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Mourinho, de rodillas ante Messi

LOS ÁNGELES -- Descendiendo penosamente del nicho de arrogancia y soberbia donde ha habitado, habita y habitará, José Mourinho hace una magnífica confesión: “Messi me hizo mejor entrenador”.

Tras la progresión de fracasos que le ha acompañado, siendo sin embargo uno de los más ganadores de la historia, la revelación de Mourinho es, sin duda, la más rimbombante, genuina e inesperada alabanza sobre Messi, el del Barcelona, ojo, el azulgrana, no el de la selección argentina.

Ni las apologías más embelesadas o zalameras hacia Messi pueden compararse con esta revelación de Mourinho, que equivale a entregar públicamente, y con la frente inclinada, un galardón resplandeciente a uno de sus más enconados enemigos dentro de la cancha.

“Messi me hizo mejor entrenador”, dijo Mourinho y sólo entonces puede uno valorar la dualidad de semejante confesión. Es, queriendo o sin quererlo, un elogio compartido. Se engrandece, engrandeciendo.

Obseso, emperrado, maniaco, por descifrar los misterios de sus adversarios, es fácil imaginarse a Mourinho tratando de abrir la exótica y quisquillosa caja de caudales de los misterios de cualquier equipo.

Ojo: un equipo tiene once jugadores y numerosas variantes. Pero, cuidado, Messi incluye el repertorio infinito del instinto, de la intuición, de la autonomía, de la invención que lo convierte en más impredecible que la automatización de un club.

Insisto: Messi no es un jugador inteligente, es intuitivo, instintivo. En el futbol actual, ningún jugador, con ese vértigo (con Barcelona, no con Argentina) encarador de Leo, tiene tiempo para recapacitar, para descifrar, para deducir, la jugada correcta.

Por eso, la revelación del portugués es una descripción perfecta del adversario y es, prácticamente, una confesión lánguida de mea culpa, de impotencia, de frustración, conforme al saldo de choques entre Messi y Mourinho.

Ciertamente esta revelación me despertó ese vicio ocioso de la especulación. Quise recrear al técnico portugués en su laboratorio, aislado, enclaustrado, preocupado por tratar de descifrar lo indescifrable de Messi, como un equipo aparte del Barcelona mismo.

Y algo más, ayúdeme Usted y trate de imaginarse conmigo el escenario puntual del camerino de los diferentes equipos con los que Mourinho enfrentó a Messi.

1.- Después de creer adivinar las maldades de Messi (el del Barcelona, no el de Argentina), de organizar un mapa casi metafísico del argentino, ¿podría Mourinho encontrar las palabras correctas para describir ese universo de lo inesperado a sus jugadores más allá de la cortesía de una patada brutal?

2.- Y, si lograba encontrar la retórica seductora hacia sus jugadores, ¿cómo reaccionarían éstos al entender que con la grandilocuencia del portugués, les hacía entender que era prácticamente imposible detener a Messi, excepto con una guadaña directa a la yugular?

La otra percepción al escuchar a Mourinho decir que “Messi me hizo mejor entrenador”, es el irrefrenable autoelogio, la absolución, el indulto. Algo así como se arrodilla, pero no se inclina (que no es lo mismo) ante Leo.

Evidentemente manda un mensaje desafiante y degradante a sus colegas. El portugués confiesa que fue capaz de dedicar horas, días, semanas, de elaborar de manera extraordinaria cómo detener al Barcelona con Messi, lo que no hicieron el resto de sus compañeros de oficio.

Quiero imaginarme esa cartografía en el búnker de Mourinho, en una pared aparte, con Messi como el epicentro, trazando líneas con hilos de colores, como nos muestran hoy las puntillosas series de detectives buscando a un asesino serial, sin poder terminar con esa telaraña que en lugar de aclarar, confunde.

Messi debió ser para Mourinho como un Cubo de Rubik para un daltónico…