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Indígenas de rarámuri persiguen sueños olímpicos

SIERRA TARAHUMARA, México – Esta región en la porción suroeste del estado fronterizo norteño de Chihuahua es conocida por sus bellezas naturales. Aquí, entre cañones, bosques y cimas de montaña, el pueblo indígena Tarahumara, llamado frecuentemente rarámuri, ha vivido durante siglos.

La vida es difícil en esta área hermosa pero empobrecida, con alta tasa de desempleo, pocas oportunidades y los carteles de la droga en apogeo, lo cual ha provocado que muchos rarámuri abandonen las villas aisladas en su tierra ancestral. Sin embargo, no todos deciden abandonar. Algunos, sólo corren.

Durante décadas, el único medio de transporte de los rarámuri entre sus remotas y alejadas comunidades ha sido a pie. Esta cultura de viajes extremos, nacida por la necesidad, se ha trasladado de forma fluida al campo competitivo. Los corredores rarámuri (muchas veces descalzos o en roídas sandalias huarache, que es todo lo que conocen, y vistiendo trajes tradicionales) han conseguido el éxito en ultra maratones de 100 kilómetros en México y alrededor del mundo.

“Los corredores rarámuri me recuerdan mucho a los famosos corredores de larga distancia de Kenia”, dijo el ex maratonista Carlos Ortega. “Igualmente, han aprendido cómo convertir las dificultades que enfrentan en ventaja y talento, el talento para correr”.

Si bien los rarámuri han dominado distancias extremas, no han podido conquistar el evento Olímpico más largo.

“Necesitan aprender a correr distancias más cortas, más rápido”, dijo Ortega, quien se encuentra en la misión de transformar la habilidad nata de los rarámuri y llevarlos al éxito en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. “Nadie les estaba enseñando cómo hacerlo”.

Hasta ahora.

Tras casi una década buscando apoyo financiero, Ortega aseguró fondos provenientes de la Fundación Telmex el año pasado, a fin de costear un programa de entrenamiento para los atletas indígenas de México para carreras de distancias Olímpicas. Desde entonces, ha estado trabajando con más de 500 corredores en seis estados. Pocos han mostrado el potencial y la promesa de los rarámuri.

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EXISTEN CERCA DE 125,000 rarámuri viviendo en México, de acuerdo a las estadísticas que maneja el Estado. Ortega y su grupo de entrenadores laboran con 16 equipos distribuidos por la Sierra Tarahumara, y cree que un grupo de esos corredores tienen el potencial a fin de competir en los Juegos Olímpicos de 2020. Catalina Rascón, de 17 años, es el principal prospecto del programa. Ganó su primera carrera de 60K a los 12 años de edad y su primera carrera de 100K a los 14.

Catalina creció en la remota villa de Porochi. Hace un año, se mudó a Chihuahua, la capital del estado del mismo nombre, a fin de proseguir su educación y entrenarse bajo mejores condiciones. Vive con su hermano mayor, Guadalupe, quien es su principal entrenador en el programa.

Llegó al campo de entrenamiento de la ciudad vistiendo una blusa rosada con flores azules, un vestido largo de múltiples colores y huaraches blancos, los atuendos tradicionales de su cultura. Es el tipo de vestimenta que usaba cuando empezó a competir y lo que muchos atletas rarámuri siguen prefiriendo en sus carreras. Sin embargo, Catalina ahora prefiere zapatillas de correr modernas y atuendos atléticos.

“En la sierra, desde que somos pequeños, caminamos distancias sumamente largas”, dijo. “Los autobuses son poco comunes y muy costosos. No tenemos forma de ir de un pueblo a otro. Por ello, nos acostumbramos a caminar. A veces, corremos para llegar más rápido y también porque es más divertido”.

Catalina reconoce que su afinidad por las distancias extremas podrían ser un obstáculo en la búsqueda de su objetivo.

“Mi sueño es correr en los Juegos Olímpicos”, indicó. “Entiendo que será complicado competir contra gente que ha entrenado toda su vida para estar en las Olimpíadas. Pero estoy trabajando duro a fin de competir contra ellas”.

El problema para Catalina (y otros corredores rarámuri) ha sido que la carrera Olímpica de mayor distancia, el maratón, cubre “apenas” 42 kilómetros, una distancia a la cual Catalina apenas comienza a conseguir su rito. Dos maratonistas rarámuri se encontraron con este problema al competir en los Juegos de Amsterdam en 1928. Luego de terminar en los puestos 32 y 35, se quejaron que la carrera era demasiado corta.

“Debido a su estilo de carrera y forma de vida, tienen una resistencia muy fuerte, pero su velocidad es muy lenta”, dice Ortega, ingeniero de profesión y quien hizo su tesis de grado en el tema de técnicas de entrenamiento para corredores aborígenes. “Para carreras más largas, su ritmo lento eventualmente hace que superen a sus competidores ya que estos se agotan. En carreras más lentas, sin embargo, el ritmo de los rarámuri no es lo suficientemente rápido para conseguir el triunfo”.

Ortega ha hecho que Catalina se concentre en distancias entre 800 metros y 10 kilómetros, carreras en las cuales los rarámuri participan muy poco.

“Los mejores maratonistas del mundo son los rarámuri”, dice Ortega. “Y si aprenden como correr distancias más cortas de manera efectiva, México ganará muchas medallas en el futuro”.

JESÚS MANUEL CERVANTEZ, conocido por todos como Chepe, supervisa el programa de Ortega en Chihuahua. Si bien no es rarámuri, el hombre fornido y jovial trabajó durante años como coordinador de educación física por todo el estado, viajando de pueblo en pueblo para cumplir esas funciones. En esa época, tomó especial interés en los rarámuri, organizando docenas de viajes para poner a competir a corredores por todo el país, Estados Unidos y Europa.

La experiencia de Chepe lo convierte en el guía turístico perfecto para un trayecto por las carreteras y caminos de tierra de la región, a fin de conocer a varios de los corredores más prometedores del programa. Pasando por varios pueblos, apuntó hacia las gigantescas mansiones amuralladas que parecen estar fuera de lugar en áreas montañosas mayormente ocupadas por gente humilde.

“Hay muchos mafiosos acá”, dijo.

Varios hombres estaban erguidos a los lados con pistolas metidas en sus cinturones, sin perder visibilidad. En un restaurante, había una amplia variedad de gorras con el número 701 a la venta, dejando claro cuál es el grupo criminal que domina la región. El logo representa al Cartel de Sinaloa, el cual adoptó este número por su líder, el ahora prisionero Joaquín “El Chapo” Guzmán, nombrado como el No. 701 en la lista de los hombres más ricos del mundo por la revista Forbes.

La cordillera que pasa por los estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa es conocida como el Triángulo Dorado, famosa por su producción de marihuana y de amapolas, el ingrediente base de la heroína. Hay informes que indican que los carteles han obligado a los rarámuri a transportar drogas.

A pesar de ello, la pobreza extrema es una preocupación aún mayor para los locales que la actividad criminal.

En la pequeña comunidad montañosa de Tatahuichi, varios rarámuri se acercaron a Chepe. Una mujer con un bebé en brazos le pidió para el pasaje del autobús a fin de llevar a un familiar lesionado a una cita médica. Hay una sensación de desespero que se ha apoderado del pueblo.

“Es difícil para estos corredores poder entrenar mientras tratan de sostener a sus familias y comunidades”, dijo Chepe. “Hay muchos problemas en estos pueblos. Necesitamos aún más apoyo y ayuda, más invitaciones a competencias internacionales, para que estos corredores puedan ayudar a mejorar a sus comunidades”.”

Onorio Juárez y Silverio Ramírez caminaron por una hora desde sus pequeños ranchos hasta Tatahuichi para reunirse con Chepe y hablar con respecto a sus experiencias en el programa de Ortega.

“Mucha gente se ha ido para buscar trabajo en las ciudades. No hay empleo aquí. Sólo pobreza”, dice Ramírez, una de las esperanzas Olímpicas de mayor edad del programa, con 34 años de edad. Afirmó que muchos en la comunidad viajan para trabajar en la cosecha de frutas en ciertas temporadas, y otras trabajan en el servicio doméstico en poblaciones como Ciudad Cuahtémoc, Chihuahua y Juárez.

Ambos hombres aspiran que sus proezas atléticas algún día puedan aportar algo positivo para su pueblo.

“Si uno de nosotros llega (a los Juegos Olímpicos), todos (los rarámuri) lo podrán sentir también”, dijo Juárez, de 25 años.

Juárez y Ramírez luego pasaron a hacer una exhibición de un juego llamado rarajipari, una especie de carrera con pateo de pelota que ha sido jugado en sus comunidades durante generaciones. Si bien en ocasiones se hacen pruebas enfrentando a unas villas con otras, el juego es típicamente jugado por los rarámuri como una forma de pasar el tiempo mientras viajan por largas distancias.

Toman turnos usando sus pies con sandalias de huarache para levantar una pelota hecha de lana y la lanzan hacia adelante en un movimiento rápido. El otro la persigue y la lanza hacia adelante. Es fácil poder imaginarse a los rarámuri haciendo esto por horas mientras van de una comunidad a otra.

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EL PUEBLO DE NOROGACHI está enclavado en la profundidad de la sierra. Si bien la población tiene menos de mil habitantes, la villa deslumbra los ojos del corredor rarámuri Antonio Ortiz, de 17 años. Él, junto a su nueva novia y su padre, caminaron por siete horas desde su comunidad, de apenas 10 casas, hasta Norogachi.

Chepe llevó a Antonio y su padre, Roberto, a un aula de clases de estudiantes de entre 12 y 14 años que podrían calificar al programa de entrenamiento en un futuro. Explicó los logros de Antonio y contó cómo Roberto ganó un ultra maratón de 100 kilómetros en los años 90. Los niños observaban maravillados, y una jovencita dijo “wow” fuertemente. “Ustedes son sus peores enemigos”, dijo Chepe a los estudiantes, no con el fin de reprender sino de motivar. “Cuando no se cree en uno mismo, cuando uno no cree lo que es capaz de lograr, uno se cohíbe”.

Antonio habla muy poco español (apenas comenzó a aprender dos años atrás) y personifica muchas de las cualidades típicas de los rarámuri. Aunque los Chihuahuenses mestizos tienen la reputación de hablar fuerte e impetuosamente, algo muy común en las ciudades rurales de México, los rarámuri son conocidos por su comportamiento tranquilo.

“Día a día, trabajo en los campos en la mañana. Es un trabajo muy duro”, dijo Antonio, en un susurro prácticamente inaudible. “Luego, entreno en las tardes. El domingo, no trabajo, entreno todo el día”.

Recientemente, Antonio ganó una carrera de 10K en México y es el principal prospecto Olímpico en el programa de Ortega en dicha distancia. Cuando Chepe le recordó a Antonio de las conversaciones que Ortega tuvo con él en una visita sobre una competencia entre distintos países del mundo entero, Antonio asintió tímidamente.

“A veces, los rarámuri conocen muy poco de lo que pasa fuera de sus comunidades. Es muy difícil para ellos comprender la magnitud y escala global de algo como los Juegos Olímpicos”.

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EN OTRAS PARTES DE LA SIERRA, está ocurriendo una modernización. En San Rafael, pueblo cercano a los 2.200 habitantes, la juventud está más adaptada a las costumbres urbanas, probablemente influenciados por los turistas que se detienen allí mientras viajan por el popular tren que pasa por el expansivo Cañón del Cobre de México, que cruza la Sierra Tarahumara.

Luz y Gerardo Quezada personifican bien esta transición. Luz, de 13 años, prefiere que la llamen Lucy. Gerardo, su hermano de 16 años, prefiere que le digan Jerry. Usan ropas modernas: jeans y camiseta deportiva, y pantalones cortos de baloncesto y una camiseta marca Puma que reza “Jam”, para Jerry. Ninguno usa sandalias.

“Para los que están acostumbrados a los huaraches, por supuesto son más cómodos”, dice Lucy. “Para nosotros, las zapatillas de correr son mejores”.

Lucy orgullosamente rememoró la cantidad de carreras que ha ganado e indica que sólo usó una vez en una carrera la ropa tradicional rarámuri, indicando que “la falda era un poco incómoda para correr”.

Los hermanos Quezada representan la ola joven del programa de Ortega, el cual se enfoca en entrenar corredores desde temprana edad para carreras de distancia Olímpica en vez de ultra maratones. Los hermanos se especializan en carreras entre 2K y 10K hablan con emoción de los Juegos Olímpicos, muy conscientes de la importancia global del evento.

“Desde que el programa comenzó, hemos podido entrenar mejor, mejorar nuestra condición, acudir a más carreras”, dice Jerry. “Ambos esperamos competir en Japón”.

Aunque San Rafael representa una parte menor de la región rarámuri, en la cual los estudiantes pueden entrenar en un diamante de béisbol con una pista de carreras alrededor de las bardas, no todas las comunidades son tan afortunadas.

En la pequeña villa de Porochi, en la cual las casas desaparecen entre los árboles y el servicio de telefonía celular es de muy mala calidad o no existe, los aspirantes a corredor entrenan en un campo improvisado. José Luis Concheño, entrenador local del programa de Ortega en la zona, ayudó a los jovencitos a construir una pista marcada por piedras pintadas de blanco.

Carlos, hermano de Concheño, es el entrenador del programa en el cercano pueblo de Cuiteco. Los hermanos juntan a sus corredores para hacer competencias cada cierta cantidad de meses.

“Los chicos entrenan a diario. Sin embargo, a fin de poder realmente mejorar, necesitan tener competencias”, expresa José Luis. “Si no hay competencias, pueden desarrollarse, pero esto les da un extra”.

Carlos llegó a la competencia un poco tarde con un grupo de chicos que abandonan su adolescencia. En Porochi, no hay escuela secundaria. Tras la primaria, los chicos en Porochi y las comunidades vecinas deben mudarse a albergues juveniles en Cuiteco si desean proseguir con su educación.

Los niños pasaron el día a pleno sol corriendo en la pista rudimentaria. Los maestros en la escuela les otorgaron medallas hecha a mano a los corredores ganadores, que las lucían con orgullo en sus cuellos, como los campeones Olímpicos que sueñan en convertirse.

Los hermanos Concheño esperan que varios de los niños rarámuri al menos puedan mejorar sus existencias a través del programa.

“Quizás puedan ver mundo, cambiar un poco sus vidas y mejorar su educación, quizás obtener becas”, dice Carlos. “Porque aquí hay muchos problemas”.

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A LOS 6 AÑOS DE EDAD, Alfonso González abandonó la escuela después de seis meses para trabajar en el campo. No comenzó a correr de forma competitiva hasta los 21. Sin embargo, comenzó a ganar carreras rápidamente. Ahora, tiene 31 años y espera no sea demasiado tarde para ganarse la vida de él y su familia corriendo.

González dejó la sierra un año atrás con su esposa, dos hijas y su sobrina a fin de trabajar en los manzaneros fuera de Ciudad Cuauhtémoc. Un dueño de una granja menonita le dio amparo a González tras conocer que era un talentoso corredor rarámuri. La familia vive en una pequeña habitación con un solo colchón dentro de una de las fábricas del propietario, y a González se le permite trabajar jornadas medias a fin de entrenar de tarde.

“Es el sueño que tengo ahora, participar en los Juegos Olímpicos”, dice González, quien está consciente que requiere mejorar en carreras “más cortas”. “Ya tengo resistencia. Lo que me falta es mayor velocidad. En eso estoy entrenando actualmente”.

Admite que no conoce nada de Japón, que nunca ha oído hablar del sushi o del Monte Fuji. Sin embargo, con el régimen de entrenamiento al cual se somete bajo la conducción de Ortega y Chepe, González cree que podrá conocer al lejano país en persona en 2020.

Los sueños Olímpicos como los de González, al igual que la convicción que ayudar a los rarámuri y otros similares en convertirse en mejores corredores les dará una vida mejor, es lo que hace que Ortega sea tan apasionado con su programa.

“Realmente creo en este proyecto”, afirmó. “Les dará una oportunidad de ver mundo, de convertirse en modelos para sus comunidades e inspirar esperanza para los indígenas, y todo México también”.