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Cruz Azul y Tigres resucitan al occiso, al torneo de bisutería

LOS ÁNGELES -- ¿Pasión o barbarie o soberbia o imprudencia? Tal vez de todo un poco. Es el futbol. Es ese frenesí, esa vehemencia de no querer perder, de siempre querer ganar.

Desde el manchón, Cruz Azul aniquila a Tigres con un héroe accidental: el arquero Andrés Gudiño. La Copa por México, de torneo de bisutería, se gradúa como competencia. La gradúan los ímpetus y los delirios de unos y otros, de los hunos (sí con “h”) y de los otros.

La Máquina, pitando exigua, desde la victoria sufrida, aguarda este jueves al otro finalista. Chivas y América, reeditan en la cornisa de la intrascendencia competitiva, otro episodio de trascendencia deportiva.

“Hasta en las canicas hay que ganarle al América”, dice El Pollo Briseño, desde esa confusión de ser engendro del Atlas, enemigo natural del Guadalajara y por postración, de El Nido.

Volvamos a la noche del miércoles, cuando azul, le pintan la cruz a los Tigres. Se agradecen los arrebatos, los arranques, propulsados por la gallardía de unos y la frustración de otros. Se agradecen, pero en otros tiempos. No en estos tiempos de riesgo, en estos tiempos de la cólera del COVID-19.

Los protocolos de salud fueron pisoteados. El miedo sustancial al contagio se vio devastado por pasiones ciertamente insanas: la rabia, la violencia, el rencor. La sensación ingrata de la humillación es pésima consejera.

¿Cómo explicarlo? Son tipos que llevan en las venas –casi todos-, esa saludable pasión insalubre por la victoria. Los mismos tipos cautos, de apariencia sensata, tolerante, explotaron. Robert Dante Siboldi y Ricardo Ferretti se despojaron de las mascarillas y confrontaron. Los perfiles ocultos de una trinchera fascinante como es el futbol.

“No me voy a quedar callado ante cualquiera que me venga a gritar”, reflexionó después Siboldi. Guido Pizarro, energúmeno de la frustración y la impotencia le había dedicado capítulos violentos contra su señora madre.

Nahuel Guzman, esa comadrona acobardada, notable arquero, pero ser humano de pasajes y parajes ignominiosos, había azuzado, con ese temple huidizo de los roedores, los ánimos. Javier Aquino se burlaba de su cuna: “30 años sin ganar nada”. Y tan poco, muy poco, que él hizo para interrumpir esa tragedia.

Insisto: todos los protocolos de salud, todas las recomendaciones de supervivencia fueron violentadas. Gritos cara a cara, vociferándose en el rostro; energúmenos sin mascarilla, que trataban de ser contenidos por otros expuestos a lo mismo; escupitajos en la cancha, bebidas compartidas en la misma botella; festejos extremos, lamentos extremos y cabreos extremos.

Irónicamente, en el partido en el que se esperaba una primavera de tregua y casi candor, en este torneo baratija, explotan hasta los de apariencia pusilánime. Es futbol, insisto. Es futbol, alebrestado siempre por ese desafío inexorable de ganar todo y perder todo. La pasión nunca se extingue.

Insisto, para bien, para mal o para peor, a una competencia de bagatela, un torneo muerto, sin palpitaciones de furia o de fervor, el ímpetu final, desbordado, entre Tigres y Cruz Azul, es un desfibrilador que agita el corazón quieto, inerte, de un torneo que no entrega nada y recoge todo.

Los dueños de este Circo Romano, con ábaco en mano, deben encender otro habano para glorificar la noche del miércoles. Que se vayan a la bancarrota todos los protocolos de salud, mientras no se vayan a la bancarrota las albaceas y arpías de sus bolsillos.

Porque Tigres y Cruz Azul les resucitaron el fiambre de torneo en un calentón de futbol de llano, que bendita sea la madre que parió a todos los futbolistas desde esa tierra agreste, la del llano, la del potrero, donde se sabe aquel que quiere, aquel que puede, ser apóstol del espectáculo más bello del mundo, aún con apéndices agridulces como el del miércoles por la noche en Ciudad Universitaria.

¿Futbol? Lo hubo. Parecía que La Máquina controlaba el juego, descontrolando a Tigres. Pero Luis Quiñones remata en una siesta de la zaga cementera. Pero, qué tan curado está Cruz Azul de cruzazulearla, que al ‘92, Igor Lichnovsky hace el 1-1. Penaltis. Ahí, insisto, in situ, el héroe accidental, Andrés Gudiño, ataja dos. Y comenzó la zacapela.

Por supuesto, no espere Usted una reacción de nadie en la Liga Mx ni en el sector salud, que había advertido a la FMF de un rigor extremo para observar medidas de seguridad. Hicieron un pacto para jugar como caballeros, pero olvidaron, que a veces sana, y a veces insanamente, los de la cancha se despojan del bisoñé y se vuelven neandertales.