BARCELONA -- Si la UEFA estimó que el Barcelona tenía 0.0 por ciento de posibilidades de remontar la eliminatoria frente al PSG, Neymar apostó a que marcaría dos goles para colaborar en ella. Y no solo lo hizo, sino que jugó "el mejor partido de la historia" y animó a Sergi Roberto a ir al ataque porque, le dijo, "marcarás un gol".
Lo marcó Sergi Roberto para poner su nombre en la leyenda del Barça y fue Ney el líder futbolístico de una noche que no se olvidará... Pero Messi... Messi merece capítulo aparte.
Si algo hizo bien el PSG, algo, fue aislar a Leo. Unai Emery, con razón, consideró trascendente en su planteamiento evitar en la medida de lo posible que Messi interviniera en el juego y consiguió que el '10' barcelonista no desequilibrara como de costumbre.
Intervino, peleó, combinó y acompañó como el primero... Y entendiendo al final que no era su noche soñada, que no era el protagonista de siempre, no tuvo inconveniente en ceder ese papel a quien sí estuvo enchufado y desequilibrante desde el primer instante.
Messi, que anotó el penalti que significó el 3-0, ni dudó en ceder el lanzamiento de la falta del 4-1 a Neymar en el minuto 88 y, más aún, en el 91 ni se planteó la posibilidad de lanzar el penalti del 5-1 que, en caso de anotarlo, le habría servido para alcanzar a Cristiano Ronaldo como máximo goleador histórico de la Champions.
Leo antepuso el interés del equipo, el colectivo, a la brillantez y gloria personal. Tal es así que en el último suspiro no fue el conductor habitual y se puso, como todos, a buscar el remate definitivo, como uno más, mientras era Neymar quien se retrasaba quince o veinte metros para llevar la dirección.
Messi es así. Sabedor de su papel, tiene una inteligencia futbolística privilegiada como para saber el cómo y el cuándo. Este miércoles lo demostró con una grandeza fuera de lo común. Y lo celebró, con la hinchada, desatado como el primero.
Sin ser el héroe, Messi ofreció otra lección futbolística. Es de agradecer. Y para tener en cuenta.