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ESPN World Fame 100: Juan Martín del Potro, historia de resurrección

Es grande. Muy grande. Y no sólo por la espigada figura de su 1,98 metro, Juan Martín del Potro es uno de los deportistas argentinos y latinoamericanos más admirado, querido y respetado. A los 29 años, el campeón del US Open 2009, siendo hoy Nº6 del mundo, ex 4º de la ATP, acapara la atención en todos lados y por eso es, inclusive, muy reconocido en todo el planeta.

Después de tantas operaciones de muñeca, La Torre de Tandil transita su "segunda vida" deportiva ya que admitió que estuvo "muy cerca del retiro". Hubo un año, 2016, que marcó un antes y un después en su exitosa carrera profesional. Y hubo un momento, un torneo, que actuó como bisagra: los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

Allí le ganó en el debut a Novak Djokovic, por entonces Nº1, y empezó a soltarse, a festejar más y mejor con los simpatizantes de su país, muchos de los cuales lo criticaban por haberse bajado algunos años de la Copa Davis. Después venció a Rafael Nadal en semifinales, para colgarse en el pecho una medalla de plata con sabor a oro, a hazaña, a proeza increíble apenas unos días atrás.

Ahí cambió mucho su imagen. Es que después de idas y venidas en la mítica Davis, su aventura olímpica lo llevó a una categoría de ídolo en la que no todos lo tenían enmarcado. Eso, en especial en Argentina, donde hasta el mismísimo Lionel Messi es muy criticado por algunos, señalado como "pecho frío" por perder finales con el seleccionado de fútbol. Ese rótulo se lo "ganó" también Del Potro, aunque los que realmente saben valorar su tenis y entienden el esfuerzo y lo que cuesta pertenecer a la elite mundial no lo encasillan así.

Esa temporada la cerró de la mejor forma posible: fue el as de espadas del equipo que le dio a Argentina la única Copa Davis de su rica historia, algo que ni Guillermo Vilas y José Luis Clerc habían podido conseguir, ni años más tarde "La Legión". Por eso, Del Potro, con triunfos memorables, resultó clave para conseguir la inolvidable ensaladera de plata. Y eso, por si algo le faltaba, lo terminó de bañar de gloria y llevar al selecto lote de los mejores atletas de la historia del deporte albiceleste. Ni más ni menos que eso.

Esos dos éxitos le terminaron de dar esa cuota de fama e influencia bien adquiridos. Desde entonces, con su aureola de hombre sufrido por tantos pasos por el quirófano, de esfuerzos enormes por volver a ser, logró agigantar su figura en el mundo entero. Su idolatría y su popularidad crecieron, con ese plus que tanto necesitaba entre los suyos, en sus fronteras. Aún cuando hubo quienes volvieron a molestarse porque después de ganar la Copa Davis no la quiso seguir jugando, su imagen creció y mucho. Más allá de afinidad con su personalidad, su estilo de juego o su forma de manejarse, ya nadie discute su calidad y categoría internacional.

Para muchos, indudablemente, Del Potro es un ejemplo de vida. Por aquello de haberse visto casi afuera de carrera, por volver y ser otra vez uno de los mejores, venciendo a las figuras, poniendo de rodillas a todos en algunos momentos, en determinados torneos. Y es muy buscado por las empresas a la hora de los contratos, por los organizadores de los campeonatos que lo quieren tener siempre y por los que coordinan y gestionan exhibiciones con las estrellas. No por casualidad, firmas como Wilson, Nike, Rolex y Peugeot son sus sponsors, sumando en su país a San Cristóbal.

Hace poco, Chris Jackman, su agente personal de TEAM8, la agencia creada por Roger Federer y Tony Godsick, el manager del suizo, dijo que Del Potro es uno de los deportistas más atractivos para las compañías top y para el público. Claro que Federer y Nadal, que hoy siguen siendo los dos mejores del ranking, son cosa seria, pero el representante lo puso al tandilense con una imagen superior a las de Djokovic y Andy Murray.

A fin de cuentas, él es cosa seria, es tan grande que comparte cartel con los monstruos, y es tan ganador que su grandeza ya no está en discusión.