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Paraguay, país de sol

Cardozo festeja su penal. Paraguay ya está en cuartos Getty Images

BUENOS AIRES -- Detrás, pero casi junto a mí, muy pegadito, viene mi amigo Cecilio Cifuentes, cantando en guaraní, transpirando su camiseta albirroja. Y después, casi, apenas un poquito más atrás, subiendo la loma de la Plaza San Martín, en este amanecer grandioso, llega Clementina Reynoso, llena de esperanza, muerta de risa, haciendo flamear la bandera de Paraguay que acaba de comprar en un puestito ambulante de los que hay enfrente de la Estación Retiro.

Con este sol, Paraguay no puede perder nunca. Paraguay es el país del sol. Somos los primeros hinchas paraguayos en llegar, nos sentamos en el pasto, ante la pantalla gigante que instaló el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Frente a nosotros, también sentados, hay extraños, desconocidos de saco y corbata, comiendo su vianda en bandejitas transparentes de plástico o bebiendo su café. ¡Son tan bellas las señoritas que trabajan en las agencias de seguro, en los bancos privados; o en esas fantasmales empresas de servicios! Ahí están ellas, ignorantes de que juega Paraguay y que dentro de un rato nomás, toda la Plaza San Martín tendrá un solo color albirrojo. Por primera vez, la Plaza no será celeste y blanca…

Desde las lomas podemos verlos, son miles de obreros que salieron de las obras de la zona y se vinieron a ver el partido, a alentar por la única representante espiritual de los trabajadores: la selección paraguaya. Se sientan en el pasto, en las gradas, en las pérgolas de la Plaza; en los bancos, en las escalinatas, copan todo. Están alegres, llegan niños, llegan muchas morochas solas, silenciosas, mordiéndose las uñas. Están todos juntos por este momento. La mayoría viven en solitario, no se conocen pero se miran a los ojos, se saludan, se abrazan. "¡Pero! ¡A este muchacho lo tengo visto de Mamboreté Bronco!

La vida continúa, los minutos pasan y ni Paraguay ni Japón pueden sacarse ventaja. ¡Qué lindo mediodía para que Paraguay le de una alegría a su pueblo!

Globos blancos y rojos, banderas con el escudo en el medio, camisetas, sombreros, pronto medio Paraguay se instala en la Plaza y comienza a alentar a su selección. Se desaniman por cada pelota mal jugada. Por cada centro que no alcanzan a conectar. Los japoneses atacan sin dañar.

El momento de los penales es culminante. Nadie quiere ver. Las chicas se tapan los ojos y los hombres se fuman su último cigarrillo antes de volver a las obras en construcción que han quedado suspendidas con la cal y el fratacho también alentado por el heroico pueblo paraguayo.

"Si es día de sol, es día paraguayo", dice una anciana que vende chipas y habla en un guaraní perfecto. Dice cosas que hace reír a los demás.

Y llegan los trágicos e injustos penales.

Pateó Edgar Barreto y ¡gooolll! Se escuchó fuerte el primer gol en toda la Plaza, se agitaron las banderas, los hinchas paraguayos se abrazaban.

Pateó Lucas Barrios y ¡goolll!

Pateó Cristián Riveros y ¡gooolll! Cada pateador se convertía automáticamente en prócer.

Pateó, Nelson Haedo Valdez y ¡goolll!

Pero el clímax llegó cuando Cardozo, el delantero del Bénfica, pateó su penal con mucha tranquilidad, con elegancia y profesionalismo, como si estuviera pateando un penal a su hijo en la Plaza Almagro. Y la pelota que vivorea en el aire, que es el terror de los arqueros, fue a besar con los sonidos de un arpa la red del arco japonés, allá bien lejos, en Sudáfrica. Y todos corrimos como locos, la Plaza San Martín se enloqueció, el Kavanagh quedó torcido como la Torre de Pisa. Yo miré hacia el cielo y descubrí al sol que estaba acurrucado, llorando…