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Bruno Altieri 4y

La NBA, la burbuja, y el desafío de organización jamás pensado

Cuando Stephen King, maestro del terror, pensó como argumento de su novela La Cúpula un domo impenetrable para separar a la pequeña sociedad de Chester's Mills del resto de los habitantes, fue, sin pretender serlo, un escritor de anticipación. La NBA y su burbuja de Orlando, con protocolo de más de 140 páginas, significó la confirmación de que la pandemia del COVID-19 podía empatar la ficción con la realidad.

Los hisopados constantes, la comunicación intensiva, los reglamentos estrictos y el control permanente nos llevó también a pensar en literatura. El toque entonces estuvo con "1984" de George Orwell; aquel Gran Hermano que emerge en un Londres futuro, espeluznante hace algunos años, luce hoy más realista que nunca. Y si a eso le sumamos lo que podría ser el inicio de la nueva temporada de Black Mirror, con ese panóptico de Foucault digital compuesto de más de 300 pantallas en los estadios vacíos de Orlando para "presenciar" los partidos de temporada regular y playoffs, el impacto es enorme.

La NBA, quizás la liga deportiva más poderosa del mundo, ha hecho un esfuerzo sin precedentes para garantizar la salud de los protagonistas. En medio de disputas raciales y amenazas epidemiológicas, se logró escribir un regreso inesperado. Las autoridades convencieron a los actores principales y de reparto para que exista acción pese a todo, garantizando que el público no se pierda detalle desde el living de sus casas. El desarrollo tecnológico de vanguardia, en el propio castillo de los sueños de Disney, permitió el disfrute dentro una fortaleza hermética que funciona como antivirus y que contradice lo que ocurre a sólo pocos kilómetros de distancia.

Y quizás sea esto lo que estamos viviendo en esta pandemia: una época de contradicciones recurrentes. Emocionales y físicas, obligados a estar lejos para poder cuidar a quienes quisiéramos tener bien cerca. En ese contexto, el deporte de contacto en un estadio cerrado luce, para cualquier aprendiz de infectólogo, por lo menos peligroso. 

La reanudación de la temporada en situación de pandemia luce como la meta de organización más grande de la NBA en su rica historia. Nunca antes ocurrió un infortunio así. El comisionado Adam Silver aprendió, en espacio de pocos meses, a surfear entre tiburones, con una gran amenaza invisible que acecha y castiga sin avisar. Tras el relajamiento de músculos de la pretemporada, llega el turno de jugar por los puntos, y la pregunta inevitable que surge es si esto que veremos será un mini-torneo para salir del paso o el comienzo de un nuevo paradigma en el mundo deportivo, un shock tan grande como el que atravesamos con la transformación del mundo analógico en el digital.

A tono de pregunta: ¿Es lo mismo el deporte con público que sin público? O mejor dicho: ¿es lo mismo un deporte con público presente que sin público presente? Mi respuesta, definitivamente, es no. El deporte es, ante todo, pasional. La experiencia de vivir en primera persona tiene que ver con compartir con el otro. Estar es participar, ser parte y, por ende, pertenecer. La pantalla es un excelente Plan B, pero al final del día, siempre será un Plan B. Ocurre lo mismo con la música: por más que se continúe desarrollando y mejorando el audio de los soportes, jamás podrán derrotar la experiencia de transpirar, gritar y cantar a los abrazos en un recital. La calidad pierde por escándalo cuando se mide con la emoción, porque la vida, por más que ahora nos duela y estemos dispuestos por sanidad pura a abandonar estas reflexiones, está ahí afuera, no entre cuatro paredes.

Protagonistas y fanáticos se necesitan entre sí para complementarse. El arte se valida con la intervención del otro: de nada sirven los Girasoles de Van Gogh si el lienzo vive encerrado en un cuarto a espaldas del mundo. En el deporte, sucede lo mismo: el público es quien le da sentido a LeBron James. Es el entorno el que frota la lámpara para que pueda salir el genio a cumplir deseos noche a noche. Y es el genio, también, el que necesita del alarido, del éxtasis, de la angustia y del llanto para construirse y validarse. La gran mentira que nos contaron desde que éramos niños es que los de afuera son "de palo": el deporte es integral, y a diferencia de otras artes, el espacio escénico logra romperse innumerables veces para que, con el intercambio emocional, la química se convierta en una sola. Ellos y nosotros, nosotros y ellos. Si rueda o pica una pelota, con ella viajan a su lado todas las sensaciones cruzadas.

El trabajo de los profesionales de la NBA ha sido maravilloso por donde se lo mire. Y el de las franquicias también. La coordinación, el ensamblaje de un espacio que no estaba acondicionado, los protocolos, todo un verdadero lujo para observar y aprender. La Liga nos entregará, a partir del jueves, la mejor experiencia virtual jamás consumida en la historia del deporte. Entre computadoras, dispositivos móviles y televisores hogareños, aceptaremos el desafío.

Espero que, en Orlando, se juegue la mejor mini-temporada que alguna vez se pensó.

Y también que sea la última vez que veamos algo así. El guión, en definitiva, necesita del alrededor.

Tarde o temprano, volveremos a ser lo que alguna vez fuimos.

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