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La historia de Cacharro, Cacharrito y el boxeo argentino en Tokio

El chico escuchó el relato de su padre y compartió su dolor...

El padre había viajado lleno de ilusiones. Y tuvo que regresar con las manos vacías. Corría 1968 y se llevaban a cabo los Juegos Olímpicos de México, en los que Mario Omar Guilloti volvió con una medalla de bronce. En aquel equipo de boxeo, en el que participaba por ejemplo un Víctor Emilio Galíndez que ya se perfilaba como figura, estaba también él.

Cacharro lo llamaban y lo siguen llamando a Rafael José González. Un error durante los entrenamientos le provocó un problema pulmonar y no pudo pelear; volvió con su sueño hecho pedazos, como dice un tango.

Su hijo escuchó esa historia y sintió que tenía que hacer algo. Y lo hizo, puesto que hoy, a 53 años de aquellos Juegos, Daniel Rafael González, nacido el 14 de diciembre de 1981, estuvo en Tokio junto al equipo argentino de boxeo como asistente junto a Fabricio Nieva, el técnico principal del grupo. "Mi papá se quedó sin nada en esos Juegos; y sentí que tenía que hacer algo, y así empezó mi historia… Me propuse conseguir que ese tipo de situaciones no se volviera a dar, que los boxeadores llegaran con una preparación adecuada. Y aquí estoy, cumpliendo mi sueño de haber participado en un Juego Olímpico". Y añade: "Mi papá estuvo entrenando para bajar de peso vestido con ropa de plástico. No tuvo ninguna prenda de algodón para absorber el sudor y terminó con una pleura que no le permitió competir. Mi papá era una figura en un club ya legendario, como Unidos de Pompeya, pero hizo pocas peleas como profesional y después se retiró. Y yo dediqué gran parte de mi vida a cumplir lo que sería el “Gran sueño” de un técnico de boxeo"…

“Cacharro” posee una historia que es casi de culto: un gran boxeador, inteligente y estratégico, que se retiró muy joven, a comienzos de los años 70, dejando un enorme recuerdo entre los que lo vimos combatir. Su hijo practicó boxeo para conocer en carne propia lo que había hecho su padre. En el club Unidos de Pompeya, aquella tradición sembrada por maestros como Arnaldo Romero, o “Colín” (asi se lo conoció siempre) se le impregnó en el alma.

Se codeó con esa gente y con otros maestros más jóvenes como Daniel El Colorado Fernández. No olvida aquellos famosos viernes a la noche con grandes festivales de boxeo amateur ni de su padrino, también boxeador, Jorge Sosa.

-Empecé a entrenar en Unidos de Pompeya y también con la Selección Nacional. Debuté a los quince días de haber empezado; andaba por los 18 años y tuve la suerte de conocer y aprender mucho de Sarbelio Fuentes, el técnico cubano que llevó a nuestra Selección a los Juegos de Sidney 2000. Mi verdadero objetivo era la docencia, la preparación física, el conocimiento profundo del boxeo.

-¿Y entonces?

-Me fui a Cuba cuando andaba por los 21 años y allí, en La Habana, estudié durante cinco años junto a gente de 89 países. Eramos como 1500 alumnos en la Escuela Internacional de Educación Física y Deporte de La Habana. Egresé en 2008 y ya con el diploma de profesor volví a Argentina.

Jóvenes ex boxeadores llenos de inquietudes, como Fabricio Nieva o Alejandro Domínguez empezaban a transitar para dar nuevos pasos en el boxeo amateur, lejos de escuelas anteriores, absorbiendo nuevas técnicas.

- Hoy existe un proyecto de boxeo infantil sin contacto para chicos de seis a doce años, para que cuando lleguen a los catorce ya estén formados. Y gente como Víctor Castro u Omar Narváez, nuestro gran campeón mundial, están trabajando con los Juveniles. Mi papá hizo 102 peleas como amateur y 6 de profesional; hoy existe mucha competencia internacional, otro tipo de entrenamientos y la suma de tecnología.

Para los Juegos de Tokio se trabajó dentro de lo que pudo, junto con Mariano Carrera, que no solamente fue campeón mundial, sino también olímpico en Sidney. O con Ruperto Ruiz, un preparador físico de primer nivel, que trabaja estrechamente con Omar Narváez. Con la supervisión de Lautaro Moreno, manager de Selecciones y dirigente de gran responsabilidad en la Asociación Mundial de Boxeo, como que es presidente del Comité Técnico para la Calidad de Espectáculos y de Atletas.

Hoy los profesionales pueden competir en Tokio, como ocurrió con Francisco “Bebu” Verón o Brian Arregui, así como Dayana Sánchez se convirtió en la primera boxeadora argentina olímpica.

-Cambiaron muchas cosas aunque la esencia sigue siendo la misma. Viajamos a Tokio con la tranquilidad de haber hecho bien los deberes; dentro de las posibilidades que tuvimos, se hizo todo de la mejor manera posible.

Que se trata de eso: de soñar, pero con los pies en la tierra. Como aquel sueño que el padre no pudo lograr en México y que el hijo, a su manera, cincuenta años después, pudo hacer realidad en Tokio.