Crespo: un asesino de las redes

El delantero de la Lazio desde las inferiores de River forjó su carrera a base de goles: 183 en 326 partidos. Un goleador que los hace de derecha, de izquierda, de cabeza, por arriba o por abajo

Eran más bien simples aquellos días de mediados de 1993, y Hernán Crespo, grandote, cara de pibe bueno, que jugaba a la pelota en River mientras hacía el secundario, tenía todo listo con sus compañeros del colegio de Florida (provincia de Buenos Aires) para irse de viaje de egresados.

A Bariloche: a tirar bolas de nieve, a bailar, a tratar de seducir a una chica. Lo de siempre en esos micros que llegan al Sur de la Argentina cargados de pibes con granitos y a los que cualquier hecho, por mínimo que sea, les genera un grito exagerado.

Pero no hubo viaje de fin de curso para Hernán Crespo. El director técnico Daniel Passarella lo convocó para sumarse a la Primera de River, que estaba cerca, otra vez, de ganar un campeonato, ya con Crespo asentándose cada vez más en aquel equipo.

Rápido, con cierta ductilidad para su físico de gigantón, en poco tiempo Hernán Jorge Crespo se convirtió para los hinchas de River en Valdanito. Ser comparado a través de ese apodo con Jorge Valdano, campeón del mundo en 1986 y con una vida futbolística en España, fue el primer orgullo que el fútbol le dio al pibe de Florida.

Que todavía, claro, ni se imaginaba que algún día iba a discutirle la camiseta número nueve del seleccionado argentino a Gabriel Batistuta, que aún no era un héroe nacional, pero que ya era un goleador gigantesco.

Pero primero estaba River, ése era el mundo por entonces. Y cuando se despidió del club de toda su vida (aunque es hincha de San Lorenzo) con dos goles en la final de la Copa Libertadores de 1996 contra el América de Cali, se sospechó que Crespo tenía algo que los demás no.

El futuro era el Parma, en Italia, y ya el técnico que lo había descubierto, Daniel Passarella, había reemplazado a Alfio Basile en el seleccioando nacional, y tenía algo para Hernán. En su palmarés se sumaba, además, el haber integrado el equipo de River que ganó el torneo invicto en 1994 con Américo Gallego de técnico. Era lindo el presente de Crespo, era venturoso su futuro.

Y aunque su primera temporada en el Parma no fue del todo buena y lo encontró peleándole a la tan temida adaptación (casi siempre, la diferencia entre los que triunfan y los que se quedan en el intento), el aire fresco llegó del lado de la Selección.

Ahí andaba Daniel Passarella armando una base de jugadores para las eliminatorias de Francia 98 y para ir a ese Mundial. Estaban por delante los Panamericanos de Mar del Plata (el Preolímpico) y luego los Juegos de Atlanta. Y entre ese equipo de pibes que armó Passarella, Crespo era una de las figuras.

Empezó a hacer goles, y ya, definitivamente, salió de ese cascarón que era tener solamente el cariño de los de River, su club. Lo empezaban a conocer todos, y lo comenzaban a querer muchos.

Italia, el Parma, mientras, era un lugar mucho más cómodo para Crespo, que ya había dejado de ser Valdanito hacía bastante tiempo. Ya le estaba mostrando al mundo que tenía tics y cosas propias y que no era necesario recurrir a un ex jugador para identificarlo.

Es más, se venía el tiempo de que a los pibes que se fueran sumando al futbol los llamaran Crespito. Llegaba el Mundial, y en ese terreno fangoso que siempre suelen ser las Eliminatorias (excepto para Bielsa, es verdad) el nombre de Crespo aparecía en las listas de convocatorias muchas más veces que Batistuta, que ya estaba metido en la ruta de los héroes y bien cerca se encontraba de convertirse en el máximo goleador con la camiseta argentina.

Pero Passarella apostaba por Crespo, y casi no podía disimular sus preferencias por su pollo. Parecía que iba a ser para Crespo el Mundial y que se iba a venir una polémica nacional por ello, pero una complicada lesión poco tiempo antes de ir a Francia le evitó al técnico tomar una decisión. ¿Qué hubiera hecho? Eso sólo lo sabe Passarella.

Lo cierto es que Hernán siguió haciendo goles y más goles en Italia, y del modesto Parma (donde Crespo ayudó, por primera vez en la historia, a lograr un segundo puesto en la Liga), al jugador se le abrieron las puertas para pasar a la Lazio en el 2000, donde estaban varios de sus viejos compañeros de aventuras, como Almeyda, Simeone, Claudio López, Verón. Y allí se dio un gusto grande, que fue el de ser por primera vez el goleador del campeonato italiano.

Todos los días, desde Italia, llegaban las noticias de los goles de Crespo. Y en el seleccionado, aunque la cuestión parecía invertirse (ahora estaba Bielsa, descubridor de Batistuta) se ganó el puesto a fuerza de meterla. Y puso al técnico argentino, otra vez, en la poco agradable situación de definirse entre él y Bati, por estos tiempos estrella y campeón con la Roma.

Por estos días, es mucho más titular que su compatriota, al que ni siquiera su condición de héroe nacional parece alcanzarle para ganarle la pulseada. Se verá, pero igual eso es parte de otra historia.

Esta intenta ser, apenas, parte de la historia de Hernán Crespo, 183 goles en 326 partidos. Un asesino de las redes. De derecha, de izquierda, de cabeza, por arriba, por abajo... Si está Crespo, empiece a gritarlo que no se le va a atragantar el festejo.

JUAN ZUANICH es periodista deportivo desde 1983. Fue redactor en el diario La Nación, la revista El Gráfico y el diario Clarín, y actualmente es editor del Diario Deportivo Olé, todos de Buenos Aires. Estuvo en la cobertura de dos mundiales de fútbol: Estados Unidos 94 y Francia 98.

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Hernán Crespo
viernes, 31 de agosto