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Cruz Azul, ante América, el paladín de los desposeídos

LOS ÁNGELES -- Bajo la incongruencia de ese homenaje a los disparates de "Clásico Joven", el zócalo del futbol mexicano alista la parafernalia del morbo: América contra Cruz Azul.

Va más allá del impacto histórico de ambos nombres. América eligió el camino del mal glorificando el Ódiame Más, y la cruz, azul o del matiz que sea, es el símbolo del exorcismo, es la alegoría de la salvación.

Mientras Chivas relame heridas, en ese vecindario inmediato de la rivalidad, el resto de peregrinos se ilusiona pujando, empujando y arrempujando por el que ha vivido desposeído durante 20 años, bajo el desamparo de títulos.

Porque hoy, sin duda, Cruz Azul es el defensor, el adalid, del orfelinato de los segundones del futbol mexicano. Ojo: en la aritmética ficticia del futbol mexicano, la grandeza cabe en los dedos del pie izquierdo.

Gozando del exilio del desprecio totalitario, América sabe que por este torneo, al menos, el rival a vencer ya no ha sido Chivas, sino una Máquina Celeste que pifió, con el ADN innegable de la tragedia, en los minutos finales ante Querétaro.

El Nido, en cambio, domesticó a la jauría de Tijuana, con la implacable burla del 3-0, y hoy cuenta con una crianza de Xoloitzcuintles custodiando su liderato general, para que retoce el mocoso bien amado, Diego Láinez.

¿Qué fue injusto el 2-0 ante Querétaro? Cruz Azul deberá sentarse en el anfiteatro de su propia autopsia. Su cadáver tiene mensajes irrefutables sobre descuidos en media cancha, en el fondo, y en ese conformismo laxo por el empate.

La cruz de Cruz Azul tiene un calvario agregado: la Copa MX. Los albaceas celestes, Ricardo Peláez y sus patrones, han convertido esta copa en el Santo Grial del año, para ratificar que el proyecto camina.

Al interior de La Máquina, en la lujosa sede de la burocracia se decidió: 2018, Copa Mx y protagonismo; para 2019, ser campeones. Cierto, Roma no se hizo en un día, pero el camino de Cruz Azul tiene 20 años de brújulas torcidamente tercas con rumbo hacia el fracaso.

Por lo tanto, mientras Cruz Azul altera su calendario entre llanto, remordimientos y una obligación de ganar en la Copa Mx, América se atrinchera en Coapa a piedra y lodo, porque el Ódiame Más, cómo no, es una secta con delirio de persecución.

¿Corre América el riesgo del Síndrome de la Cigarra? Miguel Herrera debe tener escalofríos de pensarlo siquiera. Porque la letra chiquita de su contrato dice: "El Patrón quiere festejo".

El Piojo sabe que como su símbolo, el águila, América vuela en solitario y sólo baja la mirada cuando tiene apetito de especies menores. Claro, a veces, en sus descensos miopes ha terminado despatarrada contra el suelo.

Inconsistencia. El pecado que Herrera debe confesar algunos lunes. Porque América es capaz de deslizarse, en una misma semana, en el tobogán patético de ir de lo sublime a lo ridículo.

De repente, desde El Nido, aparece una orquesta sinfónica de embeleso, pero, después, se tambalea como una banda de pueblo beoda que bajo el arrítmico tachún-tachún, gana sin querer, sin deber, y pudiendo a veces, sólo por fortuna, que a veces, también, se viste con esos tonos eléctricos del arbitraje.

Victimado en la orilla del empate, por el Querétaro, con goles de Sanvezzo y el adolescente Ruiz a los minutos 88 y 89, Pedro Caixinha fue el arquetipo de la cólera y el desconsuelo.

Porque seguramente Caixinha se sintió traicionado. El Forcado Mayor tirita de rabia porque se traicionó la sabia savia poderosa de los forcados: mueren los ocho (en este caso los once) o viven ante el espléndido toro, pero ninguno traiciona esa cofradía del suicidio.

Y ante Querétaro, algunos maquinistas celestes desertaron al decálogo de la fraternidad azul. Y ocurrió exactamente en la "Hora Halloween" de Cruz Azul: en los latidos 88 y 89, cuando el desastre se viste de celeste históricamente.

Pero, al final, no hay nada escrito. Caixinha dirá que la derrota ante Querétaro llega a tiempo, y Herrera que las victorias siempre llegan a tiempo.

De mi parte, que se hagan pedazos, unos y otros, con la metralla inocua de los goles. Amén.