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América metió a Chivas al confesionario... y lo absolvió

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Vucetich: 'Ganar al América en esta instancia es muy satisfactorio' (0:48)

El' Rey Midas' resaltó la victoria de las Chivas depués de no haberla conseguido en los últimos encuentros. (0:48)

LOS ÁNGELES -- Finalmente, y cínicamente, Chivas confesó, públicamente, sus monumentales e íntimos pecados: pereza y negligencia. Y en la confesión llevó la absolución. Un triunfo inobjetable sobre el América: 1-0.

El marcador no garantiza nada. La vuelta es en El Nido del Azteca, a puerta cerrada. Pero la victoria, esmirriada, justita, frágil, sí certifica claramente que Chivas debió dar más, debió ser más, porque podía, durante todo el 2020.

Apareció el que había desaparecido en alcoholizados tapancos, a ritmo de redova y música de banda. Apareció el futbolista que aprendió a comer con manteca, al llegar a Chivas, pero se olvidó que había que devengar el privilegio de esa camiseta con dignidad y esfuerzo: Christian ‘El Chicote’ Calderón.

Al minuto 81, Calderón pasó de Chicote a implacable látigo. Y con un zapatazo de 30 metros hizo ver como un esperpento desarticulado el lance de Guillermo Ochoa, quien es tomado por sorpresa con el obús, y reacciona más por instinto que con la sabiduría mundialista que le enriquece. Un golazo, por el mismo desplante técnico y motriz del Chicote al patear el balón, más allá de la torpeza y desdén en el despeje y la marca de la zaga americanista.

América había hecho suyo el primer tiempo. Intensidad, ímpetu, osadía y control de media cancha le negociaron la potestad del juego. Peleaba y ganaba, anticipaba y ganaba, metía balones al área y ganaba.

Pero era la noche de los redimidos. Y hablando de ellos, Raúl Gudiño atajó dos disparos a Henry Martín, al cazador furtivo y favorito de Miguel Herrera, y resguardaba así la serenidad en sus redes y en el marcador. Y Giovani dos Santos mostró de nuevo que el espíritu guerrero que tuvo a los 17 años se le avejentó ya hace tiempo: jugó poco, jugó mal y ante los ojos desorbitados de Gudiño, con el inevitable fusilamiento, envió la pelota a la Calzada de Tlalpan.

Chivas también lavó pecados ajenos. Se ha chismorreado que el VAR es una concubina del Guadalajara. Que suele equivocarse, casquivana, favoreciendo al Rebaño. Este miércoles por la noche fue distinto. El VAR le perdona un claro penalti a Sebastián Cáceres, y una tarjeta roja a Santiago Cáseres. En el círculo ocioso de los frustrados, en ese mundo del hubiera, el partido podía haberse modificado radicalmente.

Tras la tempestad del primer tiempo, todavía el Guadalajara se atreve a jugar con diez. Víctor Manuel Vucetich saca de la silla de ruedas a Oribe Peralta, por el desangelado Zaldívar. Pero hay una segunda modificación, esta sí jugada de alto riesgo: Fernando Beltrán deja el sitio a Chicote Calderón. El Rey Midas ratifica que aún tiene el toque mágico.

América responde. Miguel Herrera no se equivoca en la intención de los cambios, se equivoca en la desmesurada y ciega fe en sus jugadores. Ni Federico Viñas ni Nico Benedetti estaban física, futbolística y mentalmente para asumir la responsabilidad de la hazaña. Encima, el Oso González, honra el sobrenombre, y hace tremendo oso al marcar tibia, equivocada, y bobaliconamente a Calderón cuando éste saca el obús de la victoria.

En ese segundo tiempo, el mismo Calderón, ansioso del perdón supremo, tiene dos posibilidades claras de gol, que sumadas a la de Miguel Ponce y Uriel Antuna, eran exponentes inequívocos de que, finalmente, Chivas recuperaba el control de su territorio, un estadio a cuya tribuna se atrevieron 3,720, según la cifra oficial, algunos siguiendo los protocolos de salud, otros con evidente descuido.

Y es así que, insisto, Chivas ratifica cínicamente sus más deleznables pecados: pereza y negligencia. El Guadalajara de este segundo tiempo ante el América, confirma el potencial que hay en el plantel. Cierto: aún deberá corroborarlo en el Juego de Vuelta, y que no quede la sensación de que fueron sólo 45 minutos de gracia en medio de 11 meses de desgracias.

Miguel Herrera ha dicho que el 1-0 le incomoda, pero no le preocupa; le molesta, pero no lo asusta. Sabe que regresa a El Nido, un coliseo donde el América suele salirse del sarcófago, ya casi embalsamado, para mostrar la cara emblemática, orgullosa, soberbia, pedante del #ÓdiameMás.

Sin embargo, eso, Chivas lo sabe perfectamente. Sabe que esas Águilas que tanto maldice, tiene un bendito gene de Ave Fénix. Sabe que el América está finiquitado hasta que puede rellenar almohadones con su plumaje, antes, no.

El Guadalajara podrá viajar con esa estampa halagadora para su afición. Esta vez fueron altivos y dignos adversarios, nada que ver con la versión pusilánime de sus dos anteriores humillaciones ante los pretensioso y altaneros hijastros del #ÓdiameMás.

Y, finalmente, Ricardo Peláez tendrá que dejar de invocar a todo el santoral que carga en la cartera, porque parece, al menos, que ante el colosal desafío que era medirse al América en la Liguilla, los jugadores a los que les ofreció el paraíso rojiblanco han entendido los requisitos para permanecer ahí y no correr riesgo de ser arrojados al leprosario, como aquellos cuatro, de cuyos nombres ya no quiere, ya no puede, ya no debe y ya no necesita acordarse, el aficionado al Rebaño.