<
>

Marco Scutaro, un guerrero de película

La vida de Marco Scutaro llegó al celuloide cuando apenas tenía 30 años de edad. Qué fama, ¿verdad?

No, en realidad. El pequeño bateador derecho, campocorto en sus orígenes y devenido camarero de excepcional seguridad, fue convertido en el sujeto de un documental precisamente por ser todo lo contrario: por su discreción.

Repentinamente famoso por ser alguien que, 11 años después de firmar para jugar profesionalmente, era el emblema del oscuro guerrero, del pelotero insistente y poco dotado, del jornalero. Candidato a utility en las mayores, en el mejor de los casos.

A player to be named later, se llamó la película. El jugador a ser nombrado después. Es el típico apunte que a menudo aparece en el hilo de transacciones, cuando un equipo de la MLB envía a un pelotero a otra divisa, sin que esté claro qué o quién recibirá a cambio.

Eso era Scutaro en 2005, cuando su carrera empezaba a dar un giro inesperado y feliz.

Aquellas temporadas en Oakland del yaracuyano cambiaron su imagen y su destino, luego de un largo período sin fruto en las menores de los Indios y dos campañas de subidas y bajadas con los New York Mets.

Los Atléticos de Oakland apostaron por él como jugador de la banca durante cuatro torneos, en los que jugó en la intermedia, la antesala, campocorto, jardín izquierdo, jardín derecho y eventualmente designado. Nunca tomó menos de 379 apariciones en el plato. Construyó su propia fama, literalmente.

Muy pocos vieron el documental que en cierto modo inmortalizó al venezolano. Pero muchos lo vieron en los playoffs con los californianos. Sobre todo la gerencia de los Azulejos de Toronto, que en 2008 puso fin a la carrera como suplente de Scutaro, convirtiéndole en su torpedero titular.

Eficiente con el guante. Bateador profesional, que esperaba su pitcheo en cada turno. De Toronto pasó a Boston, de Boston a Colorado y de allí a San Francisco. Demasiados saltos para alguien tan disciplinado, capaz de sobreponerse a sus límites y sacar lo mejor de sí.

Lo demostró con los Gigantes, a la edad en que supuestamente tenía que preparar su fondo de retiro.

Nunca dejó de ser titular, después de la experiencia canadiense. Pero en la bahía mostró más: resiliencia, esa resistencia al dolor que le hizo un favorito del cuerpo técnico, y una sangre fría para dominar los nervios, lo que le llevó a un Juego de Estrellas y le convirtió en el Jugador Más Valioso de la Serie de Campeonato de 2012, camino a la Serie Mundial.

Inolvidable aquella mirada en paz, casi extática, sonriendo mientras sostenía su premio bajo la lluvia de otoño, sabiendo que había metido a su equipo en el clásico de octubre, gracias a 14 hits en 28 turnos.

Aquella serena seguridad en sí mismo, forjada en años y años de luchar contra sus propios límites y los prejuicios de otros, fue la misma con que respondió a los periodistas tras ayudar decisivamente a que San Francisco completara su gran celebración en aquel torneo.

Las lesiones han querido que su carrera terminara antes de tiempo y la gerencia de San Francisco quiso agradecerle con un contrato simbólico, para que su adiós no sea como agente libre.

Se marcha "el pelotero a ser nombrado después". Se va antes de lo que quisiéramos verle despedirse, pero lo hace, eso sí, después de ganar fama, fortuna y respeto.