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Aguirre y Leganés, hasta la muerte reza por ellos

LOS ÁNGELES -- ¿Qué no habrá hecho ya Javier Aguirre para evitar el descenso? Y sin embargo…

Cuando tomó el silbato, la cachucha y la cruz, embarrados aún con la sangre fresca de Mauricio Pellegrino, Javier Aguirre sabía la dimensión del desafío. Jugar ruleta rusa tenía más oportunidades de escapatoria.

Sabe de futbol, pero sabe más del futbolista, pero aún más del alter ego del futbolista, de ese ser humano agazapado tras la coraza del atleta. Y aunque habla de esperanza, su sermón es desde el borde del acantilado.

Empata con el Eibar y Aguirre indulta a sus jugadores. Acaso, recrimina a los dirigentes. “Teníamos gol. Hoy no lo teníamos. De los 25 goles que llevamos, 20 de ellos hoy no los teníamos sobre el campo. Los jugadores hacen lo que pueden”.

En La Liga de España todos usan misiles, y cuando su directiva vendió a Youssef En-Nesyri (Sevilla) y Martín Braithwaite (Barcelona), en 45 millones de dólares, el contador enriqueció las arcas, pero al equipo lo más ofensivo que le dejó fueron estampitas de San Nicasio, el santo patrono de Leganés.

Aguirre se fajó. ¿Cuántos habrían renunciado al ver castrado su plantel? ¿Valentía o arrogancia? ¿Arrojo o imprudencia? ¿Gallardía o cinismo? Sólo él lo sabe, pero se fajó cuando le dejaron chimuelo a su chihuahueño ante los mastines de La Liga.

Un tipo culto, fuerte de personalidad, franco, carismático y cálido, Aguirre debe dedicar más horas al diván que al pizarrón. En la contingencia del Leganés ya no necesita exquisitos ni un embrollado mapa de estrategias, sino hombres que sobrevivan a la desesperación de salvarse.

El descenso, en cualquier futbol del mundo, es la mayor tragedia. Algunos se van y no vuelven. Otros se van y regresan para comenzar una nueva historia gloriosa. River Plate es un ejemplo fascinante. Pero, Leganés es un rinconcito coloquial, que puede intentar protagonizar milagros, pero no leyendas.

Dante Alighieri describía sobre El Infierno un pasaje similar al que espera al futbolista en el descenso: “Conocerás por experiencia lo salado del pan ajeno, y cuán triste es subir y bajar las escaleras en un piso ajeno”.

Matías Almeyda recordaba las tragedias consumadas en la periferia de la tragedia del descenso de River Plate: “Sé que muchas personas murieron por descender y sé que muchas más van a morir si no ascendemos”, dijo cuando esa misma noche dantesca llamó a Daniel Passarella para exigirle ser el técnico del equipo.

En Leganés no va a morir nadie. Ni falta que haga, claro. Pero entre el desencanto y la frustración, los jugadores, la ciudad, las familias, el club, y hasta San Nicasio, claro, exudarán esa maldita toxina del fracaso.

El jugador es exiliado bruscamente de su confort. Viajes terrestres, hoteles segundones, malas comidas, devaluación profesional, miradas de reproche, y tragar esa hiel viscosa y pegajosa de la culpa.

Como pasa siempre, en la recapitulación del fracaso, como en los funerales, mientras más celeridad, mejor. Expedito y conciso, se culpa a uno, para no hacer una lista de 22 jugadores del Leganés, o alterarle la siesta, el puro y el brandy, a Felipe Moreno, el máximo accionista del equipo, se elige sólo a uno para el patíbulo, el técnico.

Y entonces, Javier Aguirre tendrá que cargar con el fiambre de Leganés y el abandono de San Nicasio, y será un muerto incómodo, porque seguro que muere de insomnio, para recordarle día con día que es un alma en pena.

Frustrante debe ser el momento para el entrenador mexicano. Ensayar fórmulas, hablar en privado, incitar al jugador a la proeza, recalcarles en la intimidad del vestidor que la hazaña es posible, aunque los adversarios los contemplen como la víctima propiciatoria del torneo, porque la otra, el Espanyol, ya embalsamó su futuro.

¿Cuándo se sufre más, cuando el descenso amenaza o cuando el descenso se consuma? Para semejantes agonías, como las del Leganés y el Espanyol, debería existir la eutanasia en el futbol, pero los jugadores, algunos, se aferran desesperados, más por miedo, que por fe y convicción a rescatar el pellejo. El terror a morir es menor que el terror a no vivir.

¿Quién sufre más el técnico o los jugadores? En la cinta Any Given Sunday (Un Domingo Cualquiera), Al Pacino, personificando al entrenador Tony D’Amato, supura: “Todos tenemos miedo. Si crees que es fácil ser entrenador te cambio tu micrófono por mi úlcera. Soy un sándwich de estrés de tres capas”.

Insisto: ¿qué no habrá hecho Javier Aguirre para invocar sabiduría, voces, aprendizajes, ejemplos en sus 41 años dentro del futbol profesional (debutó con América en 1979)? Y al final, sigue ahí.

Y el futuro es más implacable y despiadadamente poderoso que el más vivaz e intenso discurso de Javier Aguirre. En ocho días, el Leganés debe enfrentar a Valencia, Atlético de Bilbao y Real Madrid.

El obituario del Leganés podría concluir con el fragmento final de “El Coronel no tiene quién le escriba”, y con endoso a su directiva. García Márquez inmortaliza…

“La mujer se desesperó. ‘Y mientras tanto qué comemos’, preguntó, y agarró al Coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía. -Dime, qué comemos.

“El Coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

“-Mierda”.