El triunfo de Pacers ante Knicks en el Madison Square Garden en el Juego 1 de las Finales del Este fue un regalo a los caballeros de la nostalgia.
Los Pacers llegaron a perder por nueve puntos en el último minuto del partido ante los Knicks. Lo que lograron, lo que construyeron, no fue un triunfo. O al menos no fue solo eso. Porque antes de ellos, 1.414 veces ocurrió en playoffs. De 1998 hasta acá. Y el regreso perfecto, la odisea imaginada, nunca había podido concretarse. Hasta el miércoles por la noche.
Los triples de Aaron Nesmith. La decisión de Tyrese Haliburton. El alarido en cada punto del planeta tierra. El silencio en el Madison Square Garden. El pueblo contra la gran ciudad. El deporte más cambiante del mundo, más impredecible, escribiendo una página dorada de adrenalina y emoción: ¿Alguien quiere saber lo que es el básquetbol?
Tomen asiento. Bienvenidos, todos juntos, al relato de un regreso. A la épica que puede envidiar el cine. A la conexión infinita, eterna, entre la ficción y la realidad.
¿Qué sería de nosotros sin una pizca de todo esto? No suele ocurrir seguido. Quizás sirva, entonces, para valorar cuando se presentan esos instantes mágicos que nos hacen volar. Que nos permiten cerrar los ojos y dibujar un regreso perfecto. Un ticket hacia la infancia que nos hizo enamorar de este deporte para nunca más dejarlo. La tierra del nunca jamás en la que todo estaba por descubrirse. Los años en los que la vida aún era una hoja en blanco. Tiempos de VHS, de cassettes de lado A y lado B. Porque en ese ahorcamiento de Haliburton estuvo Reggie Miller. El joven, el huesudo, el villano de película. El que desafió a Spike Lee para regalarnos momentos eternos que nunca pudimos olvidar. Leyendas urbanas que hoy nos vemos obligados a rescatar en un asado, en una reunión de amigos, en un cuento de buenas noches a nuestros hijos. También, por qué no, en una nota de ESPN. Vaya privilegio vivir de lo que nos gusta. Allí está de nuevo su esencia de crack, su legado de grandeza, que vuelve por una noche en los triples consecutivos de Nesmith.
¿Pensaron que me había ido?
Ocho puntos en nueve segundos. La Ilíada y la Odisea. Penélope tejiendo el eterno sudario a la espera de Ulises. Eso somos, eso fuimos y eso seremos.
Habrá sonreído Reggie. Habrá sufrido John Starks. Se habrán tomado la cabeza Spike Lee, Pat Riley, Larry Bird y tantos otros.
Soñamos con volver a alguna parte. A algún lugar. A los tiempos maravillosos en los que todavía estaban todos. Reunidos en una sala, alrededor de una mesa. En el living de una casa. O quizás en un estadio. El grito de felicidad. El abrazo a tiempo que aún podemos sentir, el recuerdo de una jugada memorable. ¿Dónde estabas cuando pasó? ¿Te acordás cómo te sentiste aquella vez? Entre lágrimas, las noches de mayo, de junio, suelen presentarse esquivas. El recuerdo surge y desaparece. El tiempo, a través de sus numerosos agentes del progreso, es despiadado. Nos piden que miremos siempre hacia adelante. Utilizan el espejo como recordatorio. Las marcas en el rostro. Los músculos cansados. ¿Regresar?¿Para qué? El esfuerzo es estéril, no sirve de nada intentarlo: no se puede ganar una batalla absurda y desigual.
Sin embargo, la armada de los caballeros de la nostalgia, el ejército que persigue a cuentagotas sentimientos olvidados, ha decidido una vez más embarcarse a la aventura. Haliburton, Nesmith y los Pacers nos han dejado sobre la mesa un boleto dorado para volver por un rato. Allá estarán seguramente mi abuela, mi padre y tantos otros amigos esperándome. Las cosas, queridos amigos, no terminan hasta que terminan.
Retroceder las veces que haga falta. Rendirse, jamás.
Nunca subestimes el poder de los sueños. La NBA de los milagros, de los tiros de último segundo, de las noches de desvelo, está de regreso.
Volvió. Y junto a ella, volvimos todos nosotros.