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De Sugar Ray a Oscar

Leonard se impuso en Montreal '76 AP

BUENOS AIRES -- Entre los Juegos Olímpicos de Montreal, Canadá, efectuados en 1976, y los de Barcelona, España, en 1992, no hubo solamente un espacio de casi dos décadas, sino también, una brecha importante para el boxeo norteamericano. En Canadá, los Estados Unidos lograron 5 medallas doradas a través de Leo Randolph (mosca), Howard Davis (ligero), Ray Charles Leonard (welter junior), Michael Spinks (mediano) y León Spinks (medio pesado).

Salvo Howard Davis, todos los demás fueron luego campeones mundiales profesionales con el agregado de que los hermanos Spinks llegarían a reinar en la categoría de los pesos completos: Michael fue el primer campeón mundial medio pesado en lograr la corona máxima cuando derrotó en polémico fallo a Larry Holmes. A su vez, León dio la gran sorpresa tras ganarle a Muhammad Alí, sumando apenas 9 peleas como profesional. En 1976, la figura pugilística sin duda alguna fue Ray Charles Leonard, quien no solamente fue consagrado como el mejor boxeador del torneo, sino que además, sorprendió a todos cuando, ya con la medalla dorada colgando del pecho, anunció, entre sollozos: "Esto ha sido todo para mi, no aguanto más, no peleo nunca más".

El panorama del boxeo norteamericano había cambiado mucho para los Juegos de Barcelona. De hecho, solamente se ganó una medalla dorada: fue Oscar De La Hoya quien se la llevó en el peso ligero. Confeso admirador de Sugar Ray Leonard, Oscar subió al ring portando dos banderas: la norteamericana y la mexicana. Y, ya bautizado por entonces como Golden Boy, emocionó a todos cuando dijo que esa medalla estaba dedicada a la memoria de su madre, a quien se la había prometido poco antes de que ella muriera.

Sugar Ray Leonard afortunadamente, no abandonó. Acosado por las deudas, aceptó pasarse al profesionalismo, en donde efectuó una brillante carrera, coronada de grandes peleas y victorias, como las logradas ante Thomas Hearns, Marvin Hagler o Roberto Durán.

Oscar siguió siendo el Golden Boy y se convirtió en mega estrella, tras los pasos de su ídolo. Curiosamente, ambos fueron siempre el ejemplo del boxeador políticamente correcto, representante de minorías y de excelentes estilos pugilísticos. Ambos, sin embargo, también tardaron demasiado en retirarse, cosechando derrotas inexplicables y cayeron en la trampa de las drogas y el alcohol. Dos historias unidas en el éxito, en el drama y en la lucha por superar los fantasmas de la vida. Oscar hoy es un exitoso empresario; Leonard, que también intentó ser promotor aunque sin éxito, lucha por salir del infierno de las drogas. Igual que Oscar.

Fue su madre, Gheta, quien bautizó Ray Charles a Leonard, por su admiración por el cantante. Hijo de una humilde familia de Carolina del Norte, donde nació el 17 de mayo de 1976, alguna vez confesó: "Soy una flor nacida del fango". En la austera humildad de su casa natal, comía salteado y dormía en colchones usados. Para colmo de sus males, los vecinos lo trataban de afeminado, así que después de haber intentado en gimnasia, patinaje y hasta ballet, se metió en el Centro recreativo de Palmer Park, en Maryland, en donde ya por entonces vivía su familia, conoció a Dave Jacobs y se hizo boxeador: tenía 14 años.

De allí en más, su estilo movedizo y elegante le permitió ser campeón nacional Guantes de Oro en tres oportunidades, dos veces campeón norteamericano y Panamericano en los Juegos de 1975. Cuando participó en los Juegos de Montreal, Sugar Ray ya había intentado viajar a Munich (1972), pero no logró clasificar. Se cuenta que fue Sarge Johnson, uno de los ayudantes de la selección norteamericana, quien le dijo a Dave Jacobs: "Tienes un chico que es tan dulce como el azúcar" y así le quedó el seudónimo, con remembranzas y homenaje al otro gran Sugar, Ray Robinson.

Tenía 20 cuando viajó a Canadá, ya era padre de un niño de tres años (Ray Junior) fruto de su unión con su novia Juanita y su padre, Cícero, estaba gravemente enfermo. Ray no era el gran candidato al oro, porque en esa categoría, la de las 139 libras, brillaba el cubano Andrés Aldama, famoso por su gancho de izquierda y su gran experiencia. Cuando se encontraron en la pelea final, el cubano venía de ganar sus 5 peleas por la vía categórica.

A su vez, Ray había vencido a Ulf Carlson de Suecia, al soviético Valery Limasov, al británico Clinton McKenzie y al alemán Ulrich Beyer. Cuando arribó a la semifinal, se encontró con el polaco Kazimier Szczerba, uno de los 5 rivales que habían podido derrotarlo. Ray se tomó el desquite y por vía del nocaut.

Leonard, quien combatía con la foto de su hijo en las botitas, había sufrido mucho porque sus manos eran muy frágiles y tantas peleas seguidas le habían traído serios dolores. A pesar de todo, no solamente le ganó al cubano sino que deslumbró con su estilo: venció por 5-0 y sin embargo, festejó muy poco. Llorando, dijo que no peleaba más, que se retiraba, que no aguantaba las cosas que le estaban ocurriendo.

Con los años, Ray Leonard llegó a confesar que se metió en el boxeo para demostrar su hombría -de la que dudaban algunos amigos y familiares- y que fue justamente un entrenador quien abusó sexualmente de él. A su vez, Oscar, nacido en la zona brava del East Los Ángeles el 4 de febrero del 73, también fue impulsado al boxeo por su padre, quien había calzado guantes. Quedó la sensación de que en realidad, ninguno de los dos tenía una gran vocación pugilística y, sin embargo, ambos brillaron.

De La Hoya admiraba a Ray. Para 1989, a los 16, ya era campeón nacional Guantes de Oro en peso gallo; al año siguiente fue campeón norteamericano en peso pluma y se metió en el equipo olímpico. Ganó los Juegos de la Buena Voluntad de Seattle (1990), y luego fue campeón nacional en peso ligero y medalla de plata en el Mundial de Sídney, Australia, tras ser vencido por el alemán Marco Rudolph en la final (1991).

Cuando Oscar De La Hoya llegó a Barcelona era, naturalmente, la gran esperanza norteamericana. Justamente en 1992 ganó varios certámenes internacionales antes de participar de los Juegos. Para llevarse la medalla dorada venció a Adilson Da Silva (Brasil), Moses Odion (Nigeria), Tontcho Tontchev (Bulgaria), Hong Sung-Sik (Corea del Sur) y en la final se tomó desquite de Marco Rudolph, a quien venció por 7-2.

De La Hoya pasó al profesionalismo y muy pronto comenzó a ser conducido por el promotor Bob Arum, el mismo que también tuvo gran participación en la carrera profesional de Leonard. Para cuando dejó el amateurismo, Oscar sumaba 223 peleas ganadas, con 163 KO y 5 derrotas. Igual que Leonard, fue campeón olímpico a los 20 años.

Leonard, por su parte, totalizó 145 peleas ganadas con 75 KO y 5 derrotas. Mantuvo en su esquina a Dave Jacobs, pero sumó a Janks Morton y al gran Angelo Dundee, por recomendación del propio Muhammad Alí quien, a su vez, era el ídolo de Leonard: "Si te haces profesional, elige a Angelo, es el mejor", le dijo Alí. Asesorado por el abogado Mike Trainer, Leonard fue promotor de muchas de sus peleas, incluyendo aquella del famoso "No más" a Roberto Mano de Piedra Durán en 1980.

Leonard fue campeón mundial de peso welter, supermediano y medio pesado, pero cuando terminó su carrera profesional lo hizo tras sufrir derrotas innecesarias ante Terry Norris o Macho Camacho. Cuando una vez le preguntamos por qué había aceptado esos combates, en los que tanto tenía que perder, su respuesta fue: "Porque los boxeadores somos guerreros y no podemos darle la espalda a los desafíos".

De La Hoya, convertido en promotor, sufrió derrotas previsibles ante Manny Pacquiao, Floyd Mayweather y Bernard Hopkins, luego de haber reinado en las divisiones superpluma, ligero, welter, super welter y mediano.

En un paralelo entre ambos, se podría afirmar que Leonard logró superar a su rival más difícil, Thomas Hearns (1981) en un duelo de invictos, en donde Tommy iba arriba en las tarjetas. En cambio, cuando Oscar combatió con su natural enemigo de entonces, Tito Trinidad, bajó perdedor –aunque muchos pensamos aún que había ganado esa pelea- tras haber regalado los últimos asaltos. Leonard, en cambio, batió a Hearns por nocaut técnico.

Pero es el momento este de recordarlos en su esplendor como aficionados, cuando acapararon la atención del mundo. En Montreal, aquella velocidad de pies y brazos lo pusieron a Sugar, a los 20, en la cima del mundo, una esperanza llena de talento, un boxeo fresco, atractivo y rico, una figura diferente. En Barcelona, Oscar, a los 19, atrapó a todos con su sonrisa, su boxeo lleno de golpes rectos, a la vieja usanza, y un carisma que lo hacía distinto, diferente.

Fue en los Juegos Olímpicos en donde ambos comenzaron a conquistar el mundo, y seguramente será en los Juegos Olímpicos que vienen en donde los viejos aficionados buscarán, entre tantos y tantos competidores, a algún heredero de Oscar o Sugar, para seguir soñando, para seguir disfrutando.