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¿Así que Shohei Ohtani es el Babe Ruth japonés, no?

La aventura de dos vías de Shohei Ohtani en las Grandes Ligas duró lo que un merengue en la puerta de un colegio.

Nunca entendí el entusiasmo desmedido por el lanzador-bateador, cuando muchos equipos se disputaban sus servicios antes de que finalmente Ohtani se decidiera por Angelinos de Los Angeles.

Tal vez eran tantos los interesados por el precio relativamente bajo de conseguirlo. Y digo relativamente porque aunque el japonés era un agente libre con restricciones y su contrato no podía, por ley, ser exagerado, de todos modos había que soltar 20 millones por los derechos a negociar con el jugador.

Y aunque ese dinero no vaya contra la nómina, en cuestiones de contabilidad, de todos modos tuvo que salir de las arcas del equipo, en este caso de los Angelinos.

No nos engañemos. Era más marketing que otra cosa y a esta hora los conjuntos que cortejaron al nipón y fueron desdeñados por él deben estar dando gracias porque haya sucedido así.

Ahora, si acaso podrá hacer carrera en las Mayores será como bateador, pues no lo veremos más sobre un montículo por lo menos hasta el 2020.

Madero en mano, quizás no tanto, aunque después que se someta a la operación Tommy John, todavía le tomará un buen tiempo poder hacer swings.

En septiembre pasado, cuando era inminente su llegada al mejor béisbol del mundo, publiqué un blog titulado Controlen el entusiasmo con Ohtani, donde exponía mi opinión de por qué el multifuncional pelotero no podría justificar todo el revuelo en torno a él. Un año después, los hechos me dieron la razón.

La historia demuestra que la inmensa mayoría de los peloteros que llegan de la Liga Profesional Japonesa fracasan en la MLB, con todo y que aquel es el segundo mejor circuito del mundo.

Pero la diferencia entre una liga y otra sigue siendo abismal y por eso Ichiro Suzuki es una excepción suprema, con números más que sobrados para entrar al Salón de la Fama.

Del resto de los más de 60 nipones en las Mayores, si acaso podrían rescatarse Hideki Matsui, entre los jugadores de posición, así como Hideo Nomo y Masahiro Tanaka como pitchers, aunque sin llegar a ser extraordinarios.

En el caso de Ohtani, ya su brazo había sufrido lesiones en Japón, por lo que en el 2017 su trabajo estuvo limitado a apenas 25.1 innings en cinco aperturas.

El rigor de las Grandes Ligas fue demasiado para ese brazo y aquí sólo pudo actuar en 51.2 episodios en diez partidos.

No debía causar sorpresa. Esa ha sido la constante de la mayoría de los lanzadores japoneses, que con la excepción de Nomo y de Tomokazu Ohka, ninguno ha logrado llegar a diez campañas en las Mayores.

Tal vez se trate por los métodos de entrenamientos que se usan allá, que evidentemente difieren de los de Estados Unidos, o a que los serpentineros allá sean sometidos a un esfuerzo excesivo que termina pasándoles factura.

Lo cierto es que este ha sido un ciclo que se repite una y otra vez, marcado por la poca durabilidad, con un par de años iniciales buenos si acaso, antes de diluirse en la mediocridad.