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Horacio Accavallo, de botellero a campeón del mundo

BUENOS AIRES -- Horacio Accavallo fue el primer campeón mundial de la época de Juan Carlos “Tito” Lectoure, quien comenzó a ser el promotor del Luna Park alrededor de 1958. Accavallo –nacido el 14 de octubre de 1934 en Villa Diamante, Lanús- volvió a la Argentina luego de una importante campaña en Italia y por su estilo, aguerrido y calculador a la vez -una combinación que no se da siempre en boxeo- comenzó a llenar el estadio pelea tras pelea. Un fenómeno importante de taquilla, especialmente por militar en la división de los moscas.

En 1966 se consagró campeón mundial al vencer por puntos en Tokio al japonés Katsuyoshi Takayama. El titulo estaba vacante y fue reconocido por la Asociación Mundial y el Consejo Mundial. Defendió esa corona exitosamente en tres oportunidades: ante Hiroyuki Ebihara (15 de julio de 1966 y 12 de agosto del año siguiente, cuando fue también su última defensa) y el mexicano Efrén "Alacrán" Torres (10 de diciembre de 1966). Ante el “Alacrán” anduvo por el suelo y terminó bañado en sangre. Fue su triunfo más dramático. Siempre defendió sus coronas en el Luna Park y siempre llenó el estadio.

“A mi público lo inventé yo”, nos confesó una vez. “Cuando entraba a un restaurante, por ejemplo, saludaba a cada persona que podía, como si la conociera de antes y les decía quién era yo luego de darles la mano. Seguro que esa gente, el día que peleara, iba a ir a verme. Cuando tenía ratos libres, llamaba por teléfono a cualquier número y hacía algo parecido: con cada persona que hablara, era un espectador más”.

Accavallo era así: ante todo, un gran comerciante, habilidoso y calculador. Para ganarse la vida hizo de todo: botellero, faquir, trapecista y también payaso. “En mis épocas de circo, el “Fin de fiesta” lo hacía desafiando a pelear a cualquiera. Era zurdo, chiquito y veloz. El desafío era noquearme, y nadie pudo hacerlo nunca, por grandote que fuera”, recordaba riendo. Es que pesaba 50 kilos y, según él, fue también un extraordinario jugador de fútbol.

“Era zurdo, habilidoso, veloz y goleador, pero el fútbol es para once en una cancha y en cambio en el boxeo, el único protagonista iba a ser yo, y por supuesto, si había un peso era solamente para mí y por eso me hice boxeador”.

Analizaba a fondo a cada rival, le pedía consejos a los managers y llegó a decirse que una vez, antes de pelear con un rival mexicano Jesús “Chucho” Castillo, postergó la pelea. Castillo hizo una presentación mientras Accavallo se reponía… y Horacio, a quien todos conocían por “Roquiño”, aprovechó para estudiarlo.

En el ring era tiempista, inteligente, frío y astuto, pero cuando tenía que exponerse lo hacía, levantando al público del Luna Park.

“Antes de su primera defensa”, recordó alguna vez Tito Lectoure, “Tuvo una especie de pánico escénico. Y para ayudarlo, trajimos una cama del hotel Plaza Roma, que estaba en el Luna Park, y se la pusimos en el vestuario. Yo me senté a su lado y le tomé la mano, dándole ánimo. Y encima pedí que cuando él saliera rumbo al ring, pusiéramos en el estado la Marcha de San Lorenzo, para motivarlo. Por supuesto, cuando sonó la campana se olvidó de todo e hizo una gran pelea”.

Accavallo sumó 75 combates ganados de los cuales definió 34 antes del límite, sufrió 2 derrotas –una en Italia y otra en Japón- y 8 empates.

Fueron muy amigos con Lectoure. Cuando se retiró del boxeo en 1968, siguió asistiendo al Luna Park, todos los sábados. “Jamás aceptó una invitación –decía Tito-, porque él decía que si podía para comprar un ring side en la primera fila, debía hacerlo por respeto a los boxeadores, que cobraban su dinero gracias a la recaudación”.

Y fueron tan amigos que, Tito murió también un primero de marzo. Fue en el 2002.

Aquel joven promotor que soñó con conducir a un boxeador hasta el campeonato mundial, lo logró a través de ese hombre simpático, con pasado de payaso de circo y de botellero, que derrochó coraje y sangre en el Luna Park. El mismo que, ya a punto de hacer una defensa, le dijo a Lectoure que dejaba el boxeo.

-Me cuesta horrores dar el peso, Tito, sufro demasiado, ya no quiero más.

-Pero falta poco para la defensa -dijo Lectoure-. ¿No te animas a un último esfuerzo?

-No, Tito, no. ¿Sabe qué pasa? Que si llego a perder, dejaré de ser campeón, pero si me retiro ahora seré campeón mundial para siempre.

El hombre acostumbrado a medir y sopesar negocios, supo también que el verdadero “negocio” es la gloria, más que el dinero.

Y sigue siendo campeón…