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¿Por qué los New York Mets son un desastre?

Los New York Mets, una corporación de miles de millones de dólares que también trabaja como acto cómico, presentó su mejor espectáculo en años durante la jornada del lunes. La creciente especulación con respecto a la seguridad laboral de su manager en problemas, en medio de una barrida propinada por el peor equipo del béisbol mayor fue apenas el primer acto. Luego, su gerente general, que está en su primer año en el puesto, anunció que Yoenis Cespedes, su jugador mejor pagado y quien ya se encontraba en la lista de lesionados, se había fracturado el tobillo al caer en un hueco en su finca, y parecía que Heisenberg había preparado esta serie de malas noticias; porque se trataba de algo intrínseco a los Mets, triste hasta las entrañas.

Habitualmente, los Mets suelen pisar otra cosa que típicamente solemos conseguir en las fincas. A pesar de que algunos de sus resbalones pueden ser atribuidos a la mala suerte, hay suficientes problemas auto infringidos para que la organización se gane el escarnio de sus aficionados y el disfrute de sus desgracias por parte del resto del panorama del béisbol. Todo se encuentra interconectado, desde las derrotas, pasando por el drama que rodea a su manager hasta el pelotero de $29 millones que se rehabilita en su finca, diciendo que no sufrió varias fracturas en su tobillo derecho debido a un accidente con un equino, sino que fue un producto de un desafortunado encuentro con un hueco.

Todo comienza con el dueño del equipo Fred Wilpon y su hijo y jefe oficial operativo, Jeff, eje de todo lo que tenga que ver con los Mets. Los propietarios no le dieron al nuevo gerente general Brodie Van Wagenen la capacidad de contratar a su propio manager, teniendo al actual poseedor del cargo, el incapaz Mickey Callaway antes de que la temporada 2019 siquiera hubiera empezado. Los propietarios no cobraron las decenas de millones de dólares producto del dinero pagado por las compañías de seguros por las lesiones sufridas por Césped y David Wright para reinvertirla en la nómina de su equipo grande. Los propietarios de esta organización, durante años, ha fomentado la inestabilidad organizacional y lo que en otras franquicias podría sentirse como pequeñas grietas en sus bases, terminan sintiéndose en el caso de los Mets como fisuras del tamaño de un despeñadero.

Y así transcurren días como el del lunes, cuando los Mets jugaron al pirómano y al cuerpo de bomberos de forma simultánea. Van Wagenen hizo sus mejores esfuerzos para restarle importancia a lo absurdo de la situación, tratando a la lesión de Céspedes con una gravedad comprensible y dándole a Callaway un voto de confianza después que los Mets ligaran un gran total de tres imparables durante el fin de semana contra los lamentables Miami Marlins. Fue un voto tibio, sin condiciones, el que se suele ofrecer para comprar tiempo mientras se busca un reemplazo tras bastidores.

Múltiples fuentes familiarizadas con el razonamiento dentro de la organización creen que se requerirá de un cambio de suerte extremo para salvar a Callaway de perder su puesto, prediciendo que su despido se producirá en algún momento del mes de junio. En su primera temporada en 2018, Callaway supervisó un equipo que terminó con récord 66-84 después de haber arrancado registrando 11-1. Tampoco se distinguió por su táctica y la contratación de Van Wagenen presentó la oportunidad para empezar de nuevo en el terreno. Obviamente que hablamos de los Mets y quedaban $2 millones por pagar en el contrato y por ello, esa oportunidad fue sacrificada.

Los Mets hacen un montón de cosas sin sentido debido a razones monetarias. La contratación de Van Wagenen, cuyo plan agresivo le ayudó a ganarse la confianza de los propietarios, fue la forma en la cual los Mets dijeron: Es hora de construir, no de reconstruir. Negociaron prospectos de primer nivel a cambio de Edwin Diaz y Robinson Canó. Invirtieron algo de dinero en agentes libres. Y después… se detuvieron. Con vacíos evidentes y agentes libres disponibles para cubrirlos, los Mets se creyeron suficientemente buenos. Y ¿cómo podían quejarse los aficionados de una nómina de Día Inaugural que totalizó $158 millones, la más alta en la historia del club?

He aquí el por qué: No fueron $158 millones. Ni de cerca. Los Mets cuentan con pólizas de seguro que cubren el 75 por ciento de los salarios de Wright y Céspedes si caían lesionados. Wright está esencialmente retirado. Céspedes se sometió a una cirugía en ambos talones el año pasado y su regreso esta temporada quedó en duda. Entre ambos, los Mets podrían cobrar en indemnizaciones por parte de los seguros una cantidad superior a $33 millones.

Entonces, ¿qué hay de esa nómina por $158 millones? En realidad, son $125 millones. ¿Se ubica entre las 10 más costosas del béisbol? Ni siquiera entre las primeras 15. Los Seattle Mariners están gastando más en sueldos que los Mets. Y se encuentran en proceso de reconstrucción. Los Milwaukee Brewers están gastando más en sueldos que los Mets. Su sede es Milwaukee, no Nueva York. Los Mets son los Ferdinand del béisbol. Deberían ser los grandes intimidadores de la pelota rentada. Pero prefieren irse a la finca y caer en huecos.

Ahora bien, es importante mencionar que invertir fuertes cantidades de dinero no resuelve todos los problemas. El contrato de Céspedes es un desastre. Los pactos firmados este invierno con Jed Lowrie y Wilson Ramos parecen ser una chapuza. Canó le costará a los Mets más de $20 millones durante los próximos cuatro años y mientras este equipo no pudo ligar una sola carrera el pasado domingo, éste ni se molestó de buscar un roletazo que habría terminado en doble play.

Después de la derrota, el pitcher Noah Syndergaard hizo una defensa apasionada de Callaway, lo cual fue un acto de nobleza. No obstante, más allá del poder de las palabras de Syndergaard, son las acciones de sus jugadores las que redundarán en la decisión de mantener o no a Callaway en el puesto. Y con unos Mets en medio de una pésima racha, con la estabilidad de su manager claramente en peligro, que un jugador como Canó sea capaz de mostrar una total carencia de esfuerzo nos da a entender que existe una ausencia de consciencia de la situación o una imputación en silencio sobre Callaway… o quizás ambas cosas.

El doble play selló el blanqueo del domingo, que nos llevó a la rueda de prensa escenificada el lunes, la cual sirvió no como una forma de conocer la mentalidad de los Mets en este momento sino cómo la organización intenta poner una buena cara sobre un equipo que comenzó el día con récord 20-25 y ocupa el tercer lugar de la División Este de la Liga Nacional. En un momento de la comparecencia, Van Wagenen expresó las siguientes palabras: “No tengo nada que lamentar de lo hecho durante la temporada baja”; si se hubiese desabotonado la camisa para mostrar un tatuaje en su pecho que dijera “SIN LAMENTOS”, nadie se habría asombrado.

Estos son los Mets. Estas cosas suelen ocurrir y son graciosas, o al menos son graciosas para aquellos que no sufren temporada tras temporada tras temporada de los mismos errores. Esos aficionados ven al novato sensación Pete Alonso, el salvador del bateo Jeff McNeil, el eficiente jardinero Michael Conforto y al atlético campocorto Amed Rosario y piensan: este es un núcleo bastante sólido. Y ven a Syndergaard y a Jacob deGrom, Steven Matz y Zach Wheeler y dicen: Esa es una rotación de calidad. Y cuando cae una mala racha, se hace más notoria porque hay tantas cosas que poner en tela de juicio: no permitir a Van Wagener contratar a su propio manager y obligar a Ramos a servir de receptor a deGrom cuando es claro que deGrom se siente más cómodo lanzándole a Tomas Nido y pensar que $125 millones es más que suficiente para superar a Filadelfia, Atlanta y Washington, sin pensar en el resto de la Liga Nacional y lo mejor de la Americana.

Y ese es el punto, ¿cierto? ¿Que los Mets deberían existir para ganar campeonatos, para borrar las tres décadas que han pasado desde que ganaron su último título? ¿Qué cada pequeña decisión debería ser tomada con miras a ese objetivo? Ese debería ser el punto; no obstante, los New York Mets y la palabra “deberían” tienen cierta relación tóxica, en la cual el primero le dice a la segunda que se vayan a jugar a algo, o a caer en un hoyo.

Pues no. Los Mets hacen las cosas a la manera de los Mets y después de tantas decepciones, uno pensaría que esos procesos podrían cambiar. Pero ese no es el caso con un régimen de propietarios que no aprende de sus errores. Por ello, cuando ocurre cualquier hecho producto de la mala suerte, queda abrumado en un caos de problemas que se produjeron mucho antes de la llegada de aquellos que intentan curar los males de los Mets. Mickey Callaway fue una de esas personas, ocupándose del puesto de estratega después que se provocara que Terry Collins saliera corriendo de la ciudad, tras lo que se sintió como un periodo de dos años de ineficiencia. Es cuestión de tiempo para que Callaway corra con la misma suerte.

En parte es producto de la mala fortuna, parte se debe a hacer las cosas de forma inoportuna y otra es simplemente el béisbol. Todos esos elementos quedaron en evidencia el lunes cuando los Mets vencieron a los Washington Nationals 5-3. Callaway no fue mejor manager, los Mets no fueron mejor equipo y el béisbol no fue un deporte diferente. De hecho, fue el final perfecto para el día más al estilo Mets que hemos visto en un buen tiempo: un manager que mantiene su puesto por todos los motivos inapropiados, un gerente general defendiendo lo que ha hecho por motivos cuestionables y un grupo de propietarios que mantiene un ensordecedor silencio en toda esta situación, conforme con permitir que esta corporación multimillonaria fracase y caiga en el precipicio. Es tan triste que termina siendo gracioso. Tan gracioso que raya en lo triste.