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Miguel Ángel Russo en Millonarios: Títulos indelebles como visitante contra Santa Fe y Nacional

Miguel Ángel Russo - Millonarios Oficial

Bogotá todavía recuerda cómo sonó El Campín aquella noche de diciembre de 2017. Millonarios y Santa Fe se jugaban la vida en una final capitalina que exigía precisión de cirujano y temple de campeón. El equipo de Miguel Ángel Russo había pegado primero en la ida (1–0 con cabezazo de Matías de los Santos) y, cuando el reloj pedía nervios de acero, apareció el zurdazo de Henry Rojas para el 2–2 de la vuelta que selló la estrella 15 del azul. Fue más que un gol: una síntesis de carácter, trabajo y convicción. Fue el simbolismo perfecto de lo que significó Miguel Ángel Russo en Millonarios.

La historia empezó un año antes. A fines de 2016, tras la salida de Diego Cocca, Millonarios eligió a Russo para reordenar el proyecto deportivo. Llegó con un discurso sobrio y una vieja costumbre: construir equipos que compiten. Pronto se notó en el campo —bloque corto, pelota quieta trabajada, tolerancia al sufrimiento— y se terminó notando con una estrella bordada en el escudo.

El título ante Santa Fe tuvo su propia dramaturgia. Millonarios había manejado la ida con oficio y, en la revancha, la noche se enredó: penal de Wilson Morelo, reacción con el cabezazo de Andrés Cadavid y, cuando parecía que el envión rojo podía torcerlo todo, Rojas encontró un rebote, armó la zurda y colgó el grito que cambió una generación azul. En el entretiempo, contaría Russo, tocó “la fibra” del grupo porque “no habían jugado bien”. Ese diálogo íntimo con el vestuario es parte del mito de la final.

Pero el legado de Russo en Bogotá no es solo una vuelta olímpica en la final más importante de la ciudad. En enero de 2018 reapareció ante las cámaras tras someterse a tratamiento oncológico. Con la voz quebrada, dejó una frase que terminó adoptando la hinchada: “Esto se cura con amor, nada más”. No fue eslogan: fue una manera de explicar por qué volvió y de agradecer a los médicos, a sus futbolistas y a un club que lo cubrió de afecto mientras batallaba. Desde entonces esa línea acompaña cualquier repaso de su ciclo.

El equipo le devolvió ese abrazo semanas después, cuando en febrero ganó la Superliga 2018 en el Atanasio Girardot (2–1 a Nacional) y le dedicó el trofeo. Fue un triunfo con firma emocional y sello competitivo: eficacia arriba, personalidad en momentos críticos. Sin el argentino en el banco, su equipo no lo traicionó y levantó otra copa.

La etapa se cerró en noviembre de 2018, por mutuo acuerdo, sin modificar lo esencial: en la memoria de Millonarios, Russo quedó como el entrenador que devolvió el orgullo en la ciudad, y como el hombre que convirtió una lucha personal en combustible de un equipo. El gol de Rojas y aquella oración —todo se cura con amor— hoy funcionan como atajos a un tiempo en el que el azul volvió a reconocerse en su manera de ganar.

Si se busca el porqué de su huella, está en los detalles: en la serenidad con la que condujo la semana previa a la final, en la lectura del momento para ajustar el plan, en la confianza para sostener a los suyos cuando flaqueaba la salud o el resultado. Y, sobre todo, en esa capacidad de unir al estadio con el equipo. El resto, la estadística, ya se sabe; lo que no se olvida es lo humano. Y en eso, Miguel Ángel Russo siempre será el número 1 en Millonarios.