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Nadal, siete veces Nadal

BUENOS AIRES -- Sobran los adjetivos. Sobran los elogios para Rafael Nadal. Aquel zurdito de Manacor que en 2005 pisó por primera vez la tradicional arcilla de París nunca se imaginó, al igual que sus fans, que siete años después iba a escribir una de las páginas de gloria más ricas de la historia. Es que se dio el lujo de ganar siete títulos en Roland Garros, quebrando un récord que parecía insuperable. Así, a los 26 años, ya alcanzó 11 coronas de Grand Slam.

Cuántas cosas se dijeron sobre el español en este período, a la vez que sumaba triunfos, acumulaba trofeos y era sensación ya no sólo en el mundo del tenis, sino en el deporte en general. Dueño absoluto de las canchas lentas, gracias a que tiene la mejor defensa y el contraataque más eficaz del planeta, se hizo muy difícil de vencer en su superficie favorita, donde se lo ve cada vez más agresivo. Y hasta mejoró en otros pisos, con picos de rendimiento casi insospechados.

Desde este espacio, se afirmó en la reciente gira europea de polvo de ladrillo, que desembocó en el Abierto de Francia, que la figura de Nadal recuperaba forma y volvía a ser cosa muy seria a la hora de moverse en su aliada 'tierra batida', como le llaman en su país. Y, ni qué hablar, después de que se coronó en Monte-Carlo, Barcelona y Roma, con el plus de no haber perdido un solo set. Vuelve a ser el hombre a vencer, era la voz que sonaba como firme sentencia.

Aquella premonición de muchos se convirtió, una vez más, en la tangible realidad. Para colmo, el español había superado en las finales del primero y el tercero de esos títulos a Novak Djokovic, el Nº 1 del mundo, el mismo que lo había amargado un año atrás, en otras dos definiciones en canchas lentas. Y así fue como se abrió paso en París, con victorias aplastantes y sin ceder ningún set, hasta que sólo el serbio logró quitarle uno en la final.

Por eso, de nada le importa a Nadal si este nuevo e histórico título en Roland Garros no le permitió desplazar a Djokovic en la cima del ránking de la ATP, ya que sigue 2º porque defendía los puntos por la corona de 2011. Mucho menos aún, lo va a preocupar el hecho de no haber podido conseguir el título sin ceder un solo set en los siete triunfos en suelo galo, como sí lo había logrado en 2008 y 2010. Es que la nueva hazaña adquirió un valor mayúsculo, a la par de unos pocos momentos sublimes.

Hace un año, cuando igualó la marca del sueco Björn Borg, con seis copas levantadas en el Abierto de Francia, se planteó qué más podía pedir Nadal, por lo ya significaba aquella proeza. No es que uno creyera que el español no fuese capaz de seguir haciendo más historia, pasa que hay que convivir una y otra vez con hechos de este tenor para volver a pellizcarse y comprender que, ante la presencia de semejante monstruo, hay que dejar siempre un espacio abierto para la admiración.

Muchos hitos se vivieron y disfrutaron en los últimos tiempos en este deporte, de la mano de Nadal y, en especial, de Roger Federer, su archirrival, más allá de que en el último año y medio su gran adversario sea Djokovic. El hecho de haber batido el récord de 14 títulos de Grand Slam que ostentaba el estadounidense Pete Sampras y ganado 16 'Majors' lo ponen al suizo en la dimensión de los elegidos, considerado por la mayoría como el mejor tenista de la historia.

Esta vez, el éxito de Nadal en Roland Garros lo convierte en el primer hombre en la era abierta al profesionalismo en copiar el récord de Sampras en Wimbledon, que pasa, ni más ni menos, que por haberse adjudicado un certamen de Grand Slam en siete ocasiones. Y, al igual que el norteamericano, lo hizo en un período de ocho años y nunca perdió una final en su torneo predilecto. Vaya casualidad, más allá de estilos de juego muy diferentes.

Por eso, bien valen la pena algunas referencias de este tipo para que todos entiendan mejor que este nuevo milenio sigue dejando huellas indelebles, pese a que apenas transcurrió un poquito más de una década. Es que Nadal se sigue anotando marcas del calibre de algunas de Federer, siempre ambos con perfiles distintos adentro de la cancha, pero con una mentalidad ganadora y un hambre de gloria propios de los grandes campeones.

Es cierto que, desde aquí, se afirmó en varias oportunidades que da placer ver a Federer por la naturalidad, la simpleza y la belleza con que se mueve y resuelve en una cancha, pero no se puede soslayar la resistencia, la altísima regularidad y las elogiables virtudes de Nadal, sobre todo a la hora de actuar en su amada arcilla. Lejos de querer entrar en comparaciones, que suelen ser odiosas, se trata de saber valorar a este hombre, el frontón más inteligente de todos.

Que esto no suene, vale la aclaración, a minimizar sus aptitudes. Nadie duda que es el mejor a la hora de defender y contragolpear. Además, mejoró muchísimo con respecto a aquel chico de musculosa verde que irrumpió en París hace ya siete años. La madurez y esa fe inquebrantable por buscar y querer progresar siempre lo llevaron a esta versión que hizo estragos en el Abierto de Francia 2012, pasando más rápido que nunca la fase de transición de defensa a ataque.

Así fue como se mostró y eliminó, uno a uno, a los rivales que se le cruzaron en el camino en su campeonato más querido, en su reducto favorito. Aún cuando venía abriéndose camino fácil, metiendo miedo más que respeto, nadie pensó que podía barrera con su amigo y compatriota David Ferrer, especialista en arcilla y 6º del mundo. Nadal apenas cedió cinco games, siendo la semifinal de un Grand Slam más sencilla de su vida deportiva.

Nadie más puede darse ese lujo, de ganarle a semejante adversario por esa vía. Con un patrón de juego muy parecido, en general prevalece el mejor. Y vaya si en esa semifinal se vio a un 'Rafa' imponente e intimidante. Por el sector superior del cuadro, Djokovic, su verdugo en las siete finales entre sí en 2011, venció a Federer y se tomó desquite de la caída del año anterior ante el helvético en la misma instancia.

Seguramente, muy pocos pensaron que Djokovic, que venía sufriendo horrores y hasta levantó cuatro match-points ante el local Jo-Wilfried Tsonga (5º) en cuartos y recién mostró su mejor cara contra Federer, podría frenar al huracán Nadal. Pero el serbio, con un juego con pinceladas de Nadal y otras de Federer, había derrotado al español en las finales de los tres Grand Slam previos, en Wimbledon y el US Open 2011 y el Abierto de Australia 2012. Y es sabido que esas cosas pesan -y mucho- en la cabeza de los protagonistas.

Más allá de las interrupciones a las que obligó la lluvia y a la postergación para el lunes, con un piso que varió el domingo y se puso pesado por el agua, Nadal fue el merecido ganador. Se llevó los dos primeros sets y luego vivió el único "lapsus" en todo el certamen, al perder ocho games consecutivos, cuando el serbio aprovechó su mayor contundencia, con tiros planos y un ataque constante en búsqueda de acortar y definir los puntos.

Al día siguiente reapareció el campeón, ya con cancha casi seca y sacándole el jugo a ese top-spin que le imprime a su zurda, con mucha "rosca", forzando a que la pelota pique alto y haga daño al de enfrente, en especial cuando la pega cruzado sobre el revés del rival. Y eso que Djokovic lo supo contrarrestar en otros escenarios. Pero en Roland Garros, la segunda casa de Nadal, fue imposible. Así, privó al serbio, que jugó su primera final en París, de poder ganar los cuatro 'Majors' y todos al hilo.

Lejos de la arcilla, se vio al mejor Nadal en 2010, cuando celebró en Wimbledon y el US Open. Ese es su nuevo desafío, ver si puede recuperar aquel nivel para las grandes citas que se avecinan, con los Juegos Olímpicos de Londres, también en La Catedral, en el medio de ese camino. Allí tendrá más y variada oposición. Porque en Roland Garros es casi imbatible. Es que él nació para triunfar allí. Sin dudas.

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