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Un día a la vez

El venezolano Miguel Cabrera tomó el toro por los cuernos para solucionar su problema con el alcohol Getty Images

Miguel Cabrera nació para jugar béisbol.

El slugger venezolano creció bajo la luz de una buena estrella en su humilde casa de Maracay, admirando a Manny Ramírez, imaginando ser un short stop de grandes ligas y cautivando desde muy temprano a los buscadores de talento.

Hijo de una integrante de la selección nacional de softbol de Venezuela, su foto adornó la primera página de El Nacional, uno de los diarios de más prestigio en el país suramericano, cuando apenas tenía 16 años de edad.

Aquel reportaje de página completa, que anunciaba, con un llamado en primera plana, en 1999, la firma de Cabrera por un bono millonario, lanzó a la fama a un adolescente que súbitamente se convirtió en figura. No dejaría de serlo nunca más.

A los pocos meses, en enero de 2000, fue invitado por Omar Vizquel para tomar parte de un juego benéfico en el estadio Universitario de Caracas, en una actividad para recabar fondos para los afectados por la tragedia ocasionada por el deslave ocurrido en el estado Vargas.

Ese adolescente, probablemente alucinado, era el único desconocido en la tropa de estrellas que se reunió aquella tarde en el parque de la UCV, incluidos Vizquel, Bobby Abreu y Andrés Galarraga.

A los 18 años de edad, se convirtió en la piedra angular de los Tigres de Aragua en el beisbol invernal, el equipo al que ayudaría a disputar siete finales consecutivas y conquistar cinco títulos en seis campeonatos.

A los 20 años de edad, en 2003, fue el cuarto bate de un club ganador de la Serie Mundial, y como tal le sacó un jonrón por la banda contraria a Roger Clemens, un pitcheo después de que el as de los Yankees de Nueva York decidiera hacerle un envío cerca de la cabeza, para enseñarle al novato cómo se juega en las mayores.

Aquel tablazo aún resuena y es la prueba de que el entonces jardinero de los Marlins de Florida tenía aprendida la lección desde la cuna.

Antes de cumplir los 25 años de edad fue cambiado a los Tigres de Detroit, para firmar un contrato por más de 152 millones de dólares que le convirtió en uno de los peloteros mejores pagados de las grandes ligas y en el centro de las ediciones futuras de los felinos, al menos hasta 2015.

Sus primeras cinco temporadas completas sirvieron para ubicar su nombre junto a algunos de los más grandes de todos los tiempos en sus inicios: Jimmy Foxx, Ted Williams, Albert Pujols.

Sí, Miguel Cabrera nació para jugar béisbol. Y nadie se preguntó si estaba preparado para ser, de tal modo, el centro de la atención.

EL INFIERNO, SEIS MESES DESPUÉS
Una nota de The Associated Press en la sección de noticias de ESPNDeportes.com fue la primera señal de que algo fuera de lo ordinario había ocurrido el lunes 1° de marzo.

Los principales portales de noticias de Detroit ampliaron de inmediato la reseña, dando fe de que Cabrera había decidido hablar sin tapujos del problema personal que hace seis meses le llevó a estar detenido algunas horas en una comisaría de policía.

"No deseo esconderlo", dijo en una conversación ampliamente reseñada por el Detroit News. "Quiero ser hombre y admitir que cometí un error. Lo que estaba haciendo era malo. No era bueno para mi vida, mi trabajo ni mi familia. Cuando tienes un problema, debes buscar ayuda, enfrentarlo y arreglarlo".

El hombre que ese día aseguró tener más de cinco meses sin probar la bebida aseguró no ser un alcohólico ni estar asistiendo a las reuniones de AA. Pero sus palabras, repetidas dos días después frente a Jon Morosi, de FOXSports, revelaron en toda su extensión el alcance del problema.

Enrique Rojas fue el más reciente en charlar con Cabrera, en un reportaje para ESPNDeportes.com, el viernes.

En una progresión diríase que valiente, creyendo, al parecer, en la necesidad de curarse mediante el reconocimiento de su pasado, el slugger le habló a Rojas sobre la oscuridad del lugar en el que estuvo, cuando un altercado familiar, después de una noche de copas, le hizo terminar en la policía, destapando la situación que hoy enfrenta sin tapujos.

Dos momentos del repaso descarnado hecho por el aragüeño nos llaman la atención.

Está la admisión que hizo a Rojas, en cuanto a la cultura de la bebida que existe en la sociedad donde creció: "No es excusa, pero en los países de nosotros se toma y a mí me estaba afectando. En la noche, después de los partidos (bebía). No quiero lanzar a otros al agua, pero eso es normal en la pelota".

Está también lo que apuntó a Morosi, cuando tocó el origen de todo: "Cuando era muchacho, pusieron mucha presión en mí. No sabía cómo manejarlo. Me decían: 'Tú vas a ser el grande aquí'. No estaba preparado para eso".

Cabrera creció con todo a su favor para convertirse en la mayor estrella que haya dado el beisbol venezolano. Está muy por arriba de lo que a su edad hicieron Tony Armas, Galarraga o Abreu. Su rostro se convirtió en la imagen de una marca de gaseosas con apenas 21 años de edad y un fervor popular comenzó a sentirse a su alrededor.

Entonces vino el paulatino distanciamiento con esa fanaticada que aún le admira, pero que no parece reverenciarle con el mismo afecto que sintió por Armas y Galarraga, por el Chico Carrasquel y David Concepción, por Vizquel y Abreu.

Varios capítulos oscuros fomentaron el distanciamiento: algunos en sitios públicos de Maracay, algunos en el propio estadio de los Tigres de Aragua, donde una vez fue protagonista de un feo altercado con jugadores de los Leones del Caracas, hace dos temporadas.

Cabrera admitió en estos días que su carácter entró en un círculo vicioso, al acudir a la bebida para manejar el estrés y los problemas personales.

"Y cuando tienes problemas, mantienes esa molestia adentro, todo el tiempo", señaló el aragüeño. "Eso me pasó: estaba disgustado casi siempre". Es una frase esclarecedora.

Cuando Cabrera peleó por segunda vez por el título de bateo de la Liga Nacional, en 2006, viajamos a Miami para seguir de cerca sus pasos. Aquel fin de semana se le hizo corto para alcanzar a Freddy Sánchez, a pesar de que terminó con .339 de average.

Al terminar el último encuentro de esa temporada, nos sorprendió con una invitación: deseaba que fuéramos a su casa esa noche, a escribir sobre familia para el periódico en que trabajábamos. "Quiero que la gente vea que soy una persona normal", explicó.

Aquella noche vimos, en efecto, a un muchacho normal de 23 años de edad, con una esposa normal y una hermosa hija, hija de ambos, que daba sus primeros pasos en la casa de Miami.

Pero es ahora, gracias a la decisión de enfrentar su problema con la bebida, que el público comenzará a ver a la persona normal que quiere quitarse el traje de súper estrella.

"Amo este juego y quiero jugar 20 años", le dijo a Rojas. "Y para lograr eso, hay que parar la bebida".

Días atrás, delante de Morosi, repasó el infierno que se ayudó a crear: "Ahora sí estoy preparado para manejar la presión y sé lo que haré. Seré más responsable".

Miguel Cabrera nació para jugar béisbol, pero eso no era lo más importante. Hoy parece saberlo, cuando la vida le ofrece el milagro de una segunda oportunidad.