<
>

El Oscar nuestro de cada día, VAR, dánoslo hoy

play
Tomás Boy: "Al VAR lo tenemos como enemigo" (1:11)

El entrenador de Mazatlán arremetió contra el videoarbitraje, luego de dos acciones que no fueron presuntamente revisadas a favor del equipo sinaloense. (1:11)

LOS ÁNGELES -- La pelota de por medio, retozona, sobre la alfombra verde. Impetuoso, “Pitbull N.” va sobre el balón, sobre el adversario y sobre el zacate que pueda llevarse por delante. “Guasón J.” presiente, olisquea la acción. Y anticipa. Un prodigioso acto de malabarismo: resortea, afloja el cuerpo, se tira una machincuepa, con un alarido estruendoso y estrujante de dolor, como si le extirparan una muela cariada sin anestesia, y azota contra el césped. El cuerpo laxo, laso, más muerto que tocado por el aliento fétido de Thanos.

El árbitro, “Bartolo H.”, resopla con toda la energía acumulada por los tacos al pastor que se empujó antes del juego, con su refresco de dieta y un buche de mezcal pa’ los nervios, y hace sonar el silbato, la ocarina, el pito, ese símbolo universal de la injusticia en una cancha de futbol, escandalizado él ya por la entrada artera de ese vicioso bandolero prófugo de la UFC, sobre la pura humanidad del habilidoso gambetero, quien no reacciona, yerto en el césped, incapaz de resollar siquiera.

“Bartolo H.” llama a las asistencias. Empieza a sobarse las posaderas, mientras busca en el bolsillo trasero la tarjeta amarilla. Se felicita internamente. Esos ejercicios de glúteo que hace cada mañana le sientan bien. “¡Cuídate, Aquaman, que ahí te voy!”. Pero se concentra en el crimen recién perpetrado. Y le estampa el palúdico cartoncito en el rostro a “Pitbull N.”, cuyo rostro patibulario se aniña pidiendo clemencia. “¡Ni lo toqué! ¡Se está haciendo güey!”. El silbante alza los brazos al cielo, marcando su autoridad, cegatona, pero autoridad. Esa pose se la aprendió a Rose en Titanic.

Los rescatistas de la comitiva del 911 llegan hasta el aún inerte “Guasón J.”, con rostros de alarma, y moviendo la cabeza castigadoramente hacia el juez y hacia el presunto asesino. “¡Qué vergüenza!”, parecen decirles a ambos, mientras sacan del maletín agua, linimentos, sales, una misteriosa anforita que dice “ron” en su carátula, además de aceite de guanamacho mezclado con yerbabuena, estampitas de la colección de Ricardo Peláez, y hasta pastillas anticonceptivas. “¡Ya levántate, güey, ya marcó falta y lo amonestó! ‘Orita te unto colorante rojo en la media para que parezca sangre, a ver si lo expulsa!”, le susurra el médico al magnífico émulo de las caídas aparatosas y cómicas del cine mudo. Charlie Chaplin desde el Cielo muere de envidia, ni él lo habría hecho tan bien.

Y claro, en un curiosón camioncito misterioso y apestoso a comida grasienta, escondido en la periferia del estadio, tres tipos relajados dejan de lado las tortas cubanas y de milanesa, --pero “sin cebolla, porque voy a besar más tarde”--, se limpian la boca con los dorsos de la mano y las manos con el cubrebocas. Ahora sí a chambear, “para que Miguel Herrera no diga que nomás nos la pasamos tragando tortas, ¡méndigo Piojo! Pero ya hicimos que lo corrieran”.

Mientras “Bartolo H.” atestigua el casi divino, cuaresmeño, milagroso, esotérico, etílico y bíblico protocolo de resurrección que ejecutan magistralmente sobre “Guasón J.”, desde el furgoncito de las comilonas, desde el VAR, le avisan. “Estamos revisando la jugada. ¡Ni lo tocó! ¡Te vio la cara de pentonto, ja, ja, ja, ja!”, le explican sus asesores desde la impecablemente amueblada limusina. “Tiene razón el jefecito Arturo, ves menos que un panelista vespertino de Futbol Picante”.

Pero la unión hace la fuerza. “Mira, Bartolito, vete al monitor, haz como que revisas la jugada, mantén la amarilla, y a la próxima le metes amonestación al marrullero ese, y deja que Pitbull le entre con todo, y ahí vamos compensando. Y ya no des problemas, se enfrían las tortas y se calientan las cadavéricas que tenemos en la hielera”.

“Bartolo H.” obedece. Sabe que el jefecito Arturo no está viendo el partido, está en Cuernavaca, pero le van a ir de chismosos. “Mira, este güey salió otra vez en lo más negro del arbitraje”. Y luego se viene una semana sin juego, sin viáticos y sin salida el fin de semana con la nenorra en turno. Hagamos del desastre un desastre menos desastroso.

Para entonces, ya han pasado cinco minutos. “Guasón J.” ya está de pie. Le muestra al árbitro la media “ensangrentada” y hecha jirones. “Pitbull H.” masculla con sus compañeros: “A la otra lo quiebro, si me echan, me lo llevo con las patas por delante”. Los entrenadores regurgitan desde la línea. Para entonces, “Bartolo H.” se arrepiente de no haber aceptado mejor el empleo de despachador de hamburguesas. Es mejor lidiar con una señora fodonga, sus ocho hijos, y nueve paladares diferentes, que con esos histéricos farsantes. Pero, bueno acá, son nomás 90 minutos a la semana, viáticos, viajes, regalitos especiales de clubes el día de su cumpleaños, el de su esposa, y el de su novia; detallitos el día de su aniversario de bodas, comidita para las mascotas y hasta gasolina gratis, y a veces hasta vuelos en Primera Clase. Total, es mejor sufrir a veintitantos fodongos un día a la semana.

Sí, para entonces, ya se consumieron siete minutos de pachanga, que otros futbolistas aprovecharon para intercambiar perfiles de Facebook, Instagram y Tinder, además de los números de los teléfonos “pollito”, esos que los jugadores ocultan y que no tienen ni sus directivos ni sus entrenadores ni sus esposas y ni sus representantes. “Bartolo H.” guarda de nuevo la tarjeta amarilla. Aprovecha para constatar la firmeza del cuadril, endurece los músculos, y confirma que esa rutina glútea debe ser mejor que la de Jennifer López.

Antes del silbatazo de reanudación, el juez se acerca a “Pitbull N.”, y le musita: “A la otra, pégale en serio, o te voy a expulsar a ti, por güey”. Una sonrisa sádica y ladina confirma que el mensaje ha sido recibido. Sentencia dictada contra el “Guasón J.” que para entonces aún renguea, para que el directivo y su técnico piensen que de “esos machos alfas, lomo plateado, barbas de leñador, pecho peludo, brazos de albañil” son los que necesita su equipo. Y a seguirle “Bartolo H.”, cronómetro en mano, concentrándose, pero no en el reglamento, sino en que debe pitar, no conforme a las 17 reglas del International Board, sino conforme a la Regla 18, la más importante, es decir, como al jefecito Arturo le gusta, y además, meter en cintura al teatrero ese que ya corre como ninfa en bosque primaveral.

¿La parece familiar esta coloquial estampa? Es una escena cotidiana de la Liga MX. Un simple roce entre jugadores, un forcejeo y se viene un drama. Tipos sin honestidad profesional, sin gallardía competitiva. Actores segundones de la farsa y la simulación, educados para el engaño, el fraude, la traición al futbol. Y árbitros incapaces, asustadizos, atemorizados por los medios y las redes sociales, que además viven en eterno conflicto con sus auxiliares del VAR, de quienes siempre esperan y con sobradas razones, que terminen por engañarlos, en lugar de ayudarlos.

Escena cotidiana. Y luego, inocentonamente, Yon de Luisa y Mikel Arriola hablan de hacer más eficiente el juego, de que se consuman más minutos efectivos de futbol, y menos desperdicio. Pero, es imposible, entre la ruindad, el abuso, la trampa, la fechoría, la felonía de algunos jugadores, que encuentran en Nahuel Guzman, por ejemplo, el epítome de las falacias, hurtándole minutos al juego, al espectáculo, a la dignidad de su oficio, a la inocencia gentil de algunos aficionados, y hasta parasitando a la niñez que cree que jugar así es una manera correcta de hacerlo.

Y hasta aquí llego, porque creo que me luxé la muñeca, y es tiempo de ir al VAR a que me recete una incapacidad profesional...

* Nota: todos los personajes y lugares incluidos en este relato son totalmente ficticios, especialmente el del jefecito Arturo. Cualquier semejanza con la realidad, es, estrictamente, mala fe o confusión del lector, al que “le hace falta ver más box”.