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Tiempos modernos

La elegancia de Andrés Iniesta es la misma que la de Charles Chaplin. Ambos geniales. Ilustración Sebastián Domenech

Los clásicos nunca mueren. Y, al igual que Charles Spencer Chaplin, ese muchachito inglés que hizo reír al mundo desde la pantalla a principios del siglo veinte, Andrés Iniesta está destinado a ser un nombre que perdure en el recuerdo. Pequeño bailarín de cine mudo, Iniesta prefiere cerrar la boca y moverse dentro de esa aventura picaresca que es para él el fútbol. Curioso: por contradicción, resulta el símbolo de una época: de esta época en la que se apuesta por el desarrollo físico y la inidividualidad bajo los reflectores.

Como Chaplin en la que fue quizá su película más célebre, el hombre de Fuentealbilla parece reírse de la fabricación en serie en favor de un oficio artesanal. Es único y destaca por contraste. Por su juego de pase y equipo, por su gracia, por su profundidad de pensamiento y su estampa de oficinista. Por la humildad querible de los genios que no precisan de la palabra. Es un héroe en blanco y negro en una era technicolor.

También es el autor del último gol que vimos en los Mundiales, ése que consagró a España por primera vez en una Copa del Mundo. Intentará defender el título tras una temporada decepcionante, según su propia declaración, con su club Barcelona. Tiene compañeros de categoría para acompañarlo en esa misión. Y un favoritismo que no le pesa porque, como si fuera sencillo, va llevando la vida con bombín, bastón y el movimiento de piernas que uno espera, pero que -de igual manera- despierta inevitablemente una sonrisa.