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Luka Doncic, el genio del básquetbol de la ralentización

36 puntos, 14 rebotes y 19 asistencias. El contenido de Luka Doncic en el triunfo de Dallas Mavericks frente a Milwaukee Bucks luce de por sí abusivo, pero lo más interesante, sin dudas, tiene que ver con la forma.

Luka Doncic practica, con eficiencia despiadada, el básquetbol de la ralentización.

Nada por aquí, nada por allá. Pueden acercarse y observar en detalle. No hay nada que esconder: aquí va de nuevo. Como un cuento de Edgar Allan Poe, cada ataque de Doncic tiene en sí mismo una estructura definida pero siempre original: ambientación, clímax y final sorpresivo. No permitan que nadie les mienta: nadie sabe qué va a hacer Doncic cuando tiene el balón en su poder. Ni la defensa, ni los entrenadores, ni los analistas, ni sus compañeros. Solo se exige, para disfrutarlo, ojos bien abiertos.

De ahí surge la fascinación de sus artes: Doncic edifica desde el pique, desde el pase y desde el tiro. Con la ventaja del mismatchup pre-establecida sin necesidad de bloqueo, todo empieza desde sus manos. Observar al genio de Ljubljana es espiar por un rato el Aleph de Jorge Luis Borges por la mirilla de la cerradura. Cada incursión en la llave, en un deporte que deja cada noche que pasa menos resquicios ni grietas, es asombrarse con la construcción de espacios. Harry Houdini deshaciéndose de sus cadenas para poder respirar.

Para que todos los que asisten al truco respiren.

Doncic, el ilusionista de la desaceleración, cautiva por lo diferente. Es la contraindicación a un sistema de vértigo que promueve el ritmo frenético, la ejecución vertical como método único para el éxito. Luka es un virus dentro de la Matrix que obliga a todos a ir más despacio. Una burbuja dentro de la burbuja, una invitación al disfrute de otro tipo de juego, más vinculado a lo artístico, a lo artesanal. Lo emocional por encima de lo pragmático.

Luka es, por sobre todas las cosas, un ilusionista del engaño. Su juego de caderas confunde a los rivales y le permite construir huecos, tanto para anotar como para asistir. Son movimientos de centímetros, no de metros. Si otros hacen zancadas, él hace pequeños pasos para alcanzar la meta. Su visión y creatividad desde el eje, además, lo colocan como el point forward más natural de la NBA. Sumemos a eso su capacidad para lanzar con paso en retirada y tendremos el combo completo.

Doncic, dinámica de lo impensado, parecería ser una filtración analógica en un mundo digital. Un jugador de otra época sumergido en la era de redes sociales. La reencarnación de Magic Johnson como una propuesta de lo que es y lo que pudo haber sido. La mente que apabulla los músculos tensados. El básquetbol de ras de suelo contra el básquetbol de las nubes. Vaya contradicción, el más joven como el más viejo, el más viejo como el más joven. Es esa pausa, ese asiento de primera fila para evidenciar el regreso, lo que suma aficionados y defensores de oficio para sus artes. Si Doncic puede, al menos por un rato, entonces otra historia puede ser posible. Otro guión puede ser escrito, diseñado y asimilado. Y en un mundo en el que se destroza a cada paso la cultura heterogénea para que todo sea exactamente lo mismo, para que nada ni nadie se escape de la rigidez del manual de procedimientos, bien vale la pena disfrutar el momento exacto de la fisura; el instante en el que lo diferente, la transgresión novedosa, se abraza con el éxito.

Desde los tiempos de Pablo Laso en el Real Madrid, cuando debutó con solo 16 años y se convirtió en el talento blanco más joven de la historia en pisar una cancha de básquetbol, se supo que Doncic era un jugador diferente. Con 19, ya lo había ganado todo con la Casa Blanca y ya había llevado a Eslovenia a un título sin precedentes en su historia. Más allá de sus conquistas, en lo que siempre fue distinto al común de los mortales, fue en la asimilación de conceptos: nadie llegó tan rápido a comprender el juego, la génesis intrínseca de este deporte, como lo hizo Luka. Nunca llegó a ser el chico de los recados que suma responsabilidades; fue gerente desde el primer día de trabajo, un jovencito cargado de talento capaz de asimilar los secretos desde la praxis pura. Lo que a otros le duró años, a Doncic le costó días. Nunca necesitó horas de vuelo, él solo requirió segundos. La adaptación al entorno nunca existió en su diccionario, y eso es lo que entendió la gerencia de Dallas en 2008 cuando lo drafteó: ¿Para qué esperar si el futuro ya está construido?.

En la victoria frente a los Bucks, 136-132 con tiempo extra incluido, Doncic consiguió su 17° triple-doble de la temporada y finalizará como líder en este rubro en toda la NBA, siendo el más joven en conseguirlo. Sus 19 asistencias sirvieron para igualar a LeBron James por el máximo en un partido esta Liga y quedó a solo un pase de igualar a Jason Kidd por el máximo de un jugador en los Mavericks, luego de que Kidd consiguiera 20 en 2009.

Rara vez la expectativa de lo que puede ser se abraza a lo que finalmente sucede. Con Doncic, todo lo que esperábamos se quedó corto: hoy, continúan sucediéndose peldaños en su escalera de crecimiento. Capítulos de una novela que parecería ser infinita.

Luka Doncic pasó, como nadie, de niño prodigio a grata realidad.

Y lo mejor, con él, siempre está por venir.