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Bruno Altieri 4y

Facundo Campazzo necesita emigrar a la NBA

En los últimos tiempos, un pensamiento snob se impuso como máxima en el ambiente del básquetbol argentino: Facundo Campazzo no necesita ir a la NBA porque ya juega en el Real Madrid, uno de los mejores clubes del mundo.

Esta reflexión, radicalizada por momentos al extremo, es un error que se repite como una consecuencia de preconceptos tallados con cincel. Algunas personas aún creen que en la NBA, por ejemplo, no se defiende o no se juega en equipo como se debería.

El deporte, como todas las artes, están en constante evolución y es por eso que no alcanza con ver una foto de un momento particular, hay que ver la película completa que se escribe y modifica temporada a temporada.

Desde hace muchísimo tiempo existe una batalla cultural entre el básquetbol FIBA y el NBA que es ridícula. Como si uno pudiese invalidar al otro, como si observar más Liga Endesa o Euroliga, en contraprestación con la NBA, permitiese tener un ojo más avezado a la hora de analizar el juego. A mi entender hay un conformismo que se desprende de la realidad imperante: cuando Manu Ginóbili brillaba noche a noche en los San Antonio Spurs, estas máximas no se escuchaban. Ahora que no hay argentinos en la NBA, se desacredita al básquetbol estadounidense casi como un mecanismo de defensa. "Si la chica ya no me quiere, no soy yo: el problema lo tiene la chica".

Hay, también, un pensamiento de protección de secreto disfrazado de jugador, de talento consumido con egoísmo sólo por un ghetto que no ve con buenos ojos que algo o alguien se convierta en masivo por decantación. Algo así como los lectores experimentados que descartan al autor del momento como un rechazo sistémico al arte popular. Permítanme aclarar lo siguiente: que algo sea consumido por una mayoría no lo hace malo ni bueno.

Lo único malo es mirarse al espejo y mentirse con cosas que no son.

Real Madrid es quizás el mejor club del mundo, pero si de básquetbol se trata, la meca está en Estados Unidos. No se puede medir el mercado global de este deporte de la misma manera que el de fútbol: más allá de poderío económico, existen otros factores, entre ellos la tradición y el prestigio, que posicionan a la NBA como lo mejor de lo mejor. No existe liga del mundo con tanto talento disponible. Pensemos en Manu solo por un instante: sus cuatro títulos NBA, sumado al oro olímpico en Atenas, le permitieron trascender. Sus dos MVP con Kinder Bolonia en la Liga Italiana y su premio al Jugador Más Valioso en Euroliga solo fueron escalones para llegar al verdadero desafío.

Por supuesto, existen hoy analistas en Estados Unidos que desconocen lo que ocurre fuera de las fronteras de su país. Lo vimos hace un par de temporadas con la llegada de Luka Doncic a Dallas Mavericks, pero eso no significa que, dentro de las franquicias -que son las que importan de verdad-, no haya conocimiento extremo sobre lo que pasa extra muros: los scouts poseen la radiografía exacta de los talentos globales. Lo bueno, lo malo y lo feo. No hay sorpresas cuando un jugador pisa un plantel elite, y por supuesto Campazzo no es excepción.

A la NBA llega el que puede, no el que quiere. Esto casi siempre fue así, aunque también existieron talentos que trascendieron en el mundo del básquetbol sin pisar los estadios norteamericanos, como los célebres casos de Dejan Bodiroga u Óscar Schmidt, fenómenos que decidieron ellos mismos no dar el salto por razones personales. Y esa elección hizo que siempre los veamos incompletos, como mesas de lujo con una pata floja. A la hora de evaluar la carrera en detalle de un jugador elite en el básquetbol posmoderno, una cosa es haber brillado en la NBA y otra muy distinta no haber experimentado el sueño americano. La cláusula de rescisión de cinco millones de euros es hoy la gran traba para que aparezcan interesados de peso que aceleren la salida de Campazzo de la Casa Blanca, pero lo cierto es que el base cordobés tiene una meta latente: su carrera requiere, con 29 años de edad, dar un salto a la estratósfera antes de que sea demasiado tarde.

Está muy claro que, al menos desde 2019, Campazzo domina el básquetbol europeo con comodidad. Me pregunto, entonces: ¿de qué sirve que repita el éxito siempre en el mismo nivel, con los mismos escollos y problemas? Las exigencias de nuevos abordajes llegan solo para los mejores. Y Campazzo juega esa Liga de diferentes, porque su evolución así lo dictamina. Con un estilo hecho de creatividad fina, nervios de acero y horas de diversión garantizada, ha marcado la pauta de su propia construcción idílica. Alguna vez me dijo el célebre profesor Carlos Morales, en Bahía Blanca, previo a un partido de la Selección Argentina por la Americup: "Campazzo es hoy el mejor jugador del mundo que no juega en la NBA"

En esas palabras, está la respuesta: su futuro necesita nuevas exigencias. Su voracidad deportiva así lo requiere. Pocas veces, en la historia del básquetbol, hubo alguien tan preparado para afrontar este desafío.

El público, expectante, se prepara para disfrutarlo.

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