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Hugo Sánchez, el 'rarito' de la Casa Blanca

LOS ÁNGELES -- Manolo Sanchís era uno de los escuderos favoritos de Hugo Sánchez. Parte del Triángulo de las Bermudas que hundía acorazados de la Liga de España. Un triángulo equilátero de homicidios perfectos. El tercero en la escena era Emilio Butragueño.

Aquella Casa Blanca del Real Madrid pintaba de escarlata los marcadores y de negro los vestidores contrarios.

Este miércoles, Manolo Sanchís habló de esos hombres complicados, complejos, incómodos, pero imprescindibles en un vestidor de futbol.

Sanchís estigmatizó a Hugo Sánchez con un código de barras perniciosos: “un tipo rarito”. Así, coloquial, para describir al Pentapichichi.

Lo grave, es que Sanchís lo percudió a Hugo al arrojar, con estiércol incluido, un comparativo entre la labor de zapa de Neymar y del mexicano. El brasileño no ha hecho ni hará por el Madrid lo que hizo Hugo.

Ojo: los tres o cuatro despistados asiduos a esta tribuna, saben que de manera paralela al homenaje sin fecha de caducidad que merece Hugo el futbolista, también hemos relatado algunas de las manías del Hugo ante el que hasta la soberbia se sonroja.

Incluso, en esas actitudes criticables por sus compañeros, tratábamos de entender sus actitudes y las de Javier Chicharito Hernández. El texto se titulaba: “Chicharito, Hugo, y ese dulce veneno de la gloria".

Incluso, en el Mundial de México 1986, con la fortuna de hacer la cobertura directa de México y Argentina, Jorge Valdano fue implacable ante este reportero: “Hugo es uno de los mejores delanteros del mundo, de la historia… pero no me pidas que hable de él como persona, eso es distinto”.

Eso confirmaba que entre el argentino y el mexicano podía haber sociedades asesinas ante el gol, pero las personalidades vivían en vecindarios distintos, antípodas, fuera de la cancha.

Sanchís se equivoca. Y lo hace al no entender el entorno implacable hacia Hugo Sánchez en España. La empatía es el fenómenos menos empático y simpático hacia el ser humano.

Imagínese esto, hoy. El fascinante estadio Vicente Calderón abarrotado. Y bufando, con esa mezquina semilla plural germinando, esa la del racismo, la discriminación y la frustración.

“Indio, indio, indio”, más el “vete de aquí”, convertido en un coro imponente, amenazante, desafiante, en cuanto Hugo Sánchez era anunciado en la alineación o erraba un remate o tocaba la pelota.

“Indio, indio, indio”. Dentro y fuera del estadio. Un suplicio, un calvario. Un patíbulo y la guadaña en perturbadores decibeles. “Indio, indio, indio”.

Alguna vez, Alfonso Portugal, suegro de Hugo, me comentaba que jugando por el Atlético de Madrid, al Clan Sánchez se negaron a reservarle una mesa en un restaurante de postín en Madrid. “Indio, indio, indio”.

Portugal y su ex entrenador Diego Mercado, me comentaban la noche que todo cambió. En el hotel, Hugo se desmoronó en llanto. Un llanto histérico, de rabia. “Voy a taparles la boca”, prometió Hugo a su familia.

Y todo cambió. Hugo empezó a ser Hugo. La leyenda del Pentapichichi. Hugo cambió. Cambió en todo. Para todo. Hacia todos. Con todos.

“Había tratado de encajar, de ser aceptado en el vestidor del Atlético de Madrid. Ya no le importó. Decidió que era si batalla y que estaba solo en ella”, explicaba Diego Mercado.

Y de su historia ya conocida se regodean los mexicanos. Porque era una cita obligada, cada fin de semana, sentarse ante el televisor y esperar la chilena, el remate, el cabezazo o el cobro de tiro libre de Hugo.

El “indio, indio, indio” colonizaba, catequizaba y conquistaba el futbol de España. Pero sin fraudes. No entregaba espejitos ni cuentas de vidrio. Hacia goles de oro a cambio de oro.

“Rarito”, dijo Sanchís para definir a los tiempos complicados en el vestidor. “Rarito” y le puso nombre, apellido y prototipo, estereotipo, paradigma: Hugo Sánchez.

¿Cuántos miembros de ese Real Madrid memorable habrán entendido la terrible batalla que debía librar Hugo cada día, cada entrenamiento, cada partido? Ninguno. ¿Quién se iba a poner en los zapatos gastados de lucha de un “rarito”?

¿Cuántos de La Quinta del Buitre habrían sobrevivido, eventualmente a un orfeón depredador como el del Vicente Calderón con ese grito de “indio, indio, indio”, que pretendía ser humillante? Ninguno. Esas rareces eran sólo de “raritos”.

Sanchís se equivoca aún más, insisto, en querer confraternizar a una leyenda como Hugo, con un mito como Neymar.

Y aunque no necesito aclararlo, vale pena enfatizarlo. No puedo arrobar a Hugo Sánchez con este artículo. Me tiene bloqueado en Twitter. Disentimos totalmente desde su época como entrenador del Tri. Y así estamos bien.