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La reconquista

BUENOS AIRES -- El triunfo dramático de Brasil ante Alemania tiene un doble carácter: por un lado, ejerce el exorcismo necesario ante los muchos fantasmas y complejos que acosaban a la selección verdeamarela.

Por otra parte, marca el hito de la primera medalla de oro para un equipo que tenía todas las condecoraciones menos esa.

Y la logró con temple para sortear un comienzo errático y un público impaciente y adverso. Pero, por sobre todas las cosas, con el fútbol que hizo de Brasil una potencia, una referencia estética, un espectáculo.

Y Neymar simboliza, mejor que nadie, esa identidad. Él es un compendio los héroes sucesivos de Brasil. Y él fue el centro del show. Con un gol inolvidable, con un juego de alto vuelo, imprescindible para retomar la senda olvidada.

Que el rival haya sido Alemania completa la fábula. Le da el necesario color de la vendetta y termina de ajustar cuentas con el pasado.

Porque fue esta misma selección europea, con otros nombres pero con el mismo uniforme oscuro que lució en el Maracaná, la que la sometió al bochorno del 7-1 en el último Mundial.

Había sido una salida sin decoro, penosa, la de Brasil. Un nocaut a la autoestima. Pues desde allí tuvo que remar este equipo.

Y Neymar se lo cargó al hombro. Resignó la Copa América Centenario para entregar todo su talento en busca del oro. Se la jugó para saldar una carencia de Brasil. Tenía más para perder que para ganar.

El triunfo y la medalla tienen el sabor de la reivindicación. Prueban la vigencia de un fútbol que algunos creían sin recambio.

Al lado de Neymar están Renato Augusto, un crack que no le va en zaga, y Felipe Anderson, por citar sólo un par de ejemplos de lucida performance en la final olímpica.

¿Que a esta selección le falta forma, rodaje, madurez, un lenguaje definido? Puede ser. Pero ha demostrado que ninguna propaganda –ninguna derrota grave– extinguió el deseo de jugar ese fútbol arte. Ni marchitó la destreza y la frescura.

Para los hinchas del mundo, hubo algo más triste que la paliza que le dio la Alemania de Joachim Löw en la semifinal del Mundial.

Y fue contemplar cómo se deshilachaba una idea, un sistema de valores deportivos en aras de una supuesta adaptación a la dinámica global que únicamente le trajo desventajas.

Para decirlo más claro: que Fred luciera la camiseta que se calzaba Ronaldo era tan doloroso como una docena de goles en contra.

Ese equipo había perdido el alma. Y no hablamos de la temperatura de la sangre, sino de un vaciamiento cultural. Brasil no jugaba a nada que se pareciera a su historia feliz, a su gracia futbolera desbordante.

Pues bien, este equipo que se colgó la medalla usó la memoria y le se reencontró con el alma brasileña. Se trata de una reconquista.