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Capozzo y Guerrero, los dueños del agua

Tras la medalla de Capozzo-Guerrero, el deporte estuvo 52 años sin ganar oros olímpicos, hasta Atenas 2004. 

BUENOS AIRES -- El deporte olímpico tiene historias apasionantes, y la que vivieron Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero es una de ellas.

Juntos, ganaron la prueba de doble par sin timonel en los Juegos Olímpicos de Helsinki '52. Y no se trata de un dato menor: tras ese éxito, debieron pasar 52 años hasta que la Argentina volviera a festejar una medalla de oro olímpica, hasta la obtenida por el fútbol en Atenas 2004.

Capozzo tenía 34 años y era remero del Club Cannotieri; Guerrero representaba al Regatas La Marina. Además de ser de clubes diferentes, no tenían mucho en común. La diferencia de edad y de carácter, entre otras cuestiones, hacían dudar a Capozzo sobre la posibilidad de formar una buena dupla sobre el agua.

“Yo era muy reservado, de perfil bajo, y a Guerrero lo veía como un loco lindo”, recordaba Capozzo. El Tano era el talento, el que llevaba el ritmo; el Burro, Guerrero, se destacaba por la potencia. “Vos manejá, que la fuerza la va a hacer él”, le decían a Capozzo cuando trataban de convencerlo.

Pero las pruebas que fueron haciendo en diferentes torneos demostraron que podían estar a la altura de los mejores. Las diferencias se fueron limando y con el tiempo, los dos terminaron como grandes amigos. Esta vez el viaje no fue en barco como en años anteriores: tuvieron el privilegio de hacerlo en avión.

Privilegio es sólo una expresión, porque tardaron más de 30 horas en llegar al destino, y el bote en el que debían remar se rompió. A horas del estreno, la dupla argentina no sabía si iba a poder competir. “Ibamos de un lado para el otro, buscando alguien que nos ayudara”, contaba Guerrero.

Por esas cosas del destino, el carpintero del equipo de la URSS se apiadó de los argentinos y se ofreció a ayudarlos, emparchando varias de las grietas que tenía el bote, 10 kilos más pesado que el del resto de los competidores.

Unos días después, el carpintero de la URSS y la dupla soviética presenciaban lo que parecía imposible: esos dos argentinos a los que habían ayudado, los mismos que estaban casi afuera de la competencia, les ganaban en la final y se consagraban campeones olímpicos.

Fue una carrera emocionante, donde los europeos arrancaron en punta y llegaron hasta los 1.000 metros como líderes. A partir de ese momento la dupla argentina los alcanzó y los pasó, sacándoles una diferencia final de seis segundos. "Los rusos actuaron de muy buena fe, pero seguro que en algún momento se deben haber preguntado: '¿para qué los ayudamos'?", recordaban entre risas .

Después pasaron muchos años, en donde el deporte nacional entró en una pendiente de la que todavía busca salir. Las grandes potencias se afianzaron y los logros fueron cada vez más difíciles de alcanzar. Por eso, esta medalla tuvo (y tiene) un valor especial en la historia del olimpismo argentino.