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Con la 'G' de Gerardo: ganar, gustar y golear

LOS ÁNGELES -- Con su nosocomio ambulante, el rompecabezas de su once titular en manos del médico y del destino, Gerardo Martino es agobiado ya por el triángulo equilátero de las emboscadas: ganar, gustar y golear en esta Copa Oro.

Si la anterior eliminatoria de Concacaf fue pobre, el presente nivel de la zona pulula en los sótanos de lo paupérrimo. En término coloquiales mexicanos: "es la pior de lo más pior de las piores".

Por eso, no por los eventuales pespuntes que haga el sastre en turno, el Tata Martino, sobre el ajado frac del fracaso recurrente de la selección nacional, por eso, pues, es que en las tertulias mediáticas, se considera hasta como una ociosidad, que el Atila mexicano debe dejar su huella exterminadora en la zona, considerada por FIFA, como el Tercer Mundo del futbol.

Tundirle, a veces avasallando, a veces cumpliendo a cuatro selecciones sudamericanas en proceso de ensayo y armado, nutre las exigencias de México para la desnutrida Copa Oro, en la que se espera más del Caribe que de los esperados mastines del Tri: EEUU y Centroamérica.

Sin confabular contra el jugador y su tranquilidad, es decir sin rotaciones, inventos, misterios, adivinanzas y contradicciones, como con Juan Carlos Osorio, el técnico argentino le ha puesto orden, serenidad, convicción y compromiso a una selección mexicana que, como cuatro años, prepara su rumbosa excursión mundialista hasta el patíbulo de los Octavos de Final.

Al menos en la cancha fantasiosa de los amistosos, México parece haber entendido la comodidad de olvidarse del taka-taka de Osorio, para dedicarse al tiki-tata de Martino, y generando futbol ofensivo con más certeza.

Pero Martino ha comenzado con buenos auspicios. Ha puesto torniquete a la disciplina, ha dejado en claro que concede pero no cede fácilmente ante las arpías financieras del Tri, que son más exigentes y tortuosas en los sets de grabación que en las canchas de futbol.

Además, muestra todos esos síntomas benignos del Síndrome Almeyda (por Matías, obviamente), al menos de momento. Es decir, vive bajo una presión muy diferente a la que eventualmente le azuzaba dirigiendo al Barcelona o a Argentina.

Incluso ha encontrado un matiz humorístico que le sienta bien. Empieza a juguetear con los dobles sentidos, y también ha mantener la carta oculta cuando llegan temas espinosos. Suelta la guillotina con la dulzura de un monje.

Por ejemplo con Tecatito Corona, Carlos Vela y Javier Hernández, por citar ejemplos, les ha dado el respaldo absoluto, exactamente tanto, exageradamente, como para que se entienda en realidad que está en desacuerdo con ellos.

Además, lo ha reconocido, jugar de local, a pesar de circunstancias agrestes que él interpreta son algunas canchas en las giras de SUM, pero sabe que en la tribuna empieza a romper el hielo, de la manera más fácil, con ese picahielos implacable del marcador.

Y sí, ya se sabe. Cuando ha sido necesario que emerja la mano salvadora del Tri, llega la mano que mece la cuna del arbitraje de Concacaf, como en aquella Copa Oro, en la que llevó de la mano al México de Miguel Herrera a acuchillar a Panamá y a Costa Rica, aunque, ciertamente, la forma en que sometió en la Final a Jamaica, fue inobjetable.

Y el grupo, claro. Cuba, Martinica y Canadá. El plantel de México duplica en cotización los precios de las cartas de sus futbolistas, a la suma total de las otras tres plantillas, incluyendo las casas, los autos, las mascotas y sus seguidores en redes sociales de cada uno de sus adversarios.

Por eso, la exigencia mediática hacia el Tri. La Copa Oro tiene que jugarse bajo la letra "G" de Gerardo: ganar, gustar y golear. Y que nadie se esconda y nadie se asuste.