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¿Quo Vadis, Chicharito?

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Chicharito está demostrando que quiere recuperar su carrera (2:35)

Rafael Ramos afirma que Chicharito está de regreso después de un largo tiempo jugando al más bajo nivel. (2:35)

LOS ÁNGELES -- El ‘Chaplin del Gol’ levantó nuevamente el telón. Encendió los reflectores. Regresó a escena, a su estilo. Este domingo, Javier Hernández marcó un triplete. Un aparatoso #HatTrick.

Dos partidos en la MLS, cinco goles y seis puntos para el Galaxy. La gran decepción de 2020 está siendo la gran revelación del 2021.

Chicharito protagoniza su propia Divina Comedia: del Infierno al Paraíso. Un infierno que él mismo creó y procreó. Un paraíso que él mismo pretende crear y procrear.

Javier Hernández era un hombre roto, astillado, herido e hiriente. Lamía sus heridas sin saber que las infectaba aún más. Un día, algo o alguien, o algo y alguien, lo aporrearon con temibles verdades, esas que se negaba a aceptar.

El 9 de noviembre de 2020, ocurrió un acto de fe, de esperanza y de auto caridad. Se quitó la máscara arrogante de inocente, de puro, de candoroso, cuando el entorno lo crucificaba con la lealtad de invocar todas sus deslealtades como jugador de futbol y como ser humano.

Sin embargo, no había porqué creerle. Javier Hernández había protagonizado, hasta la desfachatez absoluta, actos de penitencia y de contrición. Y había sido sólo saliva, esa baba espuria de quien jura irredentamente.

Ese 9 de noviembre, Chicharito publicó en su cuenta de Instagram, lo que en verdad era una plegaria, una confesión y una denuncia.

“La institución más grande de la MLS no puede permitirse el no entrar a los Playoffs. La evaluación de esta temporada es completamente negativa comenzando desde la autocrítica y sabiendo que no pasé por mi mejor momento futbolístico. Ahora toca descansar unos días para después empezar a darlo todo para que el Galaxy vuelva al lugar donde merece estar”, redactó, así, sin ninguna coma, pero cada letra, cada palabra, cada enunciado, tenía un peso poderoso.

Sin embargo, insisto, no había motivo para creerle. Tantas veces había extraído frases del vientre hueco de galletitas chinas, que la verdad Javier Hernández aburría, empalagaba y generaba desconfianza. Quien muchas veces se dice arrepentido, pocas ganas tiene de redimirse.

Además, su entorno se había vuelto más crítico. Su esposa Sara Kohan había tomado a sus hijos y se había ido. Ella también quería reconstruirse. Lo ratificaba con testimonios en Instagram de su estadía en Inglaterra y Australia.

Chicharito tenía las manos más vacías que nunca. Ese vacío del fracaso absoluto. Había tenido todo y había perdido todo. Mendicidad absoluta. Indigencia absoluta.

Era un hombre roto. Absolutamente. Pero, como en el fondo de toda Caja de Pandora, siempre habita la última y poderosa arma del fervor: la esperanza.

Avanzado noviembre, el ‘Chaplin del Gol’ empezó a tomarse la vida en serio. Instagram se convertía en la diaria confesión, en la diaria súplica por un poquito de fe, de confianza, de paciencia y de tolerancia.

Subiendo laderas y trepando riscos. Y metido en el gimnasio para fortalecerse y desoxidar músculos que su vida aburguesada había atrofiado. Sudando, bufando, doliéndose. El atleta jubilado trataba de reconfigurarse.

Incluso, recibía orientación para perfeccionar la dinámica y motricidad de su cuerpo en las habilidades de futbolista. Nadie le había enseñado nunca cómo golpear el balón. El ‘Chaplin del Gol’ se las había ingeniado. Cada parte de su cuerpo estaba confabulada con una histriónica forma de anotar. Ahora, recurría a la ciencia exacta de su anatomía.


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Una nutrióloga le ha suministrado alimentos diariamente, balanceados para energizarlo, para fortalecerlo, y reducir la grasa de su cuerpo. La báscula del Galaxy quedó azorada. Hernández se reportaba a pretemporada con seis kilos menos, según sus allegados.

No había duda. El rostro enjuto, piernas más poderosas, la camiseta entallada. Había bajado unos segundos en las pruebas de velocidad. Lo más importante: su repentización, su explosividad, habían regresado.

Era verdad. Aquel 9 de noviembre de 2020, su acto de contrición, finalmente, había sido genuino. Sólo faltaba confirmar que todo el entramado magnífico para reinventarse, sería efectivo en la cancha, que perfeccionarse como atleta le permitía perfeccionarse como futbolista.

La primera prueba llegó ante el Inter en Miami. Hizo dos. Su primer gol fue una constatación de que era mejor futbolista: recibe, controla, orienta y define, con la marca mordiente y atropellada de un rival. El segundo, a su estilo, yendo por una pelota que todos habían abandonado.

Una revelación más ese día. Bajo un intenso calor, mantenía el empuje y la respiración bajo control. Tenía la punzada de un esprínter y la consistencia de un maratonista.

La segunda prueba fue ante Red Bulls. Hizo tres. El primero, una pelota que parecía inalcanzable, de esas a las que en 2020 jamás hubiera llegado y jamás hubiera intentado, siquiera, ir por ellas.

El segundo, fue una manifestación del atacante redimido. Fija la zona del pase, recibe, controla y apuñala con una certeza inusitada. Balones como esos, en los últimos dos años, habían terminado con tornillos ridículos en la tribuna.

El tercero a Red Bulls vino de nuevo con el estilo del saltimbanqui. Un facsímil de media tijera, un poquito despatarrada, pero, de nuevo, demostrando su poderío atlético, con un golpeo perfecto. Sí, en 2019 y en 2020, intentar esa acción, le habría llevado a la epopeya del ridículo.

Ojo: abandona el partido con calambres en ambas piernas al minuto 78, producto de sus intensos y constantes recorridos. Irónico, sus pulmones parecían enteros, pero las piernas reclamaban reposo. Termina el juego, y se mete de nuevo a la cancha. Se abraza o al menos saluda, a sus compañeros, sus rivales, y al cuerpo arbitral.

Como corolario de la historia, queda ratificado el más poderoso arsenal de Javier Hernández: su mentalidad, su temperamento, su rabia, su furia, para reinventarse.

Esta vez, finalmente, así parece, ha cambiado de estación. Del “imaginémonos cosas chingonas” ha pasado a consumarlas. Al menos, en dos juegos, así parece.

Cuidado: es apenas el principio de una elevada cuesta. Es apenas la falda de la montaña.

Javier Hernández necesitará constancia, consistencia, humildad, solidaridad, lealtad, coraje, pero sobre todo memoria, mucha memoria, para no permitir que las grandes tormentas que erosionaron su vida, que se la arrebataron, y lo dejaron hecho ruinas, como un hombre roto, herido e hiriente, no vuelva a permitir que se ceben sobre él nuevamente.

Quiere regresar a la Selección Mexicana. A Chicharito le aterra que Gerardo Martino quiera entregarle la camiseta que siente que le pertenece, a Rogelio Funes Mori, quien lleva nueve goles en 16 juegos. Javier suma cinco anotaciones en dos partidos, es cierto en el nivel pueril de la MLS, pero al final ese mismo nivel conkakafkiano es el que encontrará en la Liga de las Naciones, en la Copa Oro, y en las eliminatorias mundialistas.

Decíamos que un día de noviembre, algo o alguien, o algo y alguien, lo aporrearon con temibles verdades, con terribles reclamos.

Tal vez, ese día, ese instante, ese momento, en esa epifanía, regresó a su vida el hombre que más ha venerado y que le prometió que nunca le abandonaría: su abuelo Tomás Balcázar, quien entendió que aún tenía una tarea pendiente en la tierra, ayudar a que Javier Hernández rescatara a Chicharito sin perder esa esencia histriónica del ‘Chaplin del Gol’.