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La Chica del Banquillo: David Ortiz, contra la estadística

Un pelotero respetado por su natal República Dominicana y por la pelota latina.

Su maña de olvidar los nombres de sus compañeros le dio su apodo. Aquel “Papi” con el que llamaba a los peloteros en el clubhouse lo definió como personaje, pero fueron sus números en el terreno lo que lo definieron como ícono. Y hoy, Cooperstown lo define con el más grande adjetivo: el de inmortal.

La carrera del Big Papi ha ido en contra de la estadística, una de las frases con las que, de hecho, comienza a contar su historia en su autobiografía llamada Big Papi. Es el único bateador designado nato que ha sido exaltado al Salón de la Fama en su primer año en las boletas (84,2% de sus 2.408 juegos jugó en la posición). A Edgar Martínez le tomó diez años, realizaba el trabajo en la posición en el 71.4% de las veces, mientras que Frank Thomas, por ejemplo, fue DH en el 56,4% de los juegos (Datos de Anthony Castrovince de MLB.com).

Su transformación se basó en la creencia. En los Twins, la indicación era clara: le pidieron que dejara de buscar batazos de vuelta entera y que se concentrara en la pelota pequeña. Pero el talento de David era demasiado grande para ser limitado. Así que en Boston consiguió su elemento y logró elevar su porcentaje de bateo y superar, por primera vez en su carrera, los .300.

Pero me atrevo a decir que aquella frase que soltó de manera espontánea en uno de los momentos más vulnerables de Boston, de una ciudad que lo idolatraba desde 2003, fue lo que terminó de establecer como héroe. Fue en el primer juego de local en Fenway Park, tras los atentados del Maratón de Boston de 2013. Aquel “This is our fuc***g city” resonó entre sus fans en un momento en el que se necesitaba la fuerza de un líder. Y el Papi nunca ha tenido miedo de asumir el reto.

Tuve la oportunidad de entrevistar al Papi hace algunos años durante su exaltación al Salón de la Fama del Beisbol Latino en La Romana. Sus casi dos metros de estatura pierden su poder de intimidación al proyectar a un hombre terrenal, siempre alegre, que arrastra esa estela especial del chico de barrio que logró sus sueños. De hombre querido y admirado. Un pelotero respetado por su natal República Dominicana y por la pelota latina. Y hoy reconocido, como se merece, por Cooperstown.

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