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La leyenda continúa

BUENOS AIRES -- Viejos... son los trapos. Cuántas cosas cambiaron para Roger Federer en tan poco tiempo. En realidad, en nueve meses y medio. Es que, en los primeros días de noviembre de 2011, antes de coronarse por quinta vez en su Basilea natal, el genial suizo padecía su segunda peor sequía y la más dura desde que llegó a la cima, de casi 10 meses sin gritar campeón. Ahora, con 31 años recién cumplidos, ganó nueve títulos desde aquel "revival" y, con el de Cincinnati, ya acumula 76. Ah, en este período obtuvo otro Grand Slam, cuatro Masters 1000 y la Copa Masters.

Desde todos los espacios, casi sin distinción, se escuchaba y leía que el "efecto tobogán" le había llegado al gran Roger. Aquí mismo, se dijo, más allá del gusto por el juego completo, versátil y refinado del helvético, acompañado por su bajo perfil y ese don de buena gente, que estaba sufriendo baches mentales importantes y eso le estaba costando caro. Estaba cerca algunas veces, otras más lejos, pero no podía hilvanar grandes triunfos y mantener la altísima regularidad de sus mejores días.

¿Quién se imaginaba, por entonces, semejante "volver a nacer"? Sus más fervientes fanáticos sufrían con sus derrotas, que ya sonaban a repetidas, en la vereda opuesta al camino que en general supo recorrer. Pero aquella recta final de 2011, con sus éxitos en Basilea, París-Bercy y el Masters de Londres, en sus predilectas canchas rápidas y bajo techo, con 15 victorias al hilo y marca de 7-0 sobre otros top-ten, fue el comienzo de este nuevo ciclo dorado.

Por eso, hoy Federer es otro. Indudablemente. La confianza vale oro y, de hecho, sólo se logra, de manera tangible, con los triunfos y sintiéndose cómodo, sólido y afianzado en su juego. Una cosa lleva a la otra. Por eso mismo, este Federer versión 2012 nos recuerda tanto al monstruo que casi siempre arrasó con sus rivales entre 2004 y 2007. Así se lo ve, tan suelto, agresivo, desplegando su arsenal de golpes y tiros, con mucha pimienta en sus ejecuciones y la claridad conceptual propia de un elegido.

Desde 2003, cuando se adjudicó su primer 'Major', en Wimbledon, el suizo siempre había ganado al menos un Grand Slam durante ocho temporadas, hasta 2010 inclusive. La racha se cortó en 2011, un calendario que en general le trae malos recuerdos, ya que además descendió por primera vez del podio del ránking de la ATP desde aquel citado 2003. Por momentos deleitaba con su propuesta y no quería bajar la guardia, pero no lograba ese plus de éxitos y confianza y perdió con lo justo algunos partidos claves.

No haber podido conquistar ni un solo Grand Slam, tratándose justamente del hombre récord en ese rubro, ahora con 17 coronas, fue muy fuerte para él y sus millones y millones de fans. Inclusive, en 2004, 2006 y 2007 se adjudicó tres de los cuatro 'Majors' en juego, los de superficies rápidas. Este año, en Wimbledon (¿dónde iba a ser?), se dio el lujo de volver a obtener una de las cuatro citas cumbres, con el bonus extra de haber recuperado el puesto de Nº 1 del mundo.

Como si no fuera suficiente para sentirse feliz, igualó y enseguida superó claramente el récord del estadounidense Pete Sampras de permanencia total en la cima, ahora ya con más de 290 semanas como rey. Es cierto que, acto seguido, se le escapó una cuenta pendiente, la de ganar la medalla de oro olímpica en singles, al ceder ante el británico Andy Murray, al que había superado en la final de Wimbledon. En el mismo escenario de La Catedral, se llevó la de plata e igual festejó, con una grandeza poco vista.

Descansó en Toronto, festejó los 31 en familia y volvió fresco y muy preciso en Cincinnati, marcando notorias diferencias con su mix de saque y derecha, con un revés con slice penetrante e incómodo, con mucha actitud ganadora y una insistente intención de mostrarse ofensivo, buscando atacar rápido y cerrar muchos puntos en la red. En la final, evitó que Novak Djokovic volviera al trono, lo superó con autoridad y evitó varias veces su revés, cuando el serbio le jugó hacia ese lado, invirtiéndose de drive y castigando duro.

Por eso, cuántas cosas cambiaron en su horizonte. Cuando a principios de noviembre pasado se impuso en Basilea, el papá de mellizas había acumulado 12 certámenes sin salir campeón, algo jamás visto desde que en febrero de 2004 llegó por primera vez a la cima mundial. Desde allí, disputó 16 torneos y ganó nueve, más dos finales perdidas y cayó en cuatro semis. Es decir, que en 15 de esos campeonatos no bajó de las semifinales.

Otro ítem fundamental es el de los cruces contra los demás top-ten, ya que Federer tiene foja de 20-4 desde aquella cita en su ciudad natal. Es más: perdió dos veces con Djokovic, una con Murray y una con Rafael Nadal. Justamente, el tenis del helvético, que parece hacerlo todo fácil y rápido, lo ayuda en el rubro físico para no desgastarse tanto, como sí le pasa al español, quien padece problemas reiterados de rodillas y así sufre ausencias dolorosas en grandes paradas del circuito.

Con el US Open a la vuelta de la esquina, un sitio donde Federer sabe y muy bien lo que es ganar en ese cemento caliente y esa jungla ruidosa de Flushing Meadows, vuelve a ser el hombre a vencer, como en sus mejores tiempos. El tenis muestra, en las grandes citas, que en general es un deporte lógico. Y eso es lo que el helvético pretende que ocurra en esta nueva escala en Nueva York, donde se coronó cinco veces consecutivas, entre 2004 y 2008.

Sin Nadal (entre algodones) en el cuadro, son Djokovic y Murray sus grandes enemigos. Con la confianza por las nubes, en un 2012 que ya le reportó más alegrías de las previstas, gozando en la cima mundial, con su marca histórica ampliada a 17 títulos de Grand Slam y el récord igualado de Sampras de siete copas en Wimbledon, disfruta con su versión renovada y sabe que no tiene nada que perder y sí mucho más gloria por alcanzar. Y eso es un arma letal cuando de Federer se trata.

Hace justo un año, inmerso en una alarmante inconsistencia, arribó al Abierto de Estados Unidos con dos duras caídas ante el francés Jo-Wilfried Tsonga (cuartos de Londres y octavos de Montreal) y otra contra el checo Tomas Berdych (cuartos de Cincinnati). Hizo semi en Nueva York, con dos match-points incluidos frente a Djokovic, pero perdió y terminó viendo cómo el serbio se llevó el tercero de los cuatro Grand Slam de 2011.

Esta vez, es Federer el hombre a batir, el que todos señalan como el gran candidato. Y se sabe que esa presión la sabe manejar sin problemas. De hecho, se sobrepuso en general en su excelente carrera a esa situación. En esta oportunidad, si consigue su 18º 'Major' -el mismísimo Sampras, con 14 en su haber, ya había dicho que alcanzaría los 17 o 18- se dará el gusto extra de igualar la marca de 77 títulos de singles de otro genio estadounidense, como lo fue John McEnroe.

Pensar que Federer ya hizo añicos las máximas hazañas de Sampras, dueño de 64 trofeos individuales. Por estos días, nadie duda de que el suizo podrá, inclusive en poco tiempo, superar la cifra de McEnroe, el 3º en el listado histórico. Desde aquella victoria de noviembre último en París-Bercy, Federer no ganaba un torneo sin ceder un set y perdiendo tan pocos games, como lo hizo ahora en Cincinnati. Y desde 2007 que no obtenía por lo menos seis títulos en una temporada. La leyenda continúa...

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