Olímpicos
Carlos Irusta 3y

La saga de los hermanos Lovell

BUENOS AIRES -- Todo empezó en el Dock Sud de Avellaneda, en las cercanías de la ciudad de Buenos Aires. Zona populosa y popular, de fábricas, trabajo y sueños de inmigrantes de todo el mundo que venían a la Argentina a "hacer la América". Allí desembarcó un día Norman Ismael Lovell: había nacido en Barbados, dominación británica en el Caribe. Norman tuvo dos hijos que harían historia en el boxeo: Santiago Alberto y Guillermo

Santiago Alberto Lovell nació en 1912. Fue jugador de fútbol en el club Sportivo Dock Sud, donde se destacaba como "centro forward", como se decía entonces. Para 1930, este joven afroamericano pasó al Club Sportivo Nicoleño de San Nicolás, en la provincia de Buenos Aires. Por ese entonces ya había probado diferentes trabajos: de vender periódicos a lavar papas, de cargar bolsas en el puerto a ser obrero en una fábrica de papeles. Cuenta la leyenda que, sin embargo, lo mejor que hacía Alberto era trenzarse a golpes cuando vendía periódicos. Y lo hacía tan bien que terminó metiéndose a boxeador. Era áspero, fuerte y temperamental, así que no dudó, en una de sus primeras peleas, en morder en la cabeza a un rival. Sin embargo, comenzó a serenarse y aprender el Noble Arte. Tras ganar varias veces el campeonato argentino de los pesos pesados, logró un lugar para representar a la Argentina en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, 1932: tenía, por entonces, veinte años...

Alberto Lovell se impuso en su primera pelea a Gunnar Bärlund, de Finlandia. Luego, sacó de competencia al canadiense George Maugham para medirse, finalmente, con el italiano Luigi Rovati, a quien derrotó por nocaut para lograr la medalla dorada en la división de los pesos completos.

Guillermo, su hermano, nacido en 1918 y quizás con menos condiciones técnicas, también decidió hacerse boxeador. Y de esta manera, se ganó el derecho a representar a su país en los Juegos Olímpicos de Berlín, 1936, que pasarían a la historia por haber sido utilizados como formidable elemento de propaganda de Adolf Hitler, quien con su discurso de la superioridad de la raza aria, debió soportar, por ejemplo, la actuación del atleta norteamericano Jesse Owens, quien logró 4 medallas doradas, pero que paradójicamente, no podía viajar en el mismo bus con sus compañeros blancos.

Para llegar a la pelea final, Guillermo debió superar a tres competidores: Svedn Omar Hermansen (Dinamarca), José Feans (Uruguay, a quien noqueó en 2 vueltas) y a Erling Nielsen (Noruega). De esta manera, arribó al encuentro final con el local Herbert Runge, estando en juego, ni más ni menos, que la medalla de oro de los pesos pesados, uno de los más codiciados títulos del deporte. Las crónicas, ya amarillentas y casi perdidas, indican que, en realidad, el alemán ganó en buena ley tras derribar en el segundo asalto al argentino. Algunos de los que estuvieron presentes en el estadio, por ser compañeros de delegación de Lovell, son también menos objetivos y aseguran que había ganado el argentino. Lo cierto es que Guillermo, siguiendo los pasos de su hermano, estuvo a punto de igualarlo en aquellos Juegos de Berlín, cuatro años después. Runge, su vencedor, no logró destacarse mucho más en el mundo del boxeo, aunque su medalla de oro fue destacada en todos los diarios y revistas de su país, como uno de los grandes logros del deporte alemán...

Las carreras de ambos fueron muy diferentes a partir de sus medallas. Alberto descolló como profesional, obteniendo los títulos argentino y sudamericano. En su record aparecen nombres ilustres como el chileno Arturo Godoy -con quien sostuvo una larga rivalidad-, o Valentín Campolo. Actuó en Perú, Brasil y los Estados Unidos, como que llegó a pelear en el Madison de Nueva York, donde noqueó a Tom Beaupre en 1937. En su última pelea, efectuada en el Luna Park, cayó por nocaut en el primer asalto con Archie Moore, en 1951: tenía 39 años.

Su hermano, Guillermo, solamente efectuó tres peleas como rentado. En el 42 sufrió un duro castigo ante Roscoe Toles en el Luna Park y esa fue su última pelea oficial. Se retiró un año más tarde, tras una parodia realizada frente a Antonio Francia en La Plata, a quien ostensiblemente trató de no noquear.

¿Termina aquí la historia? No del todo, porque Alberto tuvo dos hijos boxeadores. A uno lo bautizó, como muestra de originalidad, Santiago Alberto, nacido el 9 de enero de 1942. Fue jugador de básquet en la Primera División de Boca Juniors, hasta que también él efectuó su camino en el boxeo. Y no sólo eso, sinó que compitió en los Juegos de Tokio (1964) perdiendo en los cuartos de final con el ruso Yemelanov. Nunca pudo sacarse de encima el peso del apellido, aunque realizó 76 presentaciones profesionales, en las que no faltaron nombres rutilantes como los de Oscar Bonavena, José Manuel Urtaín (a quien noqueó). Joe Bugner, Alfredo Evangelista y Jean Pierre Coopman. Murió en Madrid, España, en marzo de 2002, a los 60 años.v

El otro hijo que también continuó el camino del fútbol primero -jugó en la reserva de Independiente de Avellaneda- y luego el del boxeo: Pedro Osvaldo, nacido el 6 de septiembre de 1945, quien realizó una serie interesante de combates en los Estados Unidos, incluyendo choques con Ken Norton y Mike Weaver. Sumó un total 23 peleas con 18 ganadas (14 KO), 3 derrotas y 2 empates. No todo terminó allí, ya que en 1976, integró el elenco de la primera "Rocky" interpretando a Spider Rico, el primer rival de Rocky en el comienzo de la película. Cuando Stallone decidió realizar la última de la saga, "Rocky Balboa", reflotó el personaje de Spider Rico y Pedro Lovell volvió nuevamente a los Estados Unidos.

¿La historia terminó aquí? No, puesto que un día apareció en el gimnasio de la Federación Argentina de Box el hijo de Alberto, Javier Alberto, quien tuvo una breve campaña como amateur. Así, pues la dinastía Lovell se prolongó a lo largo de tres generaciones.

Alberto Lovell -medalla dorada en Los Angeles, 1932- nació en 1912 y murió en 1966.

Guillermo Lovell -medalla plateada en Berlín, 1936- nació en 1918 y murió en 1967.

Por eso, es posible que la historia no esté concluida del todo y que, en algún momento, en algún gimnasio, aparezca algún joven diciendo: "Quiero ser boxeador, soy un Lovell".

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