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El Villarreal ya es eterno

El Villarreal ya es eterno. Es un dicho muy repetido en el mundo del deporte de alta competición que para ganar una final lo más normal es haber perdido antes otra. Pero el Submarino Amarillo echó por tierra esa regla no escrita y a la primera, en una noche que quedará escrita con letras de oro en su historia, conquistó esa eternidad del campeón.

Un penalti, en 2006, enterró el sueño de aquel Villarreal de Riquelme que se quedó a las puertas de la final de la Champions. Al cabo de 15 años no fue un penalti, fueron ¡11! los que transformaron consecutivamente los jugadores de Unai Emery en una tanda increíble, sin fallos, con una tensión imposible de imaginar y que manejaron los futbolistas con una frialdad encomiable.

Una ciudad de apenas 51 mil habitantes, la más pequeña en inscribir su nombre en la historia del futbol como sede de un equipo campeón de Europa, logró el milagro que pocos habrían podido soñar cuando en la temporada 1990-91 jugaba en Tercera División. Su crecimiento desde que Fernando Roig se hizo cargo del club en 1997 ha sido de tal calibre que no se entendería sin él lo conseguido. Sin él y sin su mano derecha, un José Manuel Llaneza que llegó al club tres años antes con el único objetivo de sobrevivir día a día, mes a mes. Y que besó el cielo en Gdansk.

El Villarreal es campeón con honor, es campeón con orgullo y es campeón con mayúsculas. Por encima de todo, con mayúsculas. Acudió a Polonia al encuentro de un rival, el Manchester United, que le quintuplica en el presupuesto, que en los cinco últimos años invirtió cerca de 800 millones de dólares en fichajes, 500 más que él, y en cuyo museo brillan, más allá de 20 títulos de Liga ingleses, tres Champions o una Europa League, la conquistada en 2017 frente al Ajax. Un club histórico, enorme, grandioso y considerado entre los más poderosos del planeta futbol, que acabó doblando la rodilla ante el empuje, ilusión, convencimiento y resiliencia de un Submarino Amarillo catapultado a lo más alto con base en orgullo.

Disfrutó, sufrió, padeció, resistió y acabó llorando de alegría tras una noche inolvidable que comenzó con el gol de Gerard Moreno y acabó con el vuelo de Gerónimo Rulli, que después de rozar con los dedos hasta cuatro lanzamientos de penalti atajó el definitivo a De Gea, marcado por la desgracia desde los 11 metros. Y es que desde que atajó el último en abril de 2016 le habían marcado los 25 posteriores... Hasta esta final, cuando aumentó su racha negativa hasta los 36 para fallar, él precisamente, el último.

Fue la noche de un monumental Raúl Albiol, de un soberbio Dani Parejo, de un incansable, y acertado, Gerard Moreno, de Trigueros, Capoue, Pau Torres (el chico de la casa) y de todos y cada uno de los jugadores que pelearon hasta la extenuación por mantener vivo el sueño cuando durante muchos minutos de la segunda mitad el Manchester United les apretó de mala manera, con una superioridad física evidente pero sin atender a que el corazón alcanzó hasta donde no llegaban las piernas a un Villarreal que, de pronto, renació en la prórroga y tuteó con una grandeza insólita y maravillosa a los Diablos Rojos.

Valencia en 2004, Arsenal en 2006, Porto en 2011 y Liverpool en 2016 le cerraron las puertas de la final en una maldición que parecía ser inacabable hasta que rompió la puerta por fin frente al Arsenal y viajó a Polonia con el convencimiento de que no iba a ser un simple convidado en la fiesta del Manchester United.

Y lo logró. Con rabia, sufrimiento y grandeza. Eterno Villarreal.