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¿Por qué ganó Ruiz, por qué perdió Joshua y cuánto ganó el boxeo?

La nueva semana comenzó bajo la misma sensación de sorpresa con que terminó la anterior: el shock de la victoria de Andy Ruiz Jr. sobre Anthony Joshua a quien arrebató sus tres títulos mundiales de campeón pesado. Nunca, como en estas últimas 24 horas, se han cargado tantos ríos de tinta digital para describir el tamaño del batacazo. En general abundan los comentarios exagerados y esa sensación, odiosa sensación, de que también el boxeo fue creado para que ganen los estereotipos.

En esta historia, Joshua fue estereotipo de una cosa y Ruiz de otra. Uno puro glamour, fisiculturismo, show de bienvenida y anuncio previo sobre quien enfrentaría después de despachar a su rival de turno.

El otro (Ruiz) es la antítesis, el oponente elegido en el casting previo. El que, de acuerdo con ese odioso estereotipo, bastaría con su exceso de peso, su físico anti atlético y su cara de buen muchacho para no tomarlo en serio. De hecho, nadie lo tomó en serio, ni siquiera los que luego se desgarraron las vestiduras gritando, ¡se los dije!, a los cuatro vientos.

Todos compraron a Joshua. De hecho, hace buen rato que lo adquirieron y lo guardaron en sus preferencias. Como todo lo que se compra en este mundo del mercadeo boxístico del presente. Ese negocio que primero busca al chico maravilla, lo viste de Pierre Cardin, lo pasea por la prensa del corazón y luego le fabrica una lista de rivales, viejos, cansados y con nombre. Para que sea campeón sobre una alfombra de cadáveres ilustres.

Esa es la farándula millonaria del boxeo del presente. Implacable en su manejo del negocio, impiedosa con el deporte que la hace millonaria e hipócrita con el fanático que cree en esa narrativa cruel. Ese mundo, que suele parir monarcas de turno, es inflexible, pero a veces se equivoca. La epopeya del sábado a la noche en el MSG es una de esas equivocaciones.

El rostro atribulado de Joshua cuando el juez paró la pelea o el disgusto inocultable de Eddie Hearn en la conferencia posterior, fueron el primer reflejo de ese lastimoso recuento de los daños. El daño económico podría ser incalculable para el “proyecto Joshua”. Sin embargo, es posible que, a ese batacazo universal, se le pueda dar otra lectura. Más noble, más deportiva. La victoria de Ruiz sumergió a todo el boxeo en un baño de humildad y el mismo respeto que hoy exige Ruiz con su victoria, lo exige todo, absolutamente todo el boxeo. Ruiz representa a los sumergidos, al planeta oculto de este deporte, a esa infinita lista de pugilistas que claman por una oportunidad legítima.

Tal vez hoy nadie tenga todavía consciencia real de la dimensión de esa victoria y esa derrota para el boxeo.

¿Por qué ganó Ruiz?

Vamos a olvidarnos de lo que pudo ser y no fue. Mientras lee, deje de lado los estereotipos, basta ya de maldecir por la apuesta perdida y de dividir al mundo entre atléticos y obesos. Vamos a concentrarnos en el boxeador emergente, en ese – hasta el sábado – poco conocido Andy Ruiz Jr.

Basta ese ejercicio para empezar a comprender su victoria. Andy Ruiz boxea literalmente desde la cuna y desde la cuna ha sido exactamente igual. Un buen muchacho, más redondo que cuadrado, con pegada de mula y cuerpo macizo, de esas estructuras que soportan todo el castigo del universo.

Record de 105-5 como amateur, dos medallas de oro en Juegos Nacionales de México, vencedor del Campeonato Mundial de Peso Pesado de Ringside, representó a México en los clasificatorios a los Juegos Olímpicos de Beijing y debutó como profesional a los 19 años. O sea, hace diez años. En esta década como profesional suma 32 peleas ganadas, 22 de ellas por la vía rápida y una sola, apenas una sola derrota que se discutirá hasta el cansancio si efectivamente la perdió, en Nueva Zelanda contra el ídolo local Joseph Parker. ¿Le seguimos llamando gordito inofensivo o empezamos a caer en la realidad?

Andy Ruiz Jr. realizó sus tres primeras peleas como profesional en México. O sea, su carrera no empezó bajo algodones. Por el contrario, lo soltaron al ruedo para que se probara de verdad. La plaza de Toros de Tijuana, la Plaza de Toros Calafia de Mexicali y el gimnasio de la misma ciudad. Luego peleó por todos los Estados Unidos y hasta tuvo que ir a noquear dos veces en Macao: al invicto Joe Hanks y al casi invicto Tor Hamer.

Ruiz se formó en la escuela más dura del boxeo y sus números son razón suficiente para tenerle respeto, mucho respeto. Pero más que los números y su historia de boxeador, hay que tenerle respeto y temor a su boxeo. Ruiz, como lo advertimos antes de su pelea con Joshua, tiene cualidades naturales que lo hacen un temible adversario. Empezando por la resistencia al golpeo, su increíble condición cardio respiratoria que visualmente parece impropia para su físico, la potencia de su pegada y particularmente la velocidad y precisión de su golpeo. A ello sumemos el instinto del noqueador y la inteligencia táctica que demostró ante Joshua.

A sus potencialidades, sumemos la posibilidad de que Ruiz haya subido convencido de que, bajo la carcasa de fisiculturista de Joshua, se escondía un rival vulnerable, de tiro corto y débil al castigo en secuencia. Necesariamente lo que ocurrió, no era difícil de predecir, excepto, por ese capricho de comprar a los favoritos de acuerdo con su aspecto o la imagen exitosa que nos vende la maquina promocional que los encumbra.

En ese aspecto, la victoria d Ruiz ha sido un revulsivo; un antes y un después. Ahora, quienes eligen rivales y quienes imponen adversarios, tendrán que rediseñar sus estrategias. Ahora quienes sufren porque no son tenidos en cuenta pese a sus condiciones, quienes no aparecen en las listas de clasificación pese a sus inmaculadas trayectorias, deberán estar agradecidos por la gesta del mexicano. Hay una esperanza de que inspirado en ese baño de realidad, el boxeo sea más noble y más humilde.

¿Por qué perdió Joshua y por qué merece la revancha?

Se podrá especular de mil maneras diferentes, se podrá analizar la pelea desde todos los ángulos posibles, pero será imposible encontrarle una quinta pata a la derrota del británico. Fue legítima, asumida con dignidad y libre de sospechas o posibles pecados.

Anthony Joshua encontró en Ruiz la piedra en el zapato que más tarde o más temprano iba a encontrar en su camino. Las sospechas sobre su pésima resistencia física se confirmaron, las sospechas sobre su poca resistencia al golpeo duro se confirmaron, sus limitaciones técnicas se confirmaron y sobre todo se confirmó la teoría de que en lo más alto del boxeo hay hijos y entenados.

Hay campeones que lo son por su hábil manejo de los contratos, las cláusulas, la elección de rivales, la posible influencia sobre los jueces y la intimidación a sus rivales a partir del cheque que les pagan por enfrentarlos. Necesariamente, cometieron un error al aceptar a Andy Ruiz como rival, y esa fue la primera causa de la derrota.

Pese a su aspecto, en el ring había un solo boxeador curtido en mil batallas, acostumbrado a dar y recibir castigo desde la infancia, con la entereza de quienes nacieron para este deporte cruel y cuya rebeldía nace del corazón, antes que de la necesidad económica.

Por más que Joshua tiene un pasado olímpico de respeto, antes de boxear, sobresalía en el futbol americano y en el atletismo. Recién llegaría al boxeo en 2008, con 18 años, a sugerencia de un primo. Diez años de carrera (amateur y profesional), para un palmarés de apenas 22 peleas, son necesariamente una razón para otorgarle el beneficio de la duda a su éxito. Las deficiencias de su boxeo, no obstante, siempre quedaron sepultadas detrás de su imponente presencia física y el carisma casi de actor de cine que lo transformaron en una estrella antes de encender todas sus luces.

Andy Ruiz Jr. fue quién apagó esas luces y seguramente lo enterró en un pantano de depresión del que será difícil escapar. Para su promotor, Eddie Hearn, la solución llegará con esa revancha inmediata y en Londres, donde se podría remediar el daño y construir su renacimiento boxístico.

Ese sería el nuevo guion y nuevamente Andy Ruiz tendría que desbaratarle todos los planos. Londres no será tarea sencilla, Joshua sabrá de que se trata su desafío y se va a preparar para el todo o nada. Se jugará la vida en ese combate ¡Quién lo diría!

El punto es que por más que una victoria tan contundente haría innecesaria la revancha, la misma sí es necesaria, justa y honesta. El propio Ruiz debe aceptarla y concederla de manera inmediata, esté o no esté pactada de antemano. Joshua le concedió la oportunidad y puso todos sus títulos en el ring. Merece ahora la oportunidad que él concedió, nada más justo que eso.

Que gane o pierda nuevamente es otra historia. Hasta entonces, Andy Ruiz Jr, disfrutará de su hazaña y por sobre todas las cosas reivindicará esa parte oscura y escondida del mundo del boxeo profesional, donde sobreviven tantos “Andys” soñando con su oportunidad.

Tal vez, la noche del Madison Square Garden no solo fue histórica por la victoria inesperada del mexicano. Más lo fue por todo lo que el boxeo profesional ganó en lo deportivo: honestidad y justicia. Algo fácil de escribir, pero muy difícil de encontrar.