<
>

La Copa de Latinoamerica

Fútbol en un potrero: podría ser Latinoamérica Getty Images

JOHANNESBURGO -- Fue una noche latinoamericana nuevamente el lunes, en Ellis Park. No solamente estaba Brasil aplastando a Chile en una especie de sesión de entrenamiento, mirada por una sorprendente cantidad de fanáticos chilenos que estaban disfrutando de su primera aparición en el torneo desde 1978, sino que un valiente argentino también se había infiltrado en la multitud. "Diego los espera", su bandera advertía a los triunfantes brasileños. Lo insultaban en portugués.

Esta se está convirtiendo en una Copa del Mundo de América Latina. Y también ayuda, verán, que Sudáfrica es prácticamente un país latinoamericano.

Lo sentí incluso en mi vuelo desde París a Johannesburgo, hace tres semanas. No parecía haber ningún hincha francés en el viaje (quizá sabían lo que se venía), solamente hordas de mexicanos, y un oficial de Air France que bromeaba con ellos con un canto solitario de "Allez les Bleus!" (Esos eran días felices…).

Aquí he encontrado pocos hinchas, aunque vi una multitud de periodistas extranjeros y oficiales con su propia visión nacional de Sudáfrica. Para los japoneses, gente que proviene del país más seguro del planeta, este lugar resulta imposiblemente atemorizante. (No esperaban que los locales fueran tan amigables). Algunos reporteros estadounidenses caminan alrededor del lujoso distrito comercian de Sandton –cuya razón para existir es que es supuestamente más segura que Johannesburgo- con guardaespaldas. Los simpatizantes ingleses aprendieron lo que saben sobre Sudáfrica sobre todo desde los diarios que les enseñaron a verla como una especie de Australia venida a menos: antaño un patio de recreo soleado y colonial para los hombres blancos que ahora se ha arruinado. Para los holandeses, fascinados por sus primos distantes, los Afrikaners, que hablan una suerte de versión campesina de su propio lenguaje, es una extraña casa lejos de casa.

Pero los ingleses y los estadounidenses ya han regresado a casa, en su mayoría. Cada vez más, este Mundial se está volviendo una convención latina. Y para los latinoamericanos, Sudáfrica es instantáneamente reconocible. Justo como en Brasil o en México, los hombres de piel clara ostentan grandes casa y los de piel oscura generalmente no lo hacen. Exactamente como sucede en muchas partes de Latinoamérica, hay cierto sentido de inseguridad. Igual que en casa, la vida social ocurre en los shoppings. Un amigo estadounidense me describió un viaje en auto junto con un fanático hondureño hacia un partido en Nelspruit. Cuando pasaban por el costado de unas viviendas precarias al costado de la autopista, el hondureño advirtió: "Este lugar no es seguro, no vamos a deternos aquí". Y el estadounidense dijo: "¿De qué estás hablando? La mayor parte de Honduras se ve como este lugar".

La mayoría de los latinoamericanos parecen reconocer la conexión. Es por eso que han llenado los hoteles en Soweto, a sólo un par de kilómetros de camino del estadio Soccer City. Los europeos, los japoneses y los estadounidenses pueden estar asustados por las barriadas. Pero a los latinos los seducen los precios bajos. La mayor parte de los días no hay ni siquiera un cuarto disponible en el gran Soweto Hotel. Incluso Mookho Lebelo, el dueño de Mookho's Bed and Breakfast en el vecindario de Pimville, en Soweto, asegura que su negocio creció un 50 por ciento en estos días.

Los sudafricanos esperaban que este Mundial cambiara la imagen de los extranjeros acerca de su país. Puede que lo haya logrado, pero el campeonato está consiguiendo algo más: está cambiando su propia visión sobre su país. Los sudafricanos habían estado inclinados a mirar a su país como un ejemplo único. Para ellos, nunca fue un país normal. Fue la Nacion Arco Iris, bendecida por Dios, pero también vivieron preocupados por convertirse en el próximo Zimbabwe.

La contemplación de brasileños y mexicanos puede haberles enseñado alguna que otra cosa distinta. Sudáfrica es apenas otro país en desarrollo con problemas. Nunca va a ser Zimbabwe y nunca va a ser un paraíso, pero ya se parece bastante a Brasil y si las cosas van bien algún día será como México. Quizá ése es el mayor beneficio que una nación sede obtiene del campeonato del mundo: el torneo es un viaje de autodescubrimiento.