólo en una categoría, la de los moscas, no estuvo en los cuartos de final. En las diez restantes, ocho de sus representantes fueron finalistas, para sumar seis de oro (Juan Bautista Hernández, Angel Herrera, Andrés Almada, Armando Martínez, José Gómez y Teófilo Stevenson), dos de plata (Hipólito Ramos y Adolfo Horta) y dos de bronce (José Aguilar y Ricardo Rojas). Semejante cosecha le dio a Cuba el 50% de su medallero total de 20, lo que le permitió compartir el octavo lugar con Italia.

Las otras diez surgieron así: dos oro, en atletismo (María Caridad Colón) y pesas (Daniel Nuñez); cinco de plata, en atletismo (Silvio Leonard y Alejandro Casañas Ramirez) y judo (José Rodríguez, Juan Ferrer e Isaac Azcuy), y tres de bronce, en atletismo (Luis Delis), tiro (Roberto Castillo) y pesas (Alberto Blanco).

Brasil obtuvo dos medallas de oro en yachting (Tornado, con Alexander Welter y Lars Sigurd Björkström, y Clase 470, con Marco Rizzo Soares y Eduardo Penido) y dos de bronce (Joao Carlos de Oliveira, en salto triple, y la posta 4x 200 masculina, libre, en natación). México se quedó con una de plata (Carlos Girón, en saltos ornamentales) y tres de bronce en equitación (individual, con Joaquín Pérez de las Heras; por equipos y la prueba de tres días). Por último, Venezuela se llevó una de plata en boxeo, con Bernardo José Pinango.
Convidado de piedra

OTRAS MEDALLAS
Ante la falta de equipos en hockey sobre césped femenino, dos semanas antes se invitó a Zimbabwe, ex Rodhesia, que había pasado a pertenecer a sus naturales habitantes negros. Zimbabwe no estaba reconocido por el COI, pero éste autorizó su participación y ganó la medalla de oro integrado por jugadoras blancas.

Ante la ausencia de Estados Unidos, muchos pensaron que el básquetbol iba a pertenecer a la Unión Soviética. Se equivocaron, porque la Yugoslavia de Cosic, Dalipagic, Kikanovic, Delibasic, Slavnic y Jerkov, dirigida por Ranko Zeravica, fue un notable campeón.

El laboratorio de Alemania Oriental funcionó a pleno en la natación femenina y sus representantes vencieron en 11 de las 13 pruebas, con dos figuras notables: Barbara Krause y Renate Reinich, recordwomen mundiales de 100, libre, y 100, espalda, respectivamente.

La Unión Soviética ocupó el primer lugar con 195 medallas (80 oro, 69 de plata y 46 de bronce). La segunda ubicación perteneció a la República Democrática Alemana, con 126 (47, 37 y 42), y la tercera a Bulgaria, con 41 (8, 16 y 17), de un total de 631(204, 204, 223) y distribuidas entre 36 países, de los 80 participantes, la cantidad más baja desde Melbourne 1956, pese a lo cual se superaron gran cantidad de récords, incluso más que en Montreal 1976. Esto da una perfecta idea de lo que ocurrió en Moscú 1980.

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