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¡Dejen que Puerto Rico celebre sus triunfos!

Tuve la buena suerte de jugar por dos temporadas en la pelota invernal de Puerto Rico con los Indios de Mayagüez. Pude tener buenos números. Gané un premio al Jugador Más Valioso, estuve en dos Juegos de Estrellas, fui parte de un equipo campeón, e incluso estuve en el equipo que le ganó al 'Dream Team'. Hasta me gané el premio al hombre más veloz. Sin duda fue un punto clave para mi carrera. Llegué ahí como un prospecto cuya promesa se desvanecía. Y regresé a casa proveniente de Puerto Rico como alguien que podía jugar a diario en Grandes Ligas.

Pero los números no eran lo más importante.

He estado preocupado con respecto a las críticas hechas al equipo puertorriqueño en el Clásico Mundial de Béisbol, acusándolos de celebraciones excesivas e incluso prematuras. Más preocupante aún es la idea que los jóvenes peloteros no deberían tomar a estos jugadores boricuas como modelo a seguir. Por ende, permítanme por favor compartir unas ideas como alguien que, con agradecimiento, jugó por dos años en Puerto Rico como importado estadounisense.

Es simplificar en exceso el tratar de resumir las emociones a una serie de reglas. Tuve una buena carrera en Grandes Ligas y yo apoyo el tener límites de respeto por tu oponente y por este deporte. Eso lo puedo comprender. Sin importar lo sumamente expresiva que una cultura pueda llegar a ser, hay líneas dentro de esa cultura que delimitan lo que es el respeto y el honor. El béisbol de Grandes Ligas se supone debe ser una fusión de culturas y el Clásico Mundial de Béisbol es un evento en el cual cada cultura comparte de forma honesta su sabor con el mundo. Después de todo, están jugando para su países, sus hogares.

Cuando a la estrella del equipo de Países Bajos Wladimir Balentien le fue arrojada una pelota cerca de su cabeza por el cerrador de Puerto Rico, Edwin Díaz , este se molestó muchísimo. Lo más probable es que haya visto ese pitcheo como represalia por todo el daño que le había infringido a su equipo ofensivamente; pero fue el puertorriqueño Yadier Molinaquien lo calmó, asegurándolo que entendiese que no fue intencional. Molina tenía reglas, honor y respeto. Pero cuando llegaba el momento de expresar alegría por las muchas jugadas grandes que ejecutó Molina para Puerto Rico en el torneo, saltaba como un joven emocionado. El receptor boricua llevó sus emociones a flor de piel en los buenos momentos, y también en los malos.

Cuando uno juega para un equipo que realmente se convierte en familia, uno que no está circunscrito a un contrato o la dirección de un estadio o incluso la historia de una organización, sino por la cultura, por las amistades de niñez, su legado, el vecindario (sin importar si uno viste un uniforme diferente fuera de su país o no), las rivalidades son más intensas y los significados son distintos. Aprendí muy rápidamente que no solo jugaba para los Indios de Mayagüez, sino para todos en el país que amaban el béisbol y querían fuese celebrado. Incluso sentí que tenía que representar a mis oponentes ya que todos parecían conocerse muy bien, sin importar los clubes con los cuales jugaban. Era como jugar contra tu hermano. Quieres ganar, quieres tener derecho a presumir lo que hiciste, pero al final, se abrazan, cenan juntos y se van a casa, juntos.

Mi actuación en Puerto Rico estuvo al más alto nivel. Regresé con muchos trofeos. Pero esos premios no fueron el mejor obsequio. Varios trofeos están envueltos en cajas y puestos a un lado en mi casa porque lo más importante para mí ahora son mis cuatro hijos, mi familia es ahora la que ocupa el espacio más importante en mi estantería de trofeos. El verdadero regalo vino porque pude sentir que validé que podía pertenecer allí. Se me dio la bienvenida como hijo, una relación que no fue marcada simplemente por mi raza o color. Conexiones que duran hasta el día de hoy. Recuerdo haber regresado años después de haber ganado el campeonato y haber visto los mismos fanáticos en el partido, saludándome como si el tiempo no hubiese transcurrido. Es algo que todos deseamos, el ser recordados, el poder encontrar un espacio en el que sientes que los mejores momentos se mantienen congelados y no se pierden.

La orquesta sonaba, anunciaron mi nombre, los fanáticos me aplaudieron, las mismas familias que había visto en partidos años atrás me abrazaron. Sí, jugué muy bien durante mi tiempo allí, conseguí muchas cosas por las cuales celebrar, pero sigo escuchando de gente que conocí por lo que se creó fuera del terreno. Esas temporadas nunca me han dejado y, afortunadamente, nunca dejaron al pueblo de Puerto Rico.

Siempre he amado al béisbol desde el momento que mi hermano me lo presentó. Es un deporte que me ha dado tanto. El poder cumplir un sueño, el honor de competir con los mejores, el poder de hacer historia, las recompensas financieras por haberlo jugado por tanto tiempo, la lista sigue y sigue. Pero mi tiempo en Puerto Rico fue singular. Me sentí realmente querido allá, más allá de los números, más allá del uniforme, más allá de mi identidad, quizás ellos lo puedan explicar mucho mejor que yo, pero imagino tiene que ver con el hecho de darlo todo par a representar su equipo, su ciudad, su país y ser uno junto a la familia puertorriqueña. Caminé por las calles de Joyuda, bailé al ritmo de la Puerto Rican Power y Jailene Cintrón durante la celebración del campeonato, brinqué con la música de Johnny Rivera, Marc Anthony y El Topo, amé la comida y por supuesto, el coquito, derramé una lágrima cuando la inspiración más grande de Mayagüez, El Indio, se retiró. Fue un hogar. Fue una lección de pensar en colectivo y no en primera persona; y por ello, les debo todo.

Han pasado casi 20 años desde la primera vez que llegué a Puerto Rico. Mis amistades permanecen. En mi última visita hace un par de años, me apresuré a ver tres personas con los cuales no me había encontrado en años y no hablamos de los trofeos de Más Valioso, sino que hablamos de nuestras familias, de momentos fuera del terreno, hablamos del viaje hacia los partidos escuchando al Grupo Manía, nos preocupábamos de la crisis de las hipotecas, nos preguntábamos por nuestros padres o discutíamos con respecto al hecho que el béisbol necesita un impulso en Puerto Rico.

Durante mi época allá, fui adoptado por familias, invitado a los hogares de extraños, hice amistades duraderas, incluso me gané una maravillosa familia con una adorable señora a quien llamo 'abuelita'.

Así que, dejen que el equipo de Puerto Rico celebre. La situación en Puerto Rico es muy dificil. Fue bueno ver a los Estados Unidos poder cohesionar un equipo para ganar el Clásico Mundial de Béisbol. Se ganaron su victoria con un equipo talentoso de peloteros que posiblemente no jueguen juntos otra vez. Es un momento mágico, sin duda, pero a fin de poder entender a Puerto Rico, debemos recordar que su equipo estuvo armado mucho antes del Clásico Mundial y se mantendrá armado por mucho tiempo así. Su intimidad no es temporal, las relaciones interpersonales permanecerán mucho después de los resultados finales. Tienen vidas familiares interconectadas por este deporte en su patria y cuando compite tu familia no solo arrojas champaña, sino que bailas y tienes que bailar con todos quienes lo hicieron posible. Ganes o pierdas.

Esa es una lección maravillosa para nuestros hijos, así que me muestro agradecido al permitirle a Puerto Rico enseñarle a mis hijos como bailar, no solos en una habitación, sino con su familia completa y quizás, un día, con un país.

Sin importar lo que haya ocurrido.