La manera de comportarse de los jugadores en el partido principal del All-Star de la mejor liga del mundo es una falta de respeto al juego.
El All-Star Game está en terapia intensiva. Hace años que tiene problemas, y la innovación que propuso Adam Silver, con cuatro equipos conducidos por líderes de opinión (Shaquille O'Neal, Charles Barkley, Kenny Smith y Candace Parker), con la particularidad de que el triunfo se defina por quien llega primero a 40 puntos, tuvo el mismo resultado que los años anteriores: un fiasco.
Aburrido. Soporífero. Irremediable. LeBron James bajándose a último momento por una lesión de tobillo. Anthony Edwards y un "resfriado" que lo dejó afuera. La competitividad, salvo en el partido de los Rising Stars que querían mostrarse ante los Shaq's OGs, pero con un nivel infinitamente menor a lo que correspondería a un Juego de las Estrellas, fue de nuevo un papelón.
Silver sigue pensando en que la mejora está en el alrededor y no en la cancha. Por más luces que se coloquen en la cocina, por más mozo de etiqueta y mesa lujosa, si no hay plato principal no habrá comensales felices. En esto, cabe su responsabilidad. Pero la culpa principal es de los jugadores: hacer las cosas al trotecito, a desgano, es lo que está matando este evento. ¿Por qué creen que la gente quiere pagar para ver eso? ¿En qué mundo de fantasía es más importante tirar de media cancha o volcar el balón sin oposición que competir?
El Slam Dunk Contest tuvo a un competidor a la altura de las circunstancias: Mac McClung. Cada uno de sus vuelos hacia el aro fue fantástico. Un poder de salto increíble y no hay que quitarle mérito al triunfo. Claro, McClung, tres veces ganador en fila del torneo, no puede pisar una cancha de NBA como jugador de franquicia más allá de sus piruetas. De hecho, ganó más dinero en esto que en lo que percibió en toda la temporada. Ah, no sé si sabían: esto es el All-Star NBA. El otro competidor digno fue Stephon Castle. Los demás ni siquiera entrenaron para la ocasión. ¿No pensaron que la cosa mejoraría si los participantes fueran elite? ¿Es lo mismo que compitan estos jugadores que Giannis Antetokounmpo, Ja Morant o Anthony Edwards? El problema, de nuevo, está en pensar en las luces y no en la competencia. En las rivalidades que hoy no existen. Es lo único que motoriza la emoción del deporte. Lo que puede salvar a la NBA.
En el día del cumpleaños de Michael Jordan, debo decir que la manera de comportarse en el partido principal del All-Star de la mejor liga del mundo es una falta de respeto al juego. Un deshonor al deporte que practicaron Bill Russell, Kareem Abdul-Jabbar, Larry Bird, Magic Johnson y tantos otros. No se trata de dinero ni de show: es una cuestión de integridad. Lo siento mucho, pero el amor no se enseña. Se siente primero y luego se practica.
Repito lo que dije al comienzo: Silver tiene su parte. No le quitaremos responsabilidad. Pero intenta cosas, una tras otra, porque lo natural no funciona. No es Este contra Oeste. No sé cómo sería estadounidenses contra internacionales, pero estimo, viendo lo del domingo, que sería lo mismo. Verán, nunca estuvo más servida en bandeja de plata la oportunidad a los jugadores de brillar a los ojos del mundo. Les pagan como nunca antes. Los tratan como a celebridades. Y nada cambia. El mensaje a las nuevas generaciones es espantoso: da lo mismo ganar que perder.
No sé exactamente en qué momento empezó a pasar esto. Bajo qué parámetros los jugadores empezaron a entender el Juego de las Estrellas como un fin de semana de descanso. ¿Hasta cuándo tiene que haber anzuelos para que los atletas hagan lo que se debe hacer? ¿Por qué hay que darle ventaja de localía al ganador o seguir dando vueltas para dar premios a ver si la gente se motiva? Hay que hacerlo porque es lo que corresponde. Nunca es para qué. Es por qué. El respeto a la historia es todo. Dicho esto, la organización tiene sus problemas, pero lo que falla es la génesis de la competitividad. Eso hoy se activa de verdad en playoffs, pero hay que ver cuánto público quedará presente, con ganas, para cuando pisemos el mes de abril.
Load management, triples, exceso de partidos, demasiado tiempo en cada cuarto, exceso de publicidad en tiempos muertos, etc. ¿Algún día se terminará la queja constante? ¿Hasta cuándo las excusas? La vida es mucho más simple que lo que se plantea.
Hay que oler sangre y morder, como pasaba con Jordan. Como ocurría con Kobe. Como ganaron los Detroit Pistons. Hay que terminar de una buena vez por todas con los caprichos y excesos de la generación de cristal.
El viento, durante años, puede doblar lo que se ponga enfrente. Pero cuidado: llega un momento en el que todo, hasta lo que parecía indestructible, se rompe.